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Capítulo 30: El Baile del Borracho

Ante su caída, algunos espectadores habían soltado carcajadas estruendosas.

Raidel se levantó, limpiándose la sangre que le salía de la nariz. El combate ni siquiera había empezado y él ya había hecho el ridículo. Se sentía como todo un imbécil.

Vio que los Capitanes lo miraban con gestos de confusión, preguntándose qué diablos había acabado de ocurrir.

Raidel dio un paso hacia ellos, pero volvió a caerse.

El mareo había evolucionado a algo mucho peor: vértigo. Ahora las cosas a su alrededor giraban con mayor intensidad e ímpetu que nunca. Los objetos parecían retorcerse y contorsionarse ante él como si fueran gusanos. La visión se le tornó borrosa y doble a la vez. Luchó con todas sus fuerzas para no vomitarse ahí mismo.

Escuchó unas pisadas que se acercaban a él. Cuando giró la vista, apenas pudo ver que se trataba de uno de los Capitanes de Escuadrón. Éste se detuvo ante él.

—Demonios, muchacho, ¿te encuentras bien? —le preguntó—. ¿Quieres que llame al médico? Si no te sientes bien, podemos suspender la pelea.

—¿De qué cuernos estás hablando? —logró articular Raidel. Su orgullo le impedía rendirse—. ¡Este combate recién acaba de empezar! —a continuación se puso inmediatamente de pie y lanzó un golpe ciego a su oponente, sin saber exactamente en dónde impactaría... ni siquiera sabía si lo haría. Sin embargo, al instante sintió como su puño chocaba con fuerza contra el metal de la armadura. Le había atinado a las costillas de aquel hombre, quien salió disparado dos metros hacia atrás y cayó al suelo con un gemido de sorpresa y dolor.

—¡Eso es lo que sucede cuando subestimas a tu oponente! —balbuceó Raidel, sintiendo que el piso se movía bajo sus pies. Aunque lo que sucedía en realidad era que sus piernas estaban temblando incontrolablemente.

—¡Maldito mocoso! —gritó uno de los Capitanes que seguían en pie. Posteriormente dirigió la vista a su compañero que estaba al lado, quien parecía confuso—. ¡Todo fue un teatro! ¡Un engaño! ¡El mocoso no estaba enfermo realmente! ¡Todo fue para que nos acercáramos y... y... atacarnos!

Raidel no dijo nada. Seguía ahí de pie, temblando, mientras todo le daba vueltas.

El Capitán gruñó.

—¡Y sigue fingiendo que está enfermo! —cerró los puños con fuerza—. ¡No nos culpes después, pero la paliza que te daremos te la tienes más que merecida por usar tácticas tan sucias!

A continuación ambos Capitanes se lanzaron hacia él con sus puños a la altura de sus barbillas. Llegaron ante Raidel en un parpadeo.

Dado que sus piernas no le respondían, el muchacho se tiró al suelo para esquivar una patada giratoria que iba dirigida hacia su hígado. A continuación, se revolcó en el suelo como una lombriz para esquivar otro ataque.

Él mejor que nadie sabía que no podía eludirlos de esa forma para siempre. Pero tampoco le parecía buena idea atacar desde esa posición, dado que se encontraba tirado en el piso, y además ellos eran dos... Aunque quizá habría una forma de solucionarlo: Si le vomitaba a uno en la cara y le pateaba al otro en la entrepierna...

De todas formas vomitaría en algún momento, así que ¿por qué no lo hacía de una vez en la cara de alguno de esos idiotas? No parecía tan mala idea...

Raidel evitó pensar en esa repentina idea descabellada y rodó en el suelo como pudo para intentar alejarse de sus atacantes. Sin embargo, mientras se desplazaba y giraba, sus oponentes lo perseguían, dando patadas y pisotones en el suelo, como si intentaran aplastar a una cucaracha.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora