✡ LVIII

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Capítulo 58: Por Encima de un Genio

Cinco días antes.

—Todos los preparativos ya están listos para la conquista, su majestad —informó el mensajero—. Disponemos de trece mil soldados para la batalla. Los tres mil restantes permanecerán en este reino para protegerlo.

—Bueno, esa cantidad debe ser más que suficiente para asegurar nuestra victoria —dijo el regordete del rey Dyler con entusiasmo—. No sabes cuánto tiempo esperé por esto...

Ambos se encontraban en el inmenso y casi vacío Salón del Trono.

Mientras el mensajero daba las respectivas noticias, el rey disfrutaba la carne de león que sus hombres habían cazado para él. Solamente con escuchar el fuerte sonido que producía Dyler al masticar su comida ya se podía saber que la estaba disfrutando como nunca antes, sin embargo el mensajero sabía que no se trataba de una comida cualquiera. El jueves de la anterior semana, el rey se había despertado con ganas de comer algo verdaderamente excepcional. Sin poder contener sus impulsos, Dyler había ordenado a sus cien mejores cazadores que le trajeran a un león blanco. Sus palabras habían significado la absoluta sorpresa por parte de los cazadores. El león blanco era una especie casi tan difícil de encontrar como un mismísimo dragón. Los pocos que lo habían visto aseguraban que el pelaje de este animal era tan blanco que uno de ellos parecía un auténtico muñeco de nieve. Esta era una especie tan difícil de encontrar porque estaba en peligro de extinción. Todos querían cazarlo debido a su exquisito sabor. De hecho, su carne ya de por sí sola era considerada como una comida legendaria, sin importar los detalles de su preparación.

Al mensajero se le hacía la boca agua de solo mirar la gran carne que se encontraba sobre las rodillas del rey. No era una exageración si decía que no podía dejar de mirarla. El aroma que desprendía esa delicia era de otro mundo. Todo lo que quería el hombrecillo era mordisquear un pedazo de aquella jugosa...

—Demonios, ¿me estás escuchando? —dijo el rey Dyler, algo furioso, lo que hizo devolver al mensajero a la realidad.

—Disculpe, su majestad —se disculpó—. ¿Qué me había dicho?

—Estaba diciendo que, a diferencia de Ludonia, nuestro reino posee un gran ejército. Y además, por si fuera poco, también lo tenemos a él —aquella última palabra la había dicho con gran orgullo.

—¿A él? —el mensajero no sabía a quién se refería. Estaba demasiado concentrado en la delicia que tenía al frente como para poder pensar en algo más—. ¿Quién es "él"?

—Hablo de Naikon, ¿quién más? —dijo Dyler, visiblemente molesto por la torpeza del mensajero—. Es por mucho el hombre más poderoso de Subalia. Nada ni nadie es capaz de ponerle un dedo encima. Él liderará todo nuestro ejército hacia la guerra —sonrió con gran placer—. Es una fortuna que lo tengamos de nuestro lado. Y ya que lo tenemos a él, la victoria está asegurada.

Al mensajero no le pareció una gran sorpresa el hecho de que Naikon fuera quien liderara el numeroso ejército hacia las tierras enemigas. Después de todo, él era el Comandante General del Ejército de Subalia.

—Si sabías que él no ha perdido ni una sola pelea en toda su vida, ¿no? —dijo el rey con tanta satisfacción que parecía que estuviera presumiendo—. En una ocasión él solo y sin ningún tipo de ayuda tuvo que luchar contra cientos de mercenarios al mismo tiempo. ¿Adivina quién fue el vencedor?

—Bueno, todos en Subalia conocemos esa historia, su majestad —dijo el mensajero. Según habían dicho los rumores, Naikon había derrotado a sus enemigos en una paliza sin precedentes. Los mercenarios apenas habían logrado rasguñarlo... Aunque claro que había quienes dudaban de la autenticidad de aquella historia, pero esa era una escasa minoría, ya que la mayoría de la gente en Subalia lo habían visto luchar con sus propios ojos, y sabían mejor que nadie lo que esa bestia era capaz.

—Y hablando de Naikon, ¿dónde se encuentra ahora? —quiso saber Dyler.

—Él está en el Coliseo, en medio de una de sus peleas... —dijo el mensajero con lentitud.

Dyler soltó un suspiro de indignación.

—Mañana mismo nuestras tropas partirán hacia Ludonia, ¿y me estás diciendo que él está luchando en el Coliseo?

—S-sí señor... —tartamudeó el mensajero con la cabeza gacha, como si todo esto fuera su culpa.

—¿Y quién es su oponente?

—B-b-bueno, es... es... —no parecía ser capaz de decirlo, pero Dyler no insistió, ya que de todas formas no parecía muy interesado en el asunto. 

—Bueno —dijo el rey, mientras daba otro mordisco a su jugosa y apetitosa carne—, no es muy importante quién diablos sea su oponente. Apostaría mis dos pelotas a que Naikon logrará vencerlo sin llevarse ni un rasguño de por medio. Naikon es algo más que un simple Genio en Batalla. Él es como un Dios Supremo caído del cielo. En combate, Naikon es omnipotente y todopoderoso. No sé por qué me preocupo por él.

El mensajero estaba de acuerdo en que Naikon estaba a otro nivel, sin embargo dudaba que esta vez fuera a salir completamente ileso de la pelea. Se podía decir que su oponente también estaba a otro nivel.

El Coliseo de Subalia era cuadrado y tan enorme que podía albergar a diez mil espectadores. Y como era de esperarse, en aquel momento el Coliseo estaba abarrotado de gente, y no era para menos porque el combate que estaba a punto de empezar sería sin duda legendario.  En el centro de todo ese gentío se encontraba el cuadrilátero. Allí, de pie, estaba el hombre que era considerado como un Dios por parte de los habitantes de Subalia. Con el cabello azul oscuro y con una cicatriz surcándole la mejilla de manera vertical, Naikon se preparaba para la batalla. Como era habitual en él, no llevaba ningún arma consigo. Solamente traía puesta su majestuosa armadura negra, pero nada más.

Su oponente todavía no hacía su aparición, pero todo el público ya sabía de quién se trataba, y por ello estaban ansiosos de que el combate empezase lo más pronto posible.

Sus deseos fueron concedidos, porque una de las grandes puertas que conectaba la Arena con los pasillos exteriores se abrió de golpe, revelando al oponente de Naikon: Se trataba de nada más ni nada menos que un Ogro.

Aunque éste no era cualquier Ogro ordinario, sino uno especialmente inmenso y corpulento. Debía medir al menos cuatro metros de altura y sus brazos y piernas eran gruesos como troncos. Sus dedos parecían la extremidad de cualquier ser humano.

Con su piel verdosa y repugnante, el gigantesco Ogro avanzó con paso lento y torpe hacia el cuadrilátero. Los espectadores pudieron observar que la bestia llevaba una infinidad de cadenas encima, y eran tantas que apenas le permitían caminar. Ya era bien sabido que este tipo de monstruos habían sido traídos desde el Desierto Inder. Una vez que eran capturados y llevados a las mazmorras de Subalia, se los mantenía cautivos hasta el día en que se organizara un espectáculo en el que ellos fueran los protagonistas. Todo era por el espectáculo.

Y no fue sino hasta que el Ogro llegó hasta el cuadrilátero que los guardias lo liberaron de todas sus cadenas y se apresuraron a marcharse por donde vinieron, cerrando las grandes puertas tras de sí.

Hombre y bestia. Ambos se miraban el uno al otro sin hacer ningún movimiento. Y aunque los dos estaban completamente desarmados, Naikon parecía un simple insecto ante el gigantesco Ogro que se erguía ante él con su inmensa estatura de cuatro metros.

Los espectadores hicieron completo silencio, atentos a cualquier movimiento. Algunos hasta intentaban no pestañear para no perderse de ningún detalle. Ellos sabían que esta pelea ya había empezado. En esta clase de eventos no habían árbitros que indicaban cuándo una lucha comenzaba o terminaba. Este sería un combate sin reglas. Un combate a muerte.

Y al fin hubo movimiento en el cuadrilátero.

La bestia dio un paso al frente, lo que hizo retumbar la tierra bajo sus pies. Ya estaba más que preparado para matar... o morir en el intento.

Naikon sonrió, mientras que toda su piel se volvía repentinamente plateada y brillante: Resultaba que la piel del Comandante había adquirido la textura metálica del hierro. Ya no era piel lo que recubría su cuerpo, sino hierro.

—Este es el Rem de Hierro —le susurró al Ogro, como si la bestia entendiera de esas cosas.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora