✡ LXI

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Capítulo 61: Un Oponente Temible

—¡Malditos sean los mocos de Dios! —maldijo Raidel—. ¡Este deplorable cangrejo es demasiado poderoso para mí! ¡Estoy perdido! ¡Estoy muerto!

Sylfer soltó un suspiro, pensando que ni siquiera Dios (ni sus mocos) se libraban de las bromas de Raidel. Al enano le parecía curioso que el pelirrojo pudiera estar bromeando en una situación tan grave como esta... Aunque bueno, no era la primera vez que lo hacía. 

—¡Solo huye! ¡Esquiva sus ataques! —gritó Sylfer—. ¡La única forma de derrotarlo es luchar los dos juntos! —apretó ambas dagas, preparándose para entrar al combate.

—¡Al cuerno con eso! —dijo Raidel, testarudo—. Te dije que yo lo derrotaría solo. ¡Y eso es lo que haré!

Sylfer gruñó, sabiendo perfectamente que no podría hacerle cambiar de opinión... El muchacho era demasiado terco y orgulloso como para eso.

Lo único que pudo hacer el enano fue arrojarle su guadaña.

Raidel la agarró en el aire, mientras corría como un loco para mantener distancia de la inmensa bestia que iba tras él.

—Tú habías dicho que una vez derrotaste a uno de estos monstruos, ¿no? —dijo el muchacho, aferrándose a esta última esperanza. La verdad era que hubiera querido derrotar a la bestia sin tener que hacer uso de la información que pudiera proporcionarle Sylfer (ya que no quería ninguna ayuda), pero dadas las circunstancias no tenía más opción.

Sin embargo, el enano parecía algo avergonzado.

—B-bueno... —dijo, rascándose la cabeza—. Lo que ocurrió en realidad fue que lo derroté de pura suerte...

—¿Qué? —exclamó el muchacho, sin dar crédito a lo que escuchaban sus oídos. Si eso era cierto, entonces probablemente los Zirgos fueran invencibles.

—Yo estuve a punto de perder —empezó a explicar Sylfer—. Ese monstruo me estaba dando la paliza de mi vida... Y ya cuando yo estaba casi muerto, la bestia cometió un fatal error: Me metió a su boca cuando yo aún seguía vivo. Fue ahí que utilicé mis últimas fuerzas para apuñalarlo desde dentro con la ayuda de mis dagas.

—La bestia no tiene ningún tipo de caparazón ni coraza dentro de su boca —murmuró Raidel para sí mismo, y luego se volteó hacia Sylfer para decir—: ¡Pero este cangrejo de aquí parece que es más inteligente porque no ha abierto la boca ni una sola vez! Creo que tendré que buscar otra forma de derrotarlo...

—¿Tú crees que exista otra forma de matarlo? —dijo Sylfer, escéptico. Llegados a este punto, parecía que la bestia fuera simplemente invencible.

—¡Claro que debe de haberla! —gruñó Raidel, mientras saltaba y retrocedía—. ¡Siempre la hay! ¡Solo hay que encontrarla!

—¿Y cómo piensas hacer eso? —dijo Sylfer, revolviéndose los cabellos de la impaciencia.

—De seguro tiene algún punto débil: Alguna parte de su cuerpo debe ser más blanda y fragil que las demás... —una sonrisa se le dibujó en el rostro—. ¡Solo hay que descubrir cuál!

De pronto Raidel comenzó una vez más con esos ataques rápidos que no llevaban mucha fuerza consigo. Los golpes iban dirigidos a todas las partes del cuerpo del Zirgo: la cabeza, el cuerpo, las patas... Pero nada parecía dar resultado. La bestia no mostraba signos de daño. Aún así, Raidel no se dio por vencido y siguió atacando.

Sylfer pensó que todo esto era inútil. Quizá lo mejor fuera huir. Correr lo más rápido posible hacia las cavernas subterráneas. La entrada de aquel lugar era pequeña y estrecha, de modo que el Zirgo no podría seguirlos hasta el interior ni aunque quisiera.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora