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Capítulo 2: Examen de Graduación: Uno vs Ciento Cincuenta

—Vamos, muchacho, coge tu armamento de una vez por todas —decía en aquel momento el viejo James, sacando a Raidel de su profundo ensimismamiento.

Raidel, precavido como un ciervo, fue hasta uno de los estantes de armas a coger su espada de madera, casco, gorjal, armadura y tobilleras. Una vez se los hubo puesto, esperó pacientemente a que alguien soltara una carcajada, diciendo que todo esto había sido una broma. Pero como eso no sucedió, Raidel tragó saliva, y miró desesperadamente a los rostros de los demás aprendices, intentando sacarles la verdad oculta. Pero al poco tiempo se dio cuenta de que la única verdad era que este examen de graduación iba muy en serio. Al parecer, no se trataba de ninguna clase de broma ni nada por el estilo.

Raidel, más nervioso que nunca, avanzó por el inmenso salón, hasta quedar frente a frente con los ciento cincuenta aprendices a los que se suponía que debía derrotar. Ellos tomaron rápidamente posiciones de batalla.

Raidel vio que, sobre la tarima, el viejo James estaba expectante. Pocas eran las veces que le había visto tan emocionado. Y claro, su posición era perfectamente entendible, ya que el grandioso espectáculo de una paliza de proporciones descomunales hacia un pobre niño de trece años no se veía todos los días...

Raidel se forzó a tranquilizarse, y una vez lo hubo logrado, él también adquirió posición de batalla.

—¡Luchen lo mejor que puedan! —les decía el viejo James a los ciento cincuenta aprendices—. ¡No se contengan solo porque es un niño!

Una sonrisa sombría recorrió el rostro de Raidel.

Aunque ahora que se fijaba, habían varios de sus amigos en aquella multitud contra la que debía luchar. Según le pareció ver, la mayoría de aquellos aprendices le doblaban la edad. Hasta estaba Herwin entre ellos, a quien le habían apodado "El Eterno Aprendiz". Tenía como cuarenta años y todavía no se había graduado.

—Bien —dijo de repente el viejo—. ¿Listos?

Los aprendices asintieron con la cabeza, con las espadas en lo alto y sin dejar de mirar a Raidel. Sus ojos desbordaban una emoción incalculable, aunque más que ello, eran desafiantes.

—¡Entonces que empiece el combate! —gritó el viejo, aún con esa sonrisita de entusiasmo en el rostro, como si estuviera dibujada con pintura permanente.

Raidel apenas tuvo tiempo para tragar saliva, cuando una multitud incalculable se abalanzó hacia él con sus espadas de madera en lo alto. Al parecer, no iban a mostrar ninguna clase de piedad. Entonces él tampoco lo haría.

Raidel corrió hasta su encuentro, blandiendo su espada a diestra y siniestra. Alcanzó a varios que cayeron al suelo como muñecos de trapo. Algunos retrocedieron instintivamente, pero otros siguieron adelante. Varias espadas lo alcanzaron, pero por cada golpe que recibía, él daba diez más.

En medio de la batalla y al ver que lo estaban rodeando, Raidel no tuvo más opción que retroceder y pegarse a la pared para proteger su espalda. Vio que los pocos luchadores a los que había logrado tumbar se estaban reincorporando nuevamente para continuar con sus ataques.

Raidel blandió su espada con más rapidez todavía, al tiempo en que daba patadas, cabezazos, codazos y rodillazos, pero la interminable multitud seguía viniendo hacia él con tal vigor e ímpetu como si el viejo les hubiese prometido cincuenta monedas de oro a quien lo derrotase, lo que no habría sido muy inesperado viniendo de él, pensó Raidel lúgubremente.

✡ Guerra de Dioses y Demonios 1: El Nacimiento del Guerrero ProdigioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora