Capítulo 56: En las Puertas del Infierno
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—¿Cuántas semanas han pasado? —le preguntó Raidel a Sylfer, mientras que con el reverso de la mano se limpiaba una gran capa de sudor que le surcaba la frente—. ¿Cuántas semanas han pasado desde que bajamos del carruaje en busca de esa maldita planta curativa? —A estas alturas caminar bajo ese sol abrumador era ya insoportable.
—Han pasado solo diez minutos —respondió Sylfer.
—¿Diez minutos? Carajo, ¿hablas en serio?
Habían acabado de llegar al lugar conocido como "Las Puertas del Infierno" y apenas empezaban con su largo viaje, pero el muchacho ya estaba casi deshecho, o al menos eso le habría parecido a cualquiera, sin embargo Sylfer no se preocupaba mucho, ya que conocía perfectamente bien el sentido del humor del pelirrojo.
Haciendo una rápida inspección a sus alrededores, Raidel observó que, pese a que todo el lugar era árido y desértico, había una gran cantidad de hierbas, arbustos, cactus, y demás plantas espinosas que llenaban el lugar como si se tratasen de adornos. El muchacho paseó su mirada de un lado a otro en busca de la planta Nayota.
—No pierdas el tiempo, aquí jamás la encontrarás —señaló Sylfer—. Ya quisiera yo que este trabajo fuera tan fácil.
—Bueno, si tú lo dices... —Raidel soltó un suspiro. Había algo que le estaba dando vueltas en la cabeza desde hacía un tiempo—. Hay algo que no comprendo. ¿Por qué le dijiste al conductor del carruaje que se marchara en caso de que nosotros no volviesemos en las próximas doce horas?
Sylfer se encogió de hombros.
—Es lo que siempre se hace —miró al cielo—. En aproximadamente doce horas empezará a anochecer y no tienes ni idea lo peligroso que es este lugar cuando está a oscuras —por alguna razón no parecía muy preocupado—. Además doce horas es tiempo más que suficiente para terminar con esta misión.
Pero Raidel no estaba muy seguro.
—¿Y qué tal si sucede un imprevisto y nos demoramos más de lo planeado?
—¿Qué imprevisto podría hacer que nos demoremos más de doce horas? —se rascó la barbilla—. Si nos tardamos más de ese tiempo es porque ya estaremos muertos —señaló el camino por el que vinieron—. No sé si lo sabes, pero no solo este desierto es peligroso sino también todo lo que lo rodea. Pasadas las doce horas, el conductor no va a tener más opción que regresar a Ludonia sin nosotros. Quedarse a pasar la noche por los alrededores de este desierto podría ser mortal.
—Doce horas... —murmuró Raidel como si estuviera pensando en voz alta. La verdad era que esperaba con todo su corazón que Sylfer tuviera razón, ya que si a ellos les demoraba más de doce horas completar la misión, no tendrían transporte de regreso a Ludonia, de modo que les tocaría caminar. Y para cuando llegaran al reino (si es que llegaban) la princesa ya podría estar... —el muchacho sacudió bruscamente la cabeza, intentando apartar esos oscuros pensamientos de su mente, y en vez de eso él intentó convencerse a sí mismo de que podían lograrlo, de que podían completar esta misión con rotundo éxito. Necesitaba creerlo...
Sylfer detuvo repentinamente sus pasos y luego dijo:
—¿Ves esas rocas a lo lejos? —las señaló con un dedo.
Raidel se fijó y vio lo que parecía ser una enorme agrupación de rocas. El muchacho se quedó con la boca abierta al observar semejante panorama, ya que cada una de estas rocas era tan gigantesca que debía de medir al menos veinte metros de altura. Aunque lo más sorprendente no era eso, sino que habían cientas y cientas de aquellas rocas, las cuales estaban apiladas unas al lado y encima de otras. El resultado final era una especie de montaña rocosa que debía medir al menos mil metros de altura. Aunque ellos en aquel momento estaban tan lejos de ese lugar que apenas podían verlo bien.
Sylfer soltó una risita tras mirar la expresión embobada de Raidel.
—Parece una enorme montaña rocosa, pero en realidad es una aglomeración de cientas de rocas gigantescas. Eso significa que entre una roca y otra hay aberturas, grietas, agujeros, huecos... Dicho de otra forma, allí hay mucho, mucho espacio.
—Y allí es donde viven las criaturas monstruosas, ¿no? —dijo Raidel sin despegar la vista de aquel lugar.
—Exacto. Se dice que esa "montaña" es capaz de albergar al menos cien mil bestias monstruosas.
—Y déjame adivinar —dijo Raidel, sombrío—. Allá es donde vamos.
—No, por suerte no —manifestó Sylfer, sin embargo no parecía estar más aliviado. A continuación señaló varios lugares con un dedo. Estaban tan lejos de ellos que Raidel apenas pudo distinguir que eran rocas—. Adivina qué son —prosiguió Sylfer—. Son más "montañas" rocosas como esta, y cada una de ellas alberga miles y miles de monstruos. Existen veintitrés de esas malditas montañas rocosas en este desierto. Ya podrás hacerte las cuentas de lo que eso significa.
Raidel se había quedado sin palabras. Estaba mudo de la impresión. ¿Cómo era posible que Sylfer, un General de Ludonia, haya podido soltar tantas estupideces? ¿Veintitrés montañas con miles y miles de monstruos habitando cada una? ¿Qué clase de subnormal podría creer semejante majadería?
—Buen chiste, buen chiste —dijo Raidel al tiempo que daba aplausos—. Casi tan bueno como cualquiera de los míos. Ahora, si ya terminaste, sigamos a lo que hemos venido, ¿quieres?
Sylfer le quedó mirando con el entrecejo fruncido.
—¿De qué estás hablando?
—Ya he tenido suficiente, ¿sabes? Al principio te seguí el juego porque me pareció interesante, pero ya te pasaste de la raya. ¿Veintitrés montañas de monstruos? ¿Es en serio? ¿Quién en su sano juicio creería eso? La verdad es que me siento un poco insultado. ¿De verdad pensaste que yo creería semejante cuento solo porque tengo trece años? ¡Soy más alto que tú, por si no te habìas dado cuenta!
Sylfer se quedó pasmado, sin saber qué decir ni qué hacer. Parecía horrorizado por lo que acababa de escuchar.
Y para su fortuna (o su desgracia), no tuvo que decir nada porque justo en aquel momento una criatura gigantesca se acercó hacia ellos a toda velocidad. Se trataba de un animal casi idéntico al escorpión, pero con la diferencia de que esta bestia medía como cuatro metros de extremo a extremo. Era un engendro verdaderamente gigantesco que hacía ver a Raidel y Sylfer como si ellos fuesen los insectos.
Y mientras se acercaba a sus sorprendidas víctimas, el descomunal escorpión iba agitando su aguijón, cuyo tamaño era como el de una espada. Sus tenazas, en cambio, se abrían y cerraban con un frenesí incontrolable. Parecía que aquella bestia monstruosa estaba muy hambrienta. Y eso no era nada bueno.
Sylfer desenvainó sus dagas, pero Raidel simplemente se quedó allí parado, bostezando del aburrimiento.
—Bueno, creo que estoy teniendo alucinaciones —declaró, mientras se acostaba en el suelo y contemplaba el cielo con absoluta tranquilidad—. Quizá esté deshidratado. Será mejor descansar un poco.
La bestia se dirigió hacia su víctima más vulnerable.
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✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero Prodigio
Pertualangan✡ Primer volumen de la saga "Guerra de Dioses y Demonios" Esta es la legendaria historia de Raidel, un muchacho con grandes poderes y habilidades que irá a recorrer el mundo entero en busca del mayor y más preciado tesoro que la humanidad haya tenid...