✡ XXXIII

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Capítulo 33: El Primer Día como Capitán

El día había amanecido cálido y esplendoroso. Raidel se dio un baño a primera hora del día, y luego se colocó su armadura de Capitán. Era exactamente de su talla. Sin duda alguna, había sido hecha especialmente para él.

Al mirarse al espejo pudo observar que le quedaba bastante bien. El color bronce del metal era muy elegante y le combinaba con su cabello. La capa blanca y larga le caía por la espalda hasta casi tocar los talones.

A continuación bajó al primer piso a desayunar algo y luego partió a su "Centro de Comando". El lugar quedaba algo lejos de su casa, pero poco le importaba a Raidel. En cierto sentido le parecía mejor, ya que de esa forma tendría tiempo de sobra para ir meditando por el camino; Algo que en verdad lo necesitaba.

Fue entonces cuando salió de su casa y cogió la avenida principal en dirección hacia el sur. Como de costumbre, la vía estaba repleta de gente, quienes se movilizaban de un lado a otro con prisa. La mayoría iban a pie, pero también estaban los comerciantes con sus carromatos cargados con todo tipo de mercancías.

Raidel caminó a paso decidido entre toda la multitud y el barullo de la gente. Mientras pasaba, las personas a su alrededor le quedaban mirando con gestos extrañados en el rostro; hasta quienes no lo reconocían lo hacían, dado que para nadie era fácil de creer que aquel mocoso fuera un Capitán.

Raidel se irguió en toda la estatura que su diminuto cuerpo le podía proporcionar. Procuraba verse imponente. A continuación siguió su recorrido con pasos largos y decididos. Su vista estaba fija al frente y no la desviaba para nada. Creía que eso debía bastar para infundir temor y respeto ante los demás.

Aunque la verdad era que el muchacho estaba algo nervioso. Nunca antes había dado un discurso a un centenar de personas como hoy lo haría. Además, esto de liderar a tanta gente le parecía algo complicado. Ayer, después de que a Dantol se le había pasado un poco la borrachera, Raidel le había pedido algunos consejos. El tipo respondió:

—Lo mejor que puedes hacer para ser un buen Capitán es ser severo —le había asegurado—. Tienes que dejar bien en claro quién manda. Imponer algo de respeto y temor es la mejor forma para que te obedezcan. Si no lo logras, entonces ellos no se tomarán su trabajo nada en serio y harán lo que se les pegue la bendita gana —hizo un gesto de negación—. Por experiencia propia te digo que esos vagos hacen mucho mejor su tarea cuando  empiezan a temer las consecuencias que caerían encima de ellos si hicieran algo mal —lo miró fijamente—. Sin embargo, nadie teme a las consecuencias cuando quien las ejerce es demasiado blando o débil. Por algo es que siempre se escogen a las personas más fuertes de cada escuadrón para que sean Capitanes —le dio una palmadita en el hombro—. No te preocupes, lo harás bien.

Pero Raidel dudaba que en verdad lo hiciera bien. Mientras caminaba a su Centro de Comando iba pensando en qué forma lograría infundir temor a cien soldados a la vez. No se le ocurría nada. Y tampoco quería dar una mala impresión...

Raidel llegó finalmente a su destino. El que se suponía que era su "Centro de Comando" no era nada más que una construcción parecida a una casa, pero de inmenso tamaño y muy alargada. El muchacho observó que tenía un solo piso y no había ni una ventana que dejara pasar la luz al interior. Era todo techo y paredes, a excepción de una única y enorme puerta de roble con remaches de hierro que estaba ubicada en el centro.

Raidel tragó saliva y abrió la puerta. Posteriormente ingresó al lugar intentando verse tranquilo. Lo primero que observó fue que la estancia no estaba dividida en cuartos ni habitaciones, sino que era un solo salón inmenso, el cual estaba iluminado por incontables antorchas que colgaban de las paredes, más los candelabros del techo, lo que hacía que la luz de ahí dentro fuera casi tan intensa como la de afuera.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora