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Capítulo 55: Buenos Amigos

Habían transcurrido unas pocas horas desde su partida hacia el Desierto Inder, y Raidel se encontraba desesperado por querer llegar lo más pronto posible. Su inquietud no pasó desapercibida para Sylfer, quien pensó que el muchacho estaba nervioso por ser la primera vez que entraría en semejante lugar tan terrorífico, en donde habitaban una innumerable cantidad de criaturas inhumanas y repulsivas. Cualquiera se pondría nervioso por ello. Hasta un usuario del Rem de fuego.

—No te preocupes —lo tranquilizó Sylfer—. El Valle Inder no es tan perturbador como dicen los rumores o las canciones. A lo largo de mi vida, yo he ido siete veces a ese lugar en busca de la planta Nayota —se apuntó a sí mismo con un dedo—. Y mírame, aquí estoy, en una pieza. Sano y salvo —Raidel no parecía más tranquilo, por lo que Sylfer se vio obligado a continuar—: De todo el reino, yo soy el que más veces ha ido al Valle Inder. Por algo me llaman "El Superviviente" —su tono de voz estaba cargado de orgullo—. En cierto modo, tienes bastante suerte de que yo te acompañe.

—Antes dijiste que esa planta tiene propiedades curativas, ¿no? —dijo Raidel—. ¿Qué clase de enfermedades cura? ¿Qué es lo que tiene la princesa? —su rostro reflejaba una gran preocupación que era incapaz de ocultar.

—Se trata de una planta casi milagrosa —dijo Sylfer con una sonrisa—. Por lo tanto, es capaz de curar una gran variedad de enfermedades que de otro modo serían incurables y mortales. Es una gran suerte para nosotros que exista esta planta, pero... —hizo una pausa para soltar un largo y profundo suspiro— pero lo malo es que tenemos que adentrarnos en las cavernas del Desierto Inder para poder obtenerla. No sabemos en dónde más pueda crecer esta bendita planta —compuso un gesto de exasperación—. Y lo peor de todo es que la planta Nayota no parece tener semillas, por lo que no podemos hacerlas crecer en Ludonia ni en ningún otro lugar. No podemos crear más de estas plantas y eso es porque ni siquiera sabemos cómo crecen.

—¿Qué es lo que tiene la princesa? —repitió Raidel, ya que al fin y al cabo eso era lo que le interesaba.

Sylfer le quedó mirando con sospecha. Parecía que al fin estaba empezando a entender qué era lo que le preocupaba al muchacho. Sin embargo, el General se encogió de hombros y dijo:

—Tiene una variación de la gripe común. Nosotros la llamamos gripe hiper-resistente. Afortunadamente no es tan contagiosa, pero es mortal en el cien por ciento de los casos si no se tiene una cura —soltó otro suspiro—. No sabemos cómo es que la princesa adquirió esta gripe, pero ahora ella está postrada en la cama con una fiebre espantosa y sin poder moverse. Apenas logra estar consciente...

Raidel tragó saliva, devastado, sin muchas ganas de intentar hacerse una imagen mental de la terrible situación que debía de estar pasando la princesa.

Sin decir nada, Sylfer continuó mirando al muchacho, quien estaba visiblemente abatido. Llegados a este punto, las cosas ya se veían claras; ya era evidente lo que le preocupaba, pero Sylfer sabía que había asuntos en los que era mejor no entrometerse. Después de todo, estaban aquí para cumplir una importante misión. Había que concentrarse en ello.

El recorrido siguió su curso y los minutos se convirtieron en horas y las horas en días. Raidel ni siquiera había empezado la misión (y no había hecho más que estar sentado en su silla), pero ya se encontraba más agotado que nunca. Habían transcurrido tres días desde el inicio de su viaje, y ellos todavía no llegaban al Desierto Inder. Tres días tan largos y agotadores que habían parecido no menos de una semana. El sol abrasador que brillaba a lo alto le quitaba las energías a culquiera, sin mencionar que muy a menudo los caminos eran tan empinados y escabrosos que no tenían más opción que bajarse del carruaje y empujarlo por varios kilómetros hasta que el terreno volviese a nivelarse. En el transcurso de este tiempo habían cruzado bosques, pueblos, ríos, montañas, valles, y hasta habían pasado por al lado de un gran reino... pero el viaje no parecía tener fin.

Los ladrones y salteadores de caminos habían intentando robarles en siete ocasiones, pero Raidel y Sylfer les habían terminado robando a ellos. Y después de ver lo que los ladrones llevaban encima, los guerreros de Ludonia se habían decepcionado enormemente. No tenían nada de valor. Lo único que traían consigo eran cuchillos de cocina con los cuales asaltaban a la gente, prendas de vestir viejas y harapientas, y botas de cuero tan gastadas que en su mayoría ya estaban rotas.

Sin embargo, no todo en el viaje había sido tan malo. Raidel había charlado mucho con Sylfer, y había tenido el tiempo suficiente para conocerlo bien. El General había resultado ser un tipo bastante agradable, y eso era lo único que había hecho al viaje un poco más tolerable.

En tres días el enano y el pelirrojo se habían convertido en muy buenos amigos. Sylfer le había contado su duro entrenamiento para poder convertirse en General y Raidel se había quedado sorprendido. En sus años de principiante, Sylfer había entrenado de doce a dieciséis horas al día. Al parecer, él era una persona que no conocía el descanso. Tuvieron que pasar un par de años de aquella dura rutina para que él se convirtiera en un guerrero tan excepcional que cuando retó a un General para obtener su puesto, lo venció en menos de cinco minutos. Según dijo, su corta estatura no le impidió llegar a la cima. Es más, había aprovechado aquella desventaja para convertirlo en su mejor ventaja. Gracias a ello él era veloz, ágil y escurridizo como un felino, perfecto para pasar desapercibido entre las masas. Raidel se pudo dar cuenta de que él era un asesino tan sigiloso y mortífero como el propio Karson. 

Sylfer le dijo que nadie estaba acostumbrado a luchar contra un oponente de estatura tan baja como lo era él. De modo que Sylfer había aprovechado eso para convertirlo en una ventaja y así moldear su propio estilo de batalla. Raidel había quedado realmente sorprendido por toda su historia. Sin duda alguna Sylfer era uno de los mejores guerreros que tenía Ludonia. Iba a ser un placer realizar esta misión junto con él.

Las horas pasaban y Raidel se iba dando cuenta que el camino se volvía poco a poco más desértico. Cada vez iban escaseando más los árboles, las plantas y la vegetación en general. Y en vez de ello, el terreno árido e inhóspito iba ocupando su lugar.

—Esto es señal de que ya estamos llegando —dijo Sylfer, observando el gran desierto que lenta y paulatinamente se abría ante ellos.

Y una vez que ya no había más que desierto a sus alrededores, el conductor del carruaje se detuvo.

—Bueno, hasta aquí llego yo —dijo—. Ir más allá podría suponer un gran peligro para mí y mis caballos, así que aquí esperaré su regreso. Si algo llegara a pasarle a mi carruaje, no tendríamos modo de regresar a Ludonia.

—Esto no debería de demorarnos más de medio día —le advirtió Sylfer—. Si en veinticuatro horas no hemos regresado, entonces eso quiere decir que... —detuvo sus palabras de repente. Parecía que era incapaz de terminar la frase, así que Raidel lo ayudó:

—Eso quiere decir que estamos muertos.

Sylfer prosiguió:

—Así que si ese fuera el caso ya no tendría ningún sentido esperarnos —frunció el entrecejo—. Tendrías que regresar a Ludonia tú solo.

El conductor asintió con la cabeza.

Y entonces Raidel y Sylfer cogieron sus armas y provisiones, y empezaron su larga marcha hacia el lugar en el que se encontraban las cavernas subterráneas.

El muchacho no estaba tan preocupado, ya que iban cargados de agua y comida. Sin duda eso les bastaría para medio día de caminata por el árido desierto.

Sylfer pareció intuir su despreocupación, ya que dijo:

—Lo que verás y experimentarás en las siguientes doce horas no tiene nombre —sonrió—. Espero que no te orines encima.

Raidel se encogió de hombros, sin darle mucha importancia.

—Diría que estoy preparado para cualquier cosa.

—Ya sé que acabaste tú solo con medio Escuadrón de Asesinato, pero esto está a otro nivel —dijo mientras se miraba una profunda cicatriz que tenía en el brazo—. Oh, sí.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora