Capítulo 24

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    Alejandro seguía de pie cerca de la puerta, sin quitarles la mirada inquisidora de encima, y esa mirada seguía ahí en el tiempo que Gabriel le abría la puerta al chico y decía: “Nos vemos mañana, Quattordio".
      Renato devolvió el saludo y Gabriel, finalmente, cerró la puerta, para encontrar la mirada de su padre fija en él.

                                ***



Capítulo 24

—¿Y a qué venías? ¿Querés tomar algo? —preguntó Gabriel, tratando de que no le temblara la voz.

—Se olvidó las hojas —dijo Alejandro, señalando hacia la mesita con las hojas todas desordenadas.

—Uh, sí, mañana se las llevo. —Corrió hasta la hojas, las agarró y fue a guardarlas en un cajón de la mesita de su cuarto.

   Cuando regresó al living, fue directo a agarrar el helado que había quedado en el piso.

—Vine para que vayamos a cenar afuera con tu madre, Lean y Giula. Te pasaba a buscar con el auto. No sabía que estabas ocupado.

—No pasa nada… Tengo que cambiarme.

—Te espero.

    Eran las nueve y media de la noche cuando Renato entró a su casa y rápido fue directo a su cuarto. Su mamá y hermana estaban sentadas a la mesa de la cocina y voltearon a mirarlo, él les dio un apresurado saludo con la mano y siguió camino.

    A pesar de haber visto a Athié en la plaza y del padre de Gabriel apareciéndose en la casa del ojiverde, la sonrisa no se le iba de la cara. Y no quería que lo vieran, porque todo lo que estaba sintiendo en su interior se hacía evidente en su exterior: en su cara ardiendo, lo que evidenciaba que estaría rojo completamente, en los ojos, que estarían brillando con intensidad, y en esa sonrisa que no desaparecía.

       Y tenía ganas de gritar. Gritar de felicidad. Y de cantar y ponerse a bailar.

      Pero no hizo nada de eso, salvo su interior, que estaba revolucionado, y se acercó al pequeño y poco destartalado escritorio, que estaba al lado de la puerta, abrió uno de los cajones y sacó papel y su cartuchera con útiles. Se sentó y empezó a plasmar el arte que era Gabriel en esa hoja.

       Un minuto después, se escucharon unos golpecitos en la puerta.

—Renato Quattordio, ábrenos y cóntanos si la pasaste bien, por lo menos. —Era la voz de su madre, en tono de reto.

    Guardó todo en el cajón y se acercó a la puerta para abrir. Su madre y su hermana estaban esperando. Renato las miró y la sonrisa se le formó en la cara casi sin darse cuenta.

—Eso es un sí —dijo Bruna.

—¿Y esa ropa? —le preguntó Valeria.

—Es de Gabriel. Tuvimos un percance.

    En ese momento, empezó a sonar el teléfono de la casa, que estaba en la mesita al lado del sillón, en la salita. Valeria fue a atender, mientras Bruna decía que iba a terminar la tarea antes de la cena. Renato estuvo apunto de cerrar la puerta, pero la voz de su madre lo llamó.

—¡Es Gabriel!

    Renato corrió al teléfono y frenó abruptamente ante su madre.

—¡Tato, por favor, tené cuidado! —Lo retó, pero, a la vez, reía.

    Valeria le entregó el teléfono y lo dejó solo.

—¿Me llamaste para decirme que se pudrió todo con tu papá?

Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora