Capítulo 5

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     El profesor se acercó a su mesa y le entregó la prueba en la mano. Quedó mirándolo raro cuando vio que le sonreía y volvía a su escritorio. Con las cejas fruncidas vio el gran siete en rojo y luego un “¡Felicitaciones! 😉”. En lápiz decía: “No hago caritas tan bien hechas como las que hace usted, pero quise intentarlo".
     Renato se quedó boquiabierto y luego sonrió un poco. Una sonrisa que desapareció tan rápido que uno podría dudar si había o no sonreído. ¿Cuánto iría a durar esa actitud de su profesor? Solo sería cuestión de tiempo, pensaba Renato. Los profesores nunca son buenos con sus alumnos, o al menos, nunca eran buenos con él.

                               ***
      
      Renato decidió confiar algo en él, o al menos trataría de molestarlo un poco menos. Se dio cuenta de que no estaba funcionando cuando fue a devolverle la hoja de la prueba y a hacerle una pregunta.
    Gabriel estaba sentado tras el escritorio, acomodando unos papeles.
—¿Las clases de apoyo se suspenden? —Le preguntó, serio, tratando de que tuviera cara de pócker. No quería que le saliera suplicante.
—No, Quattordio, las clases de apoyo se mantienen hasta cuando yo lo diga, no hasta cuando lo diga usted. En la prueba estuvo muy bien, pe…
     Casi sin pensarlo, le mostró el dedo del medio. Fue automático. Lo retiró en seguida porque no había sido la intención.
—Perdón, la costumbre.
—Siga con eso y va a tener ocho horas de clase de apoyo en la semana y no cuatro, Quattordio —le previno su profesor. Renato intuyó que, aunque le había pedido perdón con sinceridad, Gabriel había creído que fue un comentario más para molestarlo—. ¿Y otra vez, Quattordio? ¿Qué quiere que haga con ese dedo? ¿Que le saque una foto y la ponga en un cuadro, que me lo muestra siempre?
—Quiere metérselo en el orto a usted, profesor. —La voz de Athié se alzó por sobre el murmullo de la clase.
      Hubo risas. Las caras de Renato y Gabriel expresaban lo sorprendidos que se sintieron ante ese comentario. Pero la sorpresa a Renato le duró un milisegundo porque ya estaba acercándose a Sebastián Athié para cagarlo a piñas. Renato no quería ver la cara de asco o disgusto que tal vez el profesor  estaba poniendo, por lo que se concentró solo en Athié y en sus ganas de matarlo.
     La silla en la que el ojiverde estaba sentado chirrió cuando se fue hacia atrás para ponerse de pie y detener al castaño. El chico ya había llegado a Athié, quien se había parado al verlo acercarse.
—¡Eh! —exclamaba Gabriel mientras se acercaba y veía el empujón que Renato le daba al otro.
—¡Dale, decí la verdad, Tato! Querés hacer eso… Pero no todos somos maricones como vos.
    Renato se iba a abalanzar a darle una trompada, pero al escuchar lo último, se quedó con el puño en el aire. El corazón empezó a martillear dentro de su pecho, sentía que se ahogaba. Una mano lo agarró del brazo alzado, el castaño se sacudió bruscamente y Gabriel lo soltó. El chico, con los ojos lagrimosos, salió del aula.
—Athié, vaya a Rectoría.
—¿Qué? Encima que le previne…
—Vaya a Rectoría.
    La mirada de Gabriel era ruda. Sentía una ira interna que estaba conteniendo de una manera…
      Sebastián apretó los labios y salió del aula. Gabriel se dio la vuelta y trató de que el enojo no se le notara en la cara. Vio que el asiento en el que se sentaba Ángela estaba vacío. Había salido del aula también. Fue hasta el pasillo para dirigirse a Rectoría y vio que la chica estaba abrazando a Renato. Siguió su camino a Rectoría sin molestar, tal vez al castaño le haría bien estar un rato con ella.
    Cuando entró a Rectoría, Athié estaba sentado ante el escritorio y su padre estaba pidiéndole explicaciones de por qué lo había enviado ahí.
    Athié se recostaba en la silla y decía: “No hice nada. Están todos locos en esta escuela".
—Le faltó el respeto a un compañero —habló Gabriel—. A Quattordio.
—Son chicos, Gallicchio, debe ser una pelea de chicos.
—Quattordio me golpeó.
—¿Y por qué Quattordio no está acá con nosotros? —preguntó el Rector.
—No lo golpeó —solo dijo Gabriel.
—Me empujó.
—Yo me voy a encargar de eso.
—Está bien, Gallicchio, pero que sea la última vez. Ya le estamos dando muchas oportunidades.
—No lo puedo creer —dijo Athié, molesto.
—Está en quinto año, señor, llegó hasta acá, está poniendo su esfuerzo para seguir estudiando, para terminar el colegio. Esa es una de las oportunidades que va a perder. Y se sacó un siete en la prueba de repaso, eso tiene que servir para que vea el esfuerzo que está poniendo… ¿Y qué dice de la situación horrible que Quattordio tuvo que vivir recién en el aula por el comentario irrespetuoso de Athié?
—A Renato le gustan los pibes, ¿no sabía eso? ¿Por qué sigue en el colegio?
—¿Y qué? ¿Eso es justificativo para tratarlo así? ¿O para echarlo? Esa actitud suya no se justifica con nada, Athié. Y no tiene nada de malo que le gusten los chicos.
—¿Y que se tiró a un profesor? ¿Eso tampoco sabían?
    Gabriel miró a su padre entre sorprendido y confundido.
—Ese tema ya fue resuelto, Athié. El profesor de Inglés vino y me lo contó. No pasó nada entre ellos y además el hombre renunció.
    El chico se le había declarado a Andrés Gil, el profesor de Inglés. Este lo había rechazado con la mejor educación del mundo y Renato se había atrevido a darle una trompada. Eso le había contado el profesor y Renato recibió una suspensión de tres días por el suceso del golpe.
    Gabriel quedó atontado al enterarse de que Renato se le había tirado a un profesor, pero en seguida reaccionó.
—Pero ¿porque le gustaba alguien es motivo para echarlo?
—Bueno, le voy a hacer firmar una amonestación —interrumpió el Rector, para que el asunto no se fuera a mayores. Conocía a su hijo y Gabriel estaba muy enojado—, pero Quattordio tampoco se salva. Eso de empujarlo no estuvo bien —habló Alejandro Gallicchio.

     Renato no quería volver a toparse a Gabriel nunca más en su vida. ¿Con qué cara lo miraría? Tal vez aquella situación hacía que Gabriel suspendiera las clases de apoyo, no querría estar solo con él, aquello era lo único bueno de todo eso.
     Renato no fumaba siempre. Alguna que otra vez cuando estaba con Fausto, pero otras de las veces fue porque estaba nervioso y estresado. Eso lo hacía fumar. Y ahí estaba, en el baño del colegio. El comentario de Athié sobre él  y su profesor lo había sacado de sus casillas. Y esa frase: “Pero no todos somos maricones como vos"... Creía que nadie sabía… Pero estaba equivocado. Aquel hecho que lo destrozó era conocido por Sebastián, no podía ser casualidad que hubiera dicho la misma frase que Andrés le había dicho cuando se había sentido en confianza como para hablar de sus sentimientos con él.
     ¿Qué actitud tendría ahora Gabriel respecto a él? ¿Realmente, le importaba? Estar en el baño fumando por eso le decía que sí.
    Gabriel salió del despacho con Athié siguiéndolo. Mientras volvían al aula, el ojiverde pensaba que necesitaba hablar con Renato. Estaba muy afectado por ese comentario y quería que, de alguna manera, se sintiera bien. Pero Renato no había vuelto al aula. Pidió a los alumnos que se quedaran allí y no hicieran ruido y salió a buscarlo.
    Buscó por los pasillos, por el patio y luego decidió ir a los baños. Era seguro el lugar indicado, ya que tampoco había aulas vacías.
      Y no estaba equivocado.
     El castaño estaba apoyado en la pared interior de un cubículo, con la puerta abierta y fumando. Justo cuando lo vio, daba una calada.
—Lo estaba buscando.
   Renato no lo miró.
—¿Qué hace acá?
—Aparte de que la clase no terminó, quería hablar con usted.
—Usted no me interesa para nada, puede respirar tranquilo. Athié dice cualquier cosa. No se preocupe por si lo toco, porque no lo voy a tocar.
—Ya sé. Pero igual ¿tan feo soy?—le dijo Gabriel y ahí Renato lo miró.
   Gabriel sonrió al ver que Renato lo había mirado sorprendido al tiempo que quería sonreír,  pero a la vez no, y apretaba los labios de forma graciosa. Después hizo el gesto de “hambre" con una sonrisa de costado mientras volvía a apartar la mirada y daba otra pitada.
—Pero que le gusten los chicos también no es nada malo.
—¿A usted le gustan los hombres? —Le preguntó el muchacho, regresando su mirada hacia él.
—No, pero no me tienen que gustar para que no me parezca mal.
    Renato suspiró y dejó de mirarlo otra vez. Su corazón apretándose fuerte. Estaba hablando del tema bastante bien, pero eso no quitaba que, si un chico se le acercaba, fuera a mandarlo a la mierda. Tal vez hablaba así solo porque no le había pasado.
—¿Sabe que no puede fumar acá, no?
—Uh ¿y le va a decir al papi?
    Volvió dar una calada mientras miraba a Gabriel fijamente, provocándolo.
—Le digo al Rector y puede ser expulsado de la escuela. ¿Eso quiere? No le voy a decir nada, pero apague ese cigarrillo. Ahora.
—¿Y si no?
—Me estás colmando la paciencia.
     Y haberlo tuteado daba perfectamente cuenta de eso. Pero Renato se preguntaba si su profesor se daba cuenta cuando lo tuteaba. No fueron muchas veces, pero había pasado. De cualquier forma, cada segundo lo trataba de “Usted" y lo llamaba por su apellido. Por alguna razón aquello lo irritaba.
—¿Por qué no le va a decir?
—Trato de darles varias oportunidades a mis alumnos. Aproveche, que se acaban las suyas.
—Entonces, ¿no le va a decir? ¿Puedo confiar en usted?
     Se quedaron mirando a los ojos. A Gabriel le conmovió que le preguntara eso.
—Por supuesto —le respondió.
      Terminó de decir aquello, dio media vuelta y salió del baño. Renato se lo quedó mirando en todo su recorrido. ¿Por qué hacía todo eso si sabía que podría tener problemas? ¿O ser hijo del rector lo salvaba de muchas cosas? Suspiró, tiró el cigarrillo acabado en el inodoro y tiró la cadena. Entonces, salió del lugar y regresó al aula.
     Hubo algunas risas y miradas hacia el chico cuando entró y Gabriel los hizo callar. Renato trataba de no mirar a sus compañeros, le dirigió una sonrisa a Ángela, quien se la devolvió, y luego miraron al profesor, que empezó con la clase.
     Recordó en ese momento la carta para Ángela.
No sabía si dársela. Lo haría todo más serio lo de su relación con ella y no sabia si estaba listo. No quería ilusionarla. Con que fueran amigos con derecho estaba bien. Al menos podía entregarle el dibujo.

      El rector entró al aula en mitad de la clase de Literatura.
—Disculpe, profesora, necesito hablar con el señor Quattordio.
    Renato miró asustado. Se había olvidado del empujón que le había dado a Athié en el horario de Matemática. Seguro tendría que ver con eso. Seguro Sebastián le había dicho lo que pasó. Tal vez no era solo lo del empujón lo que lo llevaba  a hablar con él, también podía ser que quería echarlo por ser bisexual y tal vez pensaba que había querido tirarse a su hijo. Muchos pensamientos pasaban por la mente del chico. Pero nada lo había llevado a pensar en la verdadera razón por la que el Rector ser acercaba a él en ese momento.
—Quattordio, vacíe los bolsillos.
—¿Qué? No.
—Por favor, Quattordio.
    A simple vista, el Rector podía ver que los bolsillos del guardapolvo nuevo de Renato estaban vacíos.
    Renato hizo lo que le pedía ante la atenta mirada de todos sus compañeros. Se levantó el guardapolvo para hacerle ver al Rector que sus jeans no tenían bolsillo.
—La mochila.
—¡No!
    Alejandro se acercó al respaldo de la silla y agarró la mochila casi vacía que Renato había colgado ahí. Tiró todo su contenido en una mesa cercana. Había unos papeles, que cayeron a los pies de Athié, unos lápices, sacapuntas, y dos cigarrillos, que el hombre agarró.
—Estuvo fumando me dijeron.
—Mentira.
        Una voz alta y fuerte se escuchó. La persona dueña de esa voz (Athié) tenía un papel en la mano y leía, tratando de no reír, como si fuera un poeta que recitaba un poema:

Ojos que te atraviesan con la mirada.
    La cabeza de Quattordio volteó bruscamente. Reconocía eso perfectamente.
Ojos del color de las hojas verdes de los árboles en verano.
Sonrisa que mueve el mundo.
Tus arrugas en la nariz al sonreír son magia.
    Athié y otros más rieron.
—¡Qué romántico, Quattordio! ¡Y con corazones!
      El chico mostró la hoja a la clase.
—Ojos color verde… ¿Quién puede ser, no?
     Renato se apresuró a acercarse y arrancarle la hoja de la mano.
—Es de mi hermana.
    El chico estaba colorado. ¿Por qué todos lo miraban? ¿Por qué reían? ¿Qué hacia esa hoja ahí, si él había hecho la carta con el poema que había encontrado en un libro? Miró bien la hoja. Su hermana había cambiado el escrito.
—¡Bueno, basta! Quattordio, acompáñeme, va a firmar dos amonestaciones.
       Dos. Tres más y lo echaban.

     Gabriel se acercaba a Rectoría porque la profesora de Literatura le había contado el incidente de su clase. Renato salía justo de ahí y estuvo apunto de hablarle. Pero este lo miró de reojo y siguió de largo.
     Entró a la oficina sin golpear. Alejandro estaba tras el escritorio, revisando unos papeles.
—¿Delante de sus compañeros? ¿Revisaste su mochila y pusiste sus cosas a la vista de todos? Papá, ¿y la intimidad? Tenía cosas privadas ahí el chico. Lo expusiste delante de todos sus compañeros. —Habló de una.
—Así aprenden ellos también.
—Algunos se le rieron en la cara. ¿Les dijiste algo al menos?
—Eso es lo que menos importa.
—Importa por la salud mental del alumno. Los chicos son muy crueles, papá. ¿No pensaste en cómo debió sentirse Quattordio? ¿Y si sus compañeros empiezan a molestarlo?
—¡Termínala! Déjame hacer mi trabajo, Gabriel. No te confundas. Vos sos el profesor de matemática acá y yo soy el Rector. No pases la línea.
—Disculpe, señor de la realeza por ser su hijo y por pensar en el bienestar de sus alumnos también.
—Gallicchio, el chico estaba fumando en el establecimiento, en el baño mientras usted y yo hablábamos con Athié.
—No estaba fumando.
     Le estaba mintiendo al Rector, a su padre, le estaba mintiendo y no le importaba.
—¿Qué? Eso me dijo Athié. Que estaba fumando en el baño.
—Cuando volvimos al aula, yo vi a Quattordio tras el tacho de basura en el pasillo fuera del aula. Yo quería hablar con él por lo que había pasado y lo tuve vigilado. Fue al baño y lo seguí. Solo hizo sus necesidades, hablé con él lo que tenía que hablar y después volvimos al salón.
—¿Y esto? —Alejandro abrió el cajón del escritorio y agarró los dos cigarrillos que había encontrado en la mochila del chico, y se los mostró. —Esto estaba en su mochila.
—¿Y qué? Eso no quiere decir nada. Lo tenía guardado, pero eso no quiere decir que iba a fumar en el colegio.
—¿Y por qué mentiría Athié, entonces?
—Usted vio cómo se comporta Athié con Quattordio. Son chicos. Se pelean y tienen encontronazos. ¿Va a entrar en sus juegos? ¿A quién le vas a creer?
    El hombre suspiró mientras miraba a su hijo a los ojos.
—A usted —dijo.
 
         Renato estaba en clase, pero no escuchaba al profesor. El golpe que sintió en su interior casi lo derrumbó. Estaba furioso, dolido, decepcionado. Se sentía traicionado. Su profesor de Matemática las iría a pagar.

    



Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora