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Capítulo 64: El Mensaje de los Dioses

Había anochecido y los soldados de Subalia habían montado un inmenso campamento en la llanura del monte Hiurick, el cual se encontraba a todavía dos días de Ludonia. Se trataba de un espacioso terreno en el que escaseaban los árboles y arbustos, un lugar perfecto para instalar un campamento tan grande como aquel.

Cada soldado disponía de una tienda de acampar plegable para así no tener que dormir a la intemperie, aunque la verdad era que no a muchos les hubiera molestado pasar la noche al aire libre, puesto que el cielo estaba completamente despejado, revelando así a cientas de resplandecientes estrellas que brillaban con gran intensidad. Pero lo más sorprendente de todo era la enorme y danzante aurora boreal que surcaba el cielo de manera serpenteante como si estuviera partiendo el cielo por la mitad.

Los miles de guerreros de Subalia no podían hacer más que contemplar el cielo, boquiabiertos, y maravillarse del sublime panorama que tenía lugar ante sus ojos. Y dado que este era un fenómeno extremadamente raro, muy pocos eran los que habían visto alguna vez en sus vidas una aurora boreal. Esta en particular era de un color verde azulado brillante que recorría el cielo de un extremo al otro, y cuyo final no estaba al alcance de la vista. Según contaban las leyendas, las auroras boreales tenían un profundo significado milagroso.

—¿Ven eso? ¡Ese es un mensaje de los dioses! ¡Una señal de que ganaremos la guerra! —proclamó el General Landor, el tercero al mando del ejército de Subalia.

Los demás Generales asintieron, compartiendo su mismo entusiasmo. A continuación hicieron un brindis por adelantado de su futura victoria.

Los quince Generales se encontraban dentro de una inmensa tienda en la que bien podìan caber cómodamente treinta personas. Allí se habían reunido para discutir todo lo relacionado con las tácticas y estrategias para la guerra.

—¡Los dioses nos aman tanto que nos informan de nuestra victoria varios días antes! —manifestó otro General después de dar un generoso trago de su copa de vino—. Pero lo importante ahora es ¿qué vendrá luego de la caída de Ludonia?

—Conquistar más reinos —dijo el Comandante Naikon con suma tranquilidad, como si estuviera convencido de que aquella acción iba a ser rutinaria para Subalia en los próximos años.

Los demás Generales lo regresaron a ver, pero, dado que Naikon estaba de espaldas, ellos solo alcanzaron a ver su largo y azul cabello que caía sobre sus anchos hombros.

—Nos expandiremos por todo el mundo —prosiguió Naikon, imperturbable—. Aniquilaremos a todos los que osen interponerse en nuestro camino... ¡y lo haremos con la ayuda de esto! —alzó uno de sus puños al cielo y enseguida la piel de su mano se transformó en hierro, ante las sorprendidas miradas de todos los Generales.

—Subalia se convertirá en el reino más temido de todos, de eso no hay duda alguna —coincidió uno de los Generales, un calvo con una barba ridículamente grande que le llegaba hasta el pecho—. Pero la cuestión aquí es ¿cuándo lo hará? Espero estar vivo para cuando eso pase. ¿Quién no quisiera ver a su propio reino ascender hasta la cúspide de la jerarquía mundial?

—No será un camino sencillo —reconoció Naikon—. En el mundo hay alrededor de seiscientos reinos, doscientos cincuenta imperios, cien países feudales y un número incontable e inimaginable de ciudades, aldeas y pueblos —hizo una pequeña pausa para añadirle efecto dramático—. Y nuestro reino es uno de los más pequeños de todos.

Los Generales guardaron silencio, creyendo que Naikon ya se estaba dando por vencido aún desde antes de haberlo intentado, pero de repente el Comandante volvió a alzar su puño al cielo, mientras exclamaba:

—¡Pero con este poder otorgado por los dioses lo podremos lograr! —en esta ocasión, toda la piel de Naikon fue la que adquirió la textura del hierro.

—Los dioses están de nuestro lado —sonrió uno de los Generales—. Somos los elegidos.

—¡Somos los elegidos! —repitieron los demás al tiempo en el que hacían un brindis.

—Y luego de conquistar el mundo iré en busca de la Espada de las Sombras —sonrió Naikon.

Había sido una noche tranquila, dejando de lado los pleitos y peleas que tuvieron varios borrachos a consecuencia de nimiedades sin ninguna importancia. Pero, mientras transcurría la noche, las cientas de hogueras que habían prendido los soldados para calentarse e iluminar un poco el lugar se iban apagando poco a poco, mientras éstos finalmente se retiraban a descansar. Y así fue como la noche fue quedando en silencio, el cual solo fue interrumpido por los lejanos y casi inaudibles sonidos que producían las ranas, linces y toda clase de insectos que habitaban en aquel oscuro bosque iluminado tenuemente por las estrellas, quienes en conjunto formaban lo que era la melodía del monte.

Algunos soldados prefirieron pasar la noche contemplando la hermosa aurora boreal. Ellos más otros hombres que estaban montando guardia, creyeron haber visto alguna clase de movimiento a lo lejos, entre varios árboles que estaban ubicados a medio kilómetro de su posición. Ya que estaban tan lejos no pudieron distinguir más que sombras moviéndose, sin embargo los soldados no se preocuparon demasiado, pensando que no debía de tratarse de otra cosa más que de una manada de lobos, ya que dichos animales eran bastante comunes en el monte Hiurick.

Al día siguiente, muy temprano en la mañana, los soldados recogieron sus respectivas tiendas de acampar plegables y las colocaron dentro de los carromatos de equipaje, en los que también llevaban alimentos, municiones, armas y armamentos de repuesto, palomas mensajeras para comunicarse con Subalia, entre otros objetos útiles.

Y cuando terminaron de recoger todo, el ejército continuó con su recorrido hacia Ludonia. En la vanguardia, al frente de todas las fuerzas, iba Naikon con los demás Generales. En la retaguardia se encontraban los demás soldados de menor rango, quienes iban a caballo. Y detrás de éstos, casi al final, se hallaban los carromatos de equipaje. Aunque había que aclarar que también habían otro tipo de carromatos: unos muchísimo más grandes que los primeros, los cuales estaban completamente cerrados y sellados, y cuyo contenido era desconocido para la mayoría de soldados. Habían alrededor de cuarenta de estos gigantescos carromatos, pero pocos sabían qué eran lo que contenían. Y a diferencia de los carromatos de equipaje los cuales estaban hechos de madera, los otros estaban hechos por completo de acero macizo y eran tan inmensos que bien podían caber cinco o seis caballos allí dentro.

Y al final de todo el ejército iban unas pocas decenas de soldados, quienes se encargaban de proteger los carromatos de los bandidos y salteadores de caminos, aunque tal precaución era prácticamente inútil porque ningún ladrón en su sano juicio querría robarles las provisiones a un ejército entero en pleno movimiento. Era una locura siquiera imaginarlo.

Y así en dos días, el ejército de Subalia llegó finalmente a las puertas de Ludonia.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora