✡ LXVII

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Capítulo 67: La Entrada

Una vez que el trato estuvo sellado, Raidel, Sylfer y los centauros se dirigieron hacia las cavernas subterráneas; el único lugar conocido en el que crecía la planta Nayota.

Raidel y Sylfer iban sobre los lomos de los centauros como si éstos fuesen caballos. Después de todo, la mitad inferior del cuerpo de los centauros eran las de un caballo, por lo que la diferencia de viajar entre uno u otro era indistinguible, salvo que a los caballos se los manejaba con riendas, no como los centauros que estaban como en piloto automático.

Raidel observó que, pese a que ya habían recorrido varias decenas de kilómetros, el paisaje del desierto seguía sin cambiar demasiado: No se veía mucho más que arena, arbustos, hierbas, cactus, y hasta a veces una que otra palmera. Lo único que cambiaba era la posición de las gigantescas montañas rocosas que yacían a lo lejos: Se estaban acercando a ellas, lo que hacía que Raidel estuviera con los nervios de punta. No podía olvidar cuando apenas logró matar a aquel cangrejo gigante llamado Zirgo. Él casi los mata primero. Y dado que las montañas rocosas eran el hogar de todas las criaturas salvajes de este desierto, era muy probable que se encontraran con otra de esas bestias casi invencibles si se acercaban demasiado a aquellas montañas endemoniadas. ¿Qué tal si se encontraban con toda una manada de Zirgos? ¿El ejército de centauros sería capaz de derrotarlos? ¿Exactamente qué tan fuertes eran los centauros?

Y con esas preguntas rondando por su mente, el tiempo pareció ir mucho más deprisa porque Raidel se sorprendió cuando los centauros empezaron a aminorar la marcha poco a poco hasta que finalmente se detuvieron por completo. Habían llegado a su destino.

Raidel bajó del centauro de un salto. Tenía la vista al frente. El exterior de la caverna o cueva era una pequeña formación rocosa con una gran cavidad en el centro que Raidel suponía que era la entrada. Visto desde el exterior, parecía un lugar muy pequeño, pero el muchacho estaba consciente que desde allí no había forma de saber qué tan grande era en realidad, ya que normalmente las cavernas se extendían hasta los subterráneos y, según tenía entendido, a veces eran tan amplias que abarcaban varios kiĺómetros de extensión. Raidel se preguntó qué tan grande sería esta caverna en realidad.

El líder de los centauros, quien era inconfundible por su pelaje blanco y por ser más robusto que los demás, le hizo una seña a otro centauro para que se acercara, el cual no tardó en responder a su llamado. Se trataba de un tipo cuyo cabello, acabado en una trenza, era tan largo que le llegaba hasta la cintura. Además, su pelo estaba tan mugroso y ennegrecido que parecía que no se había bañado en años. 

—Yo me quedaré aquí personalmente hasta que los humanos regresen con las plantas curativas —declaró el líder tajantemente—. Tú regresa a casa. Llévate contigo a las dos terceras partes de nuestras fuerzas.

El centauro de la trenza asintió y no perdió el tiempo en marcharse con los doscientos centauros, de modo que solo quedaron cien.

Tras su partida, habían dejado una gran estela de polvo que se levantó por todo el lugar. Raidel se tapó los ojos por unos segundos para que no le lagrimearan.

Por su parte, el enano se acercó al jefe centauro y carraspeó para llamar su atención. Sylfer era tan pequeño que el líder no lo había visto aproximarse.

—Bueno, esto no nos debería de demorar más que un par de horas —manifestó el enano, aparentemente despreocupado.

—Espero que cumplan su parte del trato —se limitó a decir el líder centauro. Su voz seguía teniendo un deje de desconfianza.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora