✡ XXIV

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Capítulo 24: Temor a la Muerte

Una vez que la sentencia fue pronunciada, el rey salió del Salón del Juicio sin regresar la vista hacia atrás.

Sonriendo de la satisfacción, Stanferd se puso lentamente de pie. Aunque lo intentaba ocultar, su semblante delataba sutiles signos de dolor. Por lo que parecía, sus costillas recientemente curadas todavía le causaban un considerable dolor. 

Raidel observó con gesto sombrío como Stanferd se dirigía con lentitud hacia las puertas traseras. A medio camino se volteó una última vez hacia los prisioneros, y los miró uno por uno.

Raidel seguía de pie como una estatua en el centro del Salón. Desde que había entrado a la estancia no se había movido en lo absoluto. Threon, por su parte, se encontraba a su lado, de rodillas en el suelo, sollozando mientras suplicaba piedad a los dioses. Dantol aún seguía debatiéndose inútilmente contra los soldados que lo sujetaban.

—Vaya circo de subnormales el que tenemos aquí —dijo Stanferd, meneando la cabeza de un lado a otro con gesto de disgusto—. Ustedes resultan deplorables hasta para ser los idiotas que son.

Nadie dijo nada. En todo el Salón solo se escuchaban los sollozos de Threon y los forcejeos de Dantol por querer soltarse del agarre de sus captores.

Stanferd prosiguìó:

—La verdad es que no lo entiendo —declaró—. ¿Por qué simplemente no aceptan su destino y mueren con el poco honor que les queda en vez de armar este alboroto? ¿Qué tan difícil puede ser?

Más silencio.

—¿Qué clase de idiota le teme a la muerte? —continuó Stanferd con una sonrisita desagradable en el rostro—. La muerte es lo que es. No hay como hacer nada al respecto. Lo único seguro en la vida es la muerte. No hay como evadirla. No hay como postergarla. Una vez que la muerte viene a buscarte ya no hay nada que uno pueda hacer para escapar de su destino —se encogió de hombros— . ¿Así que por qué temer a la muerte?

Ante sus palabras, Threon se puso a llorar con mucha más intensidad que antes.

Stanferd volvió a menear la cabeza de un lado a otro con desprecio.

—Yo que me molesto en explicarle cosas a estos simios retrasados... —murmuró Stanferd con mal genio. A continuación se dirigió hacia algunos de los Capitanes allí presentes—. Encierren de una vez por todas a estos melodramáticos de mierda. Su ejecución está programada para esta misma tarde. Cuatripliquen o quintupliquen la vigilancia habitual. No queremos disturbios ni mucho menos fugas —regresó a ver a Dantol, quien ya se había dado completamente por vencido, puesto que ahora tenía a seis Capitanes inmovilizándolo. El tipo estaba tan devastado que ya ni siquiera intentaba moverse.

Stanferd se dio media vuelta y caminó hacia las puertas traseras. Les dirigió la palabra a los prisioneros por última vez:

—Bueno, muchachos, espero verlos en la otra vida. Disfruten del fuego de la hoguera porque, aunque yo no me he quemado jamás, debe de ser una bonita experiencia. Ya saben: Las llamas calientitas recorriendo tu cuerpo... —miró al techo con expresión de placer por el simple hecho de imaginarlo—. Ahh, debe ser fantástico...

Y sin más que añadir, Stanferd salió por las puertas traseras.

Stanferd había acabado de salir de la estancia cuando Raidel dejó de ser la estatua que era y se echó a correr tras él como un rayo. Al verlo, los Capitanes gritaron cosas, y los que estaban más cerca del pelirrojo intentaron cortarle el paso y capturarlo, pero todo fue en vano: Raidel era tan agil y veloz como el más escurridizo de los felinos.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora