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Capítulo 79: La Llegada del Héroe de Subalia

Cien Ogros monstruosos se estaban acercando lentamente a Legnar, Toren y Karson, quienes no tenían más opción que esperarlos en sus posiciones, ya que necesitaban proteger sus espaldas contra la pared de la muralla.

Legnar cerró los ojos por un momento para concentrarse. Apretó fuertemente la empuñadura de su espada mientras la alzaba por encima de su cabeza.

A continuación, una hoja de viento casi transparente salió repentinamente de la empuñadura de la espada. Nada hubiera sido muy sorprendente si no hubiera sido por el hecho de que, en esta ocasión, la hoja medía cinco metros de extremo a extremo.

Ambos compañeros que se encontraban al lado suyo observaron la Espada de Viento con los ojos muy abiertos del asombro. Jamás habían visto que aquella hoja se hiciera tan grande.

Ahora la espada de Legnar era el doble de grande que la de Toren.

Con su mano libre, Legnar se limpió la capa de sudor que le cubría la frente. Estaba jadeante y se le veía algo agotado.

—Cinco metros... Creo que este es mi límite —anunció el Comandante, inspirando el aire profusamente como si hubiera terminado de correr una maratón.

Toren y Karson sabían que el tamaño y poder de la Espada de Viento dependía exclusivamente de la energía vital de su portador.

Para usar la Espada de Viento lo primero que se tenía que hacer era transmitir la energía de uno mismo a la empuñadura de la espada, y de esa forma era que la hoja de viento aparecía. Evidentemente mientras más energía envía el portador a la espada, más grande y poderosa es el tamaño de la hoja. Y si el portador deja de enviar energía a la empuñadura, la hoja de viento desaparece.

Karson entrecerró los ojos, pensando que la energía vital de Legnar debía de ser verdaderamente sobrehumana como para hacer que la hoja de la espada midiera cinco metros.

Legnar sonrió ligeramente al notar la gran sorpresa de sus compañeros.

—Lo más difícil va a ser mantener el tamaño de esta espada por mucho tiempo —dijo.

—Hay que terminar esto rápido —asintió Toren.

Mientras los Ogros más se acercaban a ellos, más claramente se podían apreciar sus repugnantes aspectos. El hedor y pestilencia que ellos despedían a cada paso resultaba casi insoportable. Sus verdosas pieles repletas de flechas estaban llenas de insectos pequeños. Sus colmillos rotos y podridos hacían acto de presencia tras los gritos, gruñidos y gemidos de aquellas bestias monstruosas. Y con ello, las babas chorreaban de sus bocas, salpicando todo el lugar.

—¿Cuánto creen que nos tome exterminar a todos estos engendros del infierno? —dijo Legnar, queriendo saber su opinión.

—Me sorprendería si nos demorara más de diez minutos —dijo Karson con una sonrisa, mientras exhalaba el aire lentamente, preparándose para la acción.

Naikon y su monumental dragón azul descendían rápidamente en dirección a la muralla de Ludonia.

Mientras el intenso viento agitaba y revolvía sus azules cabellos, el Comandante General de Subalia sonrió, al tiempo en que miraba a las personitas de allí abajo, quienes se veían tan diminutos que parecían simples hormigas.

—Y es que eso lo que son —murmuró sin dejar de sonreír—. Nada más que hormigas a las que uno puede aplastar de un simple pisotón.

El inmenso dragón volvió a ronronear. Parecía que estaba de acuerdo.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora