✡ XXV

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Capítulo 25: Exigencias y Demandas

La estancia había quedado en un silencio absoluto. Por varios minutos no se escuchó otra cosa más que los débiles y desesperados sollozos de Stanferd.

Las miradas de todos los presentes estaban fijas en Raidel en todo momento. No despegaban la vista de él ni por un segundo.

El rey no había tardado mucho en llegar. Las puertas se abrieron de golpe, mostrando al anciano quien avanzaba hacia la estancia a paso rápido y al que no se le veía precisamente feliz. Iba acompañado de un General de División con su armadura de color plateado.

Mientras se aproximaba, el rey iba gritando:

—Treinta Capitanes de Escuadrón... ¡Treinta malditos Capitanes de Escuadrón...! ¡Y no pudieron evitar que esto sucediera! —cuando pasó al lado de Stanferd, le dio un coscorrón en la cabeza, lo que hizo que éste chillara más fuerte todavía.

—Lo siento, su majestad —se disculpó uno de los Generales de División que había estado en el Salón todo este tiempo—. Todo ocurrió tan rápido... Intentamos detenerlo, pero ese chico es bastante ágil y veloz, ¿sabe? De un momento a otro ya tenía a Stanferd de rehén.

—¿Para qué diablos tengo tantos soldados a mi disposición si no me sirven de nada? —dijo el rey, deteniéndose en el centro del Salón.

—Pero, su majestad... —se excusó uno de los Capitanes, señalando la mano en llamas de Raidel—. El niño es un usuario del REM de fuego...  

El rey miró a Raidel fijamente. El silencio se hizo presente.

Por extraño que pudiera resultar, Lakmar Wenrich IV no parecía muy sorprendido, es más, por un instante hasta se le había dibujado una extraña sonrisa en el rostro.

—Bien, entonces ¿qué es lo que exiges? —dijo finalmente el rey—.  ¿Qué es lo que quieres por la vida de Stanferd?

El rey lo escudriñó con la mirada. Notó que sus ojos, anteriormente de un color verde claro, ahora estaban de un tono tan oscuro que parecían negros; casi enteramente negros. La oscuridad parecía haberse cernido sobre él. El anciano sonrió nuevamente. Esto estaba poniéndose interesante.  

—¡Quiero que nos liberen a los tres ahora mismo! —demandó Raidel. Su voz seguía siendo resonante y tenebrosa como antes. El sonido era parecido a lo que emitiría un demonio—. No tienen por qué preocuparse. Nos largaremos cuánto antes y nunca más volveremos.

Uno de los Generales de División se burló abiertamente de sus palabras. Cuando terminó de reírse, dijo:

—¿Acaso entiendes la situación en la que te encuentras? ¿Crees que puedes hacer lo que se te de la gana solo porque tienes un rehén? —parecía algo molesto—. ¡Mira a tu alrededor, maldita sea! ¿Crees que permitiremos que te vayas así sin más? ¿En serio piensas eso?

—Si no lo hacen, entonces carbonizaré el cráneo de este idiota —se limitó a decir Raidel, lo que hizo que Stanferd diera un respingo del susto.  

El General soltó un suspiro.

—Creo que todavía no comprendes tu situación —alzó una mano, y a continuación varios Capitanes se movilizaron y sujetaron a Threon y Dantol.

—Bien —prosiguió el General—. Tú tienes un rehén y nosotros tenemos a dos.

Los segundos pasaban y nadie se movía ni decía nada. Raidel parecía estar tranquilo, pese a que ahora sus dos amigos estaban como rehenes.

—¿Qué mierda es esto? —explotó entonces Stanferd, con la cara llena de lágrimas y mocos—. ¡Hagan lo que el niño dice para que me libere ya mismo! ¿No me digan que piensan oponerse a las exigencias de esta... esta... esta bestia?

¡Cállate Stanferd! —dijo el General—. Solo has silencio y deja que nosotros nos encarguemos.

—¡Tú no eres nadie para callarme! —replicó Stanferd con exasperación—. ¿Saben que puedo morir si no cumplen las exigencias de este monstruo? ¡Estamos hablando de mi vida, maldita sea!

—¿Estás diciendo que lo dejemos libre tal y como él lo pide? ¿Acaso no quieres hacerle pagar la humillación por la que te hizo pasar?

—¡Más importante es mi vida, idiota! —dijo Stanferd, completamente desquiciado—. ¡Después podremos buscarlo y matarlo, no importa! ¡Lo único que importa es que yo esté a salvo!

El General se volteó, haciendo caso omiso a sus palabras. Posó la mirada sobre Raidel.

—Bien, entonces sigamos en lo que nos quedamos —dijo. No sonreía, pero sus ojos tenían un destello de satisfacción—. Si sueltas a Stanferd, prometo que ustedes tres no tendrán una muerte dolorosa. Pero si sigues empeñándote en intentar que los liberemos, entonces les esperará muchos y muchos años de largas e interminables torturas —lo miró a los ojos—. ¿Me entiendes?

Raidel no dijo nada. Su expresión en el rostro era indecifrable, pero cualquiera podría haber dicho que estaba ante la espada y la pared, y que no sabía qué era lo que podría hacer a continuación para librarse de la muerte.

—Hazlo —murmuró débilmente Dantol, con la mirada baja—. Entrégalo.

—Sí —lo apoyó un resignado y ensombrecido Threon—. Hemos perdido. Ya no hay nada que podamos hacer. Esto se acabó...

Raidel tampoco dijo nada en esta ocasión. Parecía que seguía buscando alguna forma de librarse de todo esto.

Y en aquel momento, el rey, quien no había despegado la mirada de Raidel desde hacía un buen rato, se aclaró ruidosamente la garganta.

—Bueno, esta situación se está poniendo algo tensa, ¿no? Pero yo tengo la solución para complacer a ambas partes —se dirigió hacia Raidel—. ¿Qué tal si formas parte de mi ejército?

Aquella propuesta cogió a Raidel tan desprevenido que soltó repentinamente a Stanferd, quien cayó al suelo como una piedra, golpeándose fuertemente la cabeza.

Raidel lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué dijiste?

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora