Capítulo 1

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—¿Eso es todo? —preguntó el muchacho boquiabierto —¿Tanto lío para decirme que se comporta como un adolescente normal? Quédese tranquilo, que a mí nadie me va a faltar el respeto.
—Repitió segundo y cuarto. Golpeó a sus compañeros en varias ocasiones. Y una vez golpeó a un profesor.
—¿Le preguntó por qué hizo eso? —quiso saber Gabriel.
—¿Y por qué iba a ser? Causar problemas es su afición. Quattordio es un chico problemático.

                                 ***
Capítulo 1
       Desde la primera vez que conoció a Renato, el chico ya le había mostrado el dedo del medio como cuatro veces. La misma cantidad de veces que había interactuado con él.
     La primera vez que lo había visto, Renato llegaba a la escuela del brazo con una chica. De pelo y ojos oscuros como los él, anteojos, y un rodete algo desordenado a lo alto de la cabeza. La chica le había dado un beso en la mejilla antes de salir corriendo hacia donde estaban sus amigas.
    Lo que le había llamado la atención a Gabriel  era que el chico llevaba el bolsillo izquierdo del guardapolvo medio salido y se había quedado estancado en la entrada, en el hall del establecimiento, tratando de descocerlo del todo, tirando con fuerza, frunciendo la cara. Se le hacían unas arruguitas en el entrecejo de lo más graciosas.
     Había guardado el pedazo de tela que había podido sacar en el otro bolsillo y se había acomodado la mochila al hombro cuando Gabriel se le había acercado. Por suerte, no había nadie en el lugar en ese momento, lo que lo había llevado a preguntarle sin ponerlo en evidencia:
—¿Qué le pasó, que tiene el guardapolvo roto? ¿No tiene otro?
    Su voz había salido suave, pero Renato, mientras empezaban a entrar más alumnos a la escuela, lo miraba impenetrablemente serio y alzaba el dedo del medio en medio de su cara, a centímetros de su nariz. Luego, se había alejado hacia el patio sin decir ninguna palabra.
— ¡Eh, Señor!  —Quiso llamar la atención del muchacho, tratando de sonar con autoridad. Primero, quería que le explicara por qué ese atrevimiento y que le contestara lo que le había preguntado, pero ya estaba todo preparado para dar la bienvenida a las clases de ese día y había olvidado todo.
    La segunda vez lo había visto con un arito en la ceja. El reglamento lo prohibía expresamente y Gabriel le había dicho que se lo sacara para que no tuviera problemas. Y entonces le había levantado el dedo del medio.
    La tercera vez fue porque su guardapolvo, al que le faltaba un bolsillo, estaba manchado. Se le había acercado en seguida y le había vuelto a preguntar qué le había pasado y si no tenía otro. Y ahí otra vez, como si no debiera faltar, le había mostrado el dedo.
     La cuarta vez… en ese mismo momento en el patio.
     Era comienzo de clases y los chicos estaban esparcidos en grupos o solos por el patio, esperando la palabra del rector. El cielo despejado, solo corría el aire fresco, las risas y las voces de los estudiantes. Una pequeña escalera llevaba a una de las puertas de la oficina de los perceptores y desde ahí salió el Rector, con su camisa y pantalón de vestir, llevando un micrófono con pie para dejarlo preparado frente a la puerta.
   El hombre recorrió la mirada por el patio, volteó a mirar al interior de Preceptoría y llamó a su hijo con la cabeza. Gabriel se puso al lado y el hombre le dijo, mirando a un punto en la distancia:
—El de ahí es Quattordio. El que está hablando con esa chica, Torres.
    Cuando Gabriel miró hacia donde indicaba, Renato y la chica se estaban besando en la boca. Lo veía de perfil, pero lo reconoció rápido. Era ese chico que el año pasado lo había tratado de una manera un tanto especial. 
—Recién empiezan las clases y ya se manda una.
—Es un chico. No está haciendo nada malo, Señor.
—Y esto es una escuela.
—¿Vos nunca te enamoraste en una escuela? ¿Usted? —Corrigió Gabriel automáticamente.
—No andaba a los besos dentro del establecimiento.
    Gabriel rodó los ojos. Alejandro le dio unas palmadas en el hombro, se dio media vuelta y fue al interior. El ojiverde no se movió, siguió observando un poco más y entonces pasó: los ojos del vigilado se fijaron en los de Gabriel, que no intentó disimular que lo había estado mirando, y entonces le mostró el dedo del medio.
      Debía armarse de paciencia, se repitió en su interior.
      No estaría tan pendiente del castaño si su padre no le hubiera hablado de él. Pero no estaba pendiente porque su padre se lo había pedido expresamente, sino porque, de alguna manera, quería acercarse y comprenderlo.
      Solo había querido que cumpliera el reglamento para que su padre no se pusiera pesado cuando le había ordenado que se sacara el arito. Solo quería saber por qué a veces llegaba al colegio desaliñado, solo quería entenderlo un poco más. Pero estaba a la vista que Renato Quattordio no quería que lo entendieran.
     O solo era que no le caía bien.
     O solo había empezado mal. Debería acercarse de otra manera al chico.
     Debía armarse de paciencia, repitió.
     Tampoco quería que el chico siguiera viéndolo como alguien a quien pudiera pasar por encima. Tenía que conciliar esas dos ideas.
     Gabriel entró al aula después de que la preceptora hubiera pasado lista y les hubiera dictado el horario de clases. Habría escrito el horario en el pizarrón para resultarle más fácil, pero ya había escrito algo en él: números, sumas, restas, cuentas y más cuentas.
     Renato se tensó en el asiento. Lo que le faltaba: tenerlo de profesor. Tener de profesor a ese metido y además hijo del rector. Ya se imaginaba por qué había entrado a dar clase en el colegio tan joven.
—Buenos días, soy Gabriel Gallicchio. —Mientras hablaba sus ojos recorrían la clase, hasta que se topó con los ojos de Renato, que lo miraban como aburrido. —Profesor de Matemática… Quattordio, sientese adelante, por favor.
    Pero que era idiota. ¿Ahora cómo hacía para disimular que sabía su apellido si apenas lo conocía? No conocía ningún nombre más.
—Yo me siento siempre atrás, profesor.
—No le pregunté. En mi clase va a sentarse adelante. Si quiere, su amiga puede sentarse con usted. —Se refería a la chica con la que se había estado besando en el patio.
     La chica ya se había puesto de pie con sus cosas, obediente. Renato la miró, largó el aire furioso y también se puso de pie. Los que estaban sentados en los pupitres de adelante se levantaron e intercambiaron lugares con ellos.
—Muchas gracias. Bueno, estuve pensando en ver cuánto se acuerdan de lo que vieron el año pasado. Su profesora anterior me dio un apunte con lo que estuvieron viendo y yo armé unos ejercicios para que pasen a resolverlo en el pizarrón. Pero antes, voy pasando lista, así sé sus apellidos.
—El mío lo sabe muy bien —soltó Renato, que miraba al profesor con los brazos cruzados.
    Gabriel carraspeó y decidió fingir que no lo había escuchado. Diez minutos después, en los que nombraba a cada alumno y estos levantaban la mano, se puso de pie con la lista y mirando atento a la clase:
—Quattordio, pase.
    Tal vez era mejor si pasara y así poder ayudarlo mejor con la materia. Además, un pequeño castigo por mostrarle su dedo del medio no le venía mal a nadie.
—No. ¿Para qué?
—Quattordio, pase, y haga lo más que pueda.
   Renato no esperaba empezar así las clases, pero quiso hacer su mejor esfuerzo, por lo que se puso de pie y se acercó.
   No entendía nada. No sabía si eran números o un texto en árabe. Se quedó mirando el pizarrón. Los latidos de su corazón se hacían sentir más que de costumbre.
    Una risa se escuchó entre los estudiantes y un “Burro" dicho algo bajo, pero perfectamente audible para Renato y Gabriel.
    Renato trató de no hacerle caso y seguir pensando. Los segundos pasaban, otra vez la risa.  —¿De qué se ríe? —preguntó de pronto Gabriel, acercándose a la primera fila de asientos para mirar desde ahí al alumno en cuestión. —Esto no es para reír. Todos estamos acá para aprender…
—Lo vimos el año pasado eso, se quedó ahí como media hora —dijo Athié y volvió a reír.
—¡Te voy a matar! —le gritó Renato, dando un paso para rodear el escritorio y acercarse a su compañero. Una mano grande se empotró en su pecho y él frenó el avance.
—Usted no va a hacer nada. Sientese, Quattordio. Athié, adelante.
    La risa le quedó atorada. La mirada de Gabriel lo perforaba y una apenas sonrisa se asomaba por sus labios. Pero Athié se puso de pie y se acercó al frente.
—A ver si así sigue con ganas de reírse —le susurró Gabriel mientras le entregaba la tiza. Sebastián apretó los labios y le arrancó la tiza de la mano.
     Gabriel miró a Renato. El chico miraba hacia bajo, las piernas largas en jogging estiradas por debajo, un tobillo encima del otro y los brazos cruzados. Parecía distraído.
    Volteó a mirar nuevamente al estudiante: de los diez ejercicios en el pizarrón, ya había hecho seis… Y los había hecho bien.
    Hizo todos muy bien. Y algunos compañeros empezaron a aplaudirle y a hacerle vivas. La mano de la chica descansaba en el hombro de Renato, dándole ánimos.
—Sí, me siguen dando ganas de reírme, profesor.
Los alumnos dejaron de aplaudir. Renato seguía mirando hacia abajo. Gabriel observó al chico ubicarse en su asiento y otra vez su mirada recayó en el castaño, que alzó la mirada, enojado. Su rostro todo rojo. De ira o vergüenza. O de los dos.
      Gabriel suspiró. Otra vez se había equivocado. No pegaba una.

                                 ***

—¡Papi, papi, te vine a bustar!
   Una nena rubia de ojos claros miraba cómo Gabriel bajaba las escaleras de entrada de la escuela. El corazón de Gabriel se infló al ver a Chiara con Lucía. 
—¿Vos me vas a invitar a comer?
   Gabriel llegó ellas y se agachó a la altura de la pequeña.
—Ti.
    Gabriel rio, los ojos desbordando luz, le apretó los cachetitos y le dio un besito en uno de ellos. Después, se puso de pie y besó en la boca a Lucía.
—¿Vamos a comer ya? Tengo que volver para las clases de la tarde.
—¡Upa, upa, upa!
    Lucía y Gabriel rieron y el hombre agarró a la nena, que estiraba sus abracitos hacia él. Caminaron entonces a la cuadra de enfrente.
   Aquel mediodía, Bruna, la hermana de Renato, fue a pasear con sus amigas. Ella se lo había comunicado el día anterior a su madre y a Renato mientras comían salchichas en la cena. Iría a ser un rato, que no se preocupara le había dicho, y entonces habló con Fausto para que lo fuera a buscar en su motocicleta. Salió de la escuela por el mismo lugar por el que había salido su profesor.
     Se había sacado el guardapolvo y guardado en la mochila. Su campera abierta y la capucha puesta. Se estaba sentando a esperar a su mejor amigo, cuando vio a Gabriel y a una mujer frente a un auto, que, supuso, era de su profesor, porque ya lo había visto estacionado por ahí en otras ocasiones. Lo vio besarse con la mujer y luego rodear el auto para entrar por el lado del conductor, lo que confirmó quién era el dueño del autazo ese. Se sintió incómodo al ver a un profesor besar a alguien, pero trató de no darle  importancia.
     La bocina y el ruido del motor lo aturdió cuando la moto de su amigo hizo una tremenda frenada a unos centímetros de sus pies, que se apoyaban en la vereda mientras se sentaba en el primer escalón.
—¡Fausto, la concha de tu vieja! —Exclamó del susto el castaño.
    Fausto se sacó el casco, revelando una cabellera rubia con unos inicios de rizos. Una sonrisa se asomó en su cara mientras veía a Renato ponerse de pie.
—Dale, subí. Tenés que comprarte un casco, Tato.
—Espero que lo hagas vos —dijo Renato al tiempo que se colgaba la mochila de modo que quedara sobre su estómago. Luego, subió a la moto.
—Agárrame de la cintura, pero no te enamores de mí. Sé que soy muy lindo y nadie podría resistirse...
—No sos mi tipo.
—Cierto. Tu tipo son los que trabajan en tu escuela.
    Renato no respondió, el agarre en la cintura de su amigo se hizo más fuerte.
—Perdón —le dijo Fausto al recordar—. No quise hacerte acordar de Andrés.
    No se había acordado de Andrés y de su estúpido enamoramiento hacia él. La imagen del rostro de Gabriel se le había aparecido en la mente de manera fugaz, y no entendía por qué  mierda, pero bueno, ahora sí se acordaba de Andrés.
—No lo nombrés más. Y estoy chapando con Ángela, puede que lleguemos a algo más, me gusta.
    Los alrededores de pronto se estaban llenando de los estudiantes de la tarde y Fausto tuvo que arrancar.


Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora