Capítulo 35

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—¿El profesor de Matemática otra vez al ataque? ¿Cómo van esos ejercicios?
     Los latidos del corazón de Renato parecieron intensificarse.
—Bien.
   Y no, no estaban bien, pero le dio cosita decir la verdad.
—Me pone contento. Sé que vas a lograrlo.
—Sí —dijo el chico, nada seguro de eso.
—Bueno, te dejo, tengo trabajos que corregir.
“Y yo ejercicios de matemática que realizar sin morir en el intento", pensó Renato en su interior.


                                    ***


Capítulo 35

     Renato cortó el llamado con Gabriel, retiró las cosas de la mesa y las puso en una de las sillas libres, para después ponerse a hacer el almuerzo para él y para su hermana.

      La tarea la terminó tarde, pero se fue a dormir más temprano que otros días y después de mucho tiempo.

     Cuando a la mañana del lunes Renato y Bruna llegaron al colegio, con el sueño todavía en ellos, la chica se fue a la entrada lateral, donde estaba su grupo de amigos. Estaba ahí la mayoría de los alumnos, en realidad. Renato se quedó en la puerta principal, esperando a Gabriel con ansiedad. Ángela se le acercó y la vio cuando ya estaba por saludarlo.

—Hola, ¿todo bien? —preguntó la chica mientras se acercaba a darle un beso en el cachete al castaño.

        Renato respondió al saludo, pero sus ojos aún revoloteaban por los alrededores por si veía a Gabriel.

—¿Estás buscando a alguien? —preguntó Ángela, mirando alrededor ella también, como si haciendo eso pudiera saber qué era lo que buscaba el chico o a quién.

—No —respondió el castaño entonces, dejando de moverse y mirando a la chica.

—¿Entramos? Ya debería haber abierto la entrada.

—Sí, vamos. —Estuvo de acuerdo el chico. Ya vería a Gabriel en clases.

      Los dos dieron la vuelta a la esquina para dirigirse a la puerta lateral. La cuadra estaba vacía porque los estudiantes ya habían entrado a la escuela.

    Athié estaba apoyado en la pared debajo del techo y su mirada los siguió desde que entraron hasta que frenaron cerca de la fuente que estaba en el centro del patio. Las amigas de Ángela: Minerva, Agustina y Thais también estaban ahí y estuvieron por llamarla, pero al ver que estaba con Renato, decidieron no molestar.

    A pesar de saber que iría a ver a Gabriel a la primera hora de clases, Renato empezó a buscarlo otra vez.

—Sí, estás buscando a alguien —le dijo Ángela al notar que miraba en todas direcciones.

    Renato no podía evitar buscar a Gabriel. Debería empezar a ser más disimulado, o Ángela podría dejar de meterse en sus asuntos.

—No, Ángela, no, te dije que no —le soltó Renato.

—Ay, bueno.

—Perdón, voy al baño.

       Ángela se lo quedó mirando mientras Renato se dirigía en dirección a los baños. Definitivamente, buscaba a alguien.

—Hola, ¿te trató mal? —Athié había estado bastante atento a Renato y Ángela y le había hecho ruido el último intercambio.

—No me trató mal, Athié.

—Dejá de querer defenderlo.

     Ángela lo miró confundida.

—¿Qué te pasa?

—Yo sé lo que vi… Y te sigue gustando…

—Es más que eso.

     A Ángela los ojos se le estaban llenando de lágrimas.

     En clase, no tuvieron que entregar los ejercicios que había mandado Gabriel el viernes, al menos no todavía. Él los resolvió en el pizarrón junto a los demás en el salón o junto a Athié, que parecía querer demostrar que sabía más que todos, o más que él, pensaba Renato.

      Pero a Renato aquello lo alivió bastante por el momento, había hecho la mitad mal, y por suerte Gabriel no se enteraría.

      Athié no dejaba de mirar a Gabriel fijamente, no le caía nada bien el hombre y lo tenía entre ceja y ceja.

      Renato miraba a Gabriel cuando empezó a explicar el tema nuevamente, por algunas dudas que habían surgido de otros alumnos. Renato no había abierto la boca, pero había tenido las mismas dudas. Escuchó con atención, aunque de vez en cuando se le iba la mirada y se encontraba babeando por el ojiverde.

     “Siempre tan lindo", pensaba Renato, “Y siempre tan inteligente".

     Momentos de la noche del viernes no dejaban de pasar por su mente, por su cuerpo, por su corazón. Había hecho el amor con Gabriel y era muy difícil de olvidar y tampoco quería olvidarlo.

    Sonó el timbre del recreo más pronto de lo que a Renato y a Gabriel les hubiera gustado, pero no podían hacer mucho más.

    El chico resopló cansado y preguntó a Ángela si iba al patio. Ella le respondió que en seguida lo alcanzaba. Cuando salió, la chica se acercó a Athié, que apenas se levantaba de su asiento para salir del aula.

—¿Qué? ¿No vas con tu amor?

—¿Por qué mirabas así al profesor? Te vi de casualidad cuando le pedí a Agus si me prestaba su lapicera de brillitos.

—Está ocultando algo, quiero averiguarlo.

—¿De qué hablás? ¿Y qué te importa? Es un gran profesor y…

     Athié rio incrédulamente.

—¿Gran profesor? La otra vez casi me golpea, Ángela, se mete dónde no lo llaman, me manda ejercicios adicionales, tiene alumnos favoritos, no es un gran profesor. ¿Y ese mensaje de cumpleaños? ¿”Alguien especial" dijo?

—Sí, ¿y? Y lo del profesor seguro te lo merecías.

—Tengo la impresión de que está con una alumna.

—¿Qué?

—El mensaje en el pizarrón, Ángela. Alguien especial. Hay algo raro ahí. Y no parecía nada confundido ni tampoco lo bastante sorprendido para que no supiera quién se lo escribió.

—Eso está prohibido —Ángela dijo.

—Pero parece que el Profesor de Matemática no lo entiende.

—¿Lo vas a buchonear?

—Cuando encuentre suficientes pruebas para que me crean.

—Mmm yo no creo que esté con nadie de la escuela, Athié, está todo en tu cabeza. —Entonces, Ángela dio media vuelta y caminó entre los bancos para salir e ir al patio.

    En esos momentos, Gabriel estaba en la sala de profesores, recordando la conversación que habían tenido con Agustín y Gastón el día anterior, por celular, con altavoz.

    Después de hablar de cómo la había pasado en su cumpleaños, la charla siguió a cómo la había pasado con Renato.

—¿Tuvieron alguna cita real? ¿Fueron a algún lado? —Preguntó Gastón.

—Fuimos a una plaza una vez. Un rato. Nos revolcamos en el barro y tuvimos que volver.

     En ese momento, hubo un silencio sepulcral.

—¿”Nos revolcamos en el barro"? ¿Qué quisiste decir con eso? —Quiso saber Agustín, confundido.

—Eso quise decir —respondió Gabriel, empezando a avergonzarse un poco.

—Son extraños —dijo Gastón—. Primero, le pedís a Renato que haga la tarea, después se revuelcan en el barro… Yo… Yo no los entiendo…

    A Gabriel le ardió toda la cara.

—Bueno, viéndolo así… —dijo.

—Entonces, no tuvieron una cita real —Siguió hablando Gastón.

    Y eso lo hizo pensar a Gabriel. ¿Por qué no? Podrían ir a cenar afuera y al cine o a otro lado. Debería esperar a que se le terminara el castigo a Renato, por supuesto. Tendría tiempo a pensar salidas para cuando llegara ese momento. O podían pensarlo los dos.

    El martes no se vieron. Gabriel dejó de asistir a los saludos, algo que había empezado a ser recurrente la semana anterior, pero seguir haciéndolo iría a ser algo extraño para su padre y sus colegas, considerando que apenas había participado de uno o dos saludos desde que era profesor en el colegio. Y Renato había dejado de esconder tizas. Ya iría a ser muy obvio que todos los días pasara lo mismo, sin mencionar que fuera él el único estudiante entusiasmado por ir a buscar más.

     El miércoles iba a Renato al trabajo después de clases. Gabriel lo había llamado el día anterior para comunicarle que los miércoles podría llevarlos a él y a Bruna hasta la casa. Renato le había dicho que debía ir directamente al trabajo  porque después tenía Educación Física y con los horarios se le complicaba. Bruna ese miércoles tuvo que ir a la casa de una compañera para ayudarla con una materia, así que estuvieron los dos solos aunque no demasiado, unos veinte minutos como mucho.   

      Se encontraron en la misma esquina de la vez pasada. Gabriel no se bajó del auto y Renato corrió al asiento delantero. Lo malo era que el auto era muy fácil de identificar, pero ambos estaban pendientes de que no hubiera nadie alrededor. En cuanto a eso, Renato le propuso cambiar de punto de encuentro de vez en cuando.

—¡Hola! —Exclamó Gabriel, agarrando a Renato de la cara y dándole muchos besitos en sus labios. Renato se dejaba besar con una sonrisa plasmada en su cara y los ojos cerrados. —¿Cómo estuvo estos días? —Preguntó el ojiverde, soltándolo para poner en marcha el auto. Renato se puso el cinturón de seguridad.

—Bien. —Ni bien dijo eso largó un bostezo.

—¿Estás durmiendo bien? —Preguntó Gabriel—. Hoy en clase parecía que te dormías.

—Intento, pero termino acostándome tarde.

—¿Por qué? —Preguntó el ojiverde—. Tenés que dormir bien, Chiquito.

—Estoy bien. ¿Y vos? ¿Tu día?

—Bien, también un poco cansado.

—Gabi… —Quiso preguntarle algo desde el domingo, pero había preferido hacerlo personalmente, y ese momento, finalmente, era el ideal—. ¿Hablaste con Lucía sobre lo del viernes?

—Más o menos. Pero me dijo que sabe que se mandó una cagada… Supongo que eso es algo, ¿no?
  
     Renato se encogió de hombros.

—Sí, puede ser.

—Chiara bailó casi todo el rato que tocaste la batería —le contó Gabriel.

     Renato sonrió.

—La vi. Los miraba mientras tocaba, pero no todo el tiempo. Es hermosa —dijo el castaño. —No veo la hora de hacerla de River.

     Gabriel lo miró de reojo, serio. Renato lo miró formando una sonrisa, arrugando la nariz y achinando los ojos.

    Gabriel quedó de pronto en silencio. Volvió a recordar que había tenido que llevar a Chiara de vuelta con sus abuelos y no pudo quedarse a dormir en su casa. No quería pensar que la visita había sido corta por alguna razón. Pensando en la cara que le había dirigido la madre de su ex, llegó a pensar que la decisión de que no se quedara en su casa más tiempo había sido más de ella que de Lucía. 

—Me cayó bien tu mamá. —La voz de Renato lo alejó de los laberintos de su mente preocupada, pero a la vez encontraba motivos para tranquilizarse. Lucía quería que Chiara lo viera, no iría a dejar que su pequeña sufriera.

—Y a mi mamá le caíste bien vos, te lo aseguro.

    Renato volvió a sonreír.

    Cuando estacionó frente al almacén, Renato se desabrochó el cinturón de seguridad. Los dos se miraron.

—Tato, estaba pensando en que podríamos, cuando tu castigo termine, tener una cita. Ir a algún lado, digo, no sé, podemos pensar qué hacer, ir a cenar, al cine…

    Renato lo miró en silencio de repente. Su mamá trabajaba, le pagaban más, ahora estaba en blanco, él trabajaba el doble entre el almacén y tocar la batería en Freedom, pero necesitaba zapatillas nuevas y un regalo de cumpleaños de verdad para Gabriel…

—¿En qué te quedaste pensando? ¿No querés?

—Sí, quiero —respondió Renato, alejando sus preocupaciones y con una pequeña sonrisa, y se acercó a darle un beso en los labios, haciendo que Gabriel abriera su boca y permitiera el acceso a su lengua.

    Cuando se separaron del beso, quedaron a milímetros del otro, porque Renato no se alejó.

—La vamos a pasar lindo, vas a ver —le dijo Gabriel. Renato le sonrió. —Siempre la paso lindo con vos —Renato sonrió aun más grande y una de las manos del ojiverde le agarró la cara y le empezó a acariciar la mejilla con el pulgar.

—Y yo siempre la paso lindo con vos, Gabi.

     Ahora Gabriel sonreía, arrugando la nariz. El corazón de Renato dio un salto de felicidad en su pecho. Un mechón ruliento le caía por la frente, sus ojos verdes lo miraban con intensidad, la boca formaba una sonrisa…

    Renato había dejado de sonreír, se fijó Gabriel, pero sus ojos marrones, cálidos y brillantes lo contemplaron todo hasta que volvió a sonreír y se le volvieron a marcar esos hoyuelos que hacía que el corazón de Gabriel gritara de emoción.

—Quiero que sientas esto —Entonces dijo Gabriel al recordar  que Renato le había dicho que le gustaba sentir sus latidos. Buscó la mano de Renato y le puso la palma sobre el pecho, en la zona de su corazón. —¿Lo sentís? ¿Sentís cómo mi corazón late por vos?

      Renato sonrió mientras no dejaba de mirar a los ojos verdes de Gabriel y los latidos retumbaban en su mano. Se sentían como una caricia.

      Ahora fue Renato el que le puso la palma en su corazón a Gabriel. Los latidos del chico retumbaban intensos contra su mano.

—Estos latidos son tuyos, Gabi.

    Se puso rojo, pero le sostuvo la mirada. Gabriel sonrió con el alma, lo agarró de las mejillas y se acercó a besarlo con fuerza, no quería que se le fuera la sensación de la boca del chico en la suya.

—Bueno, tengo que trabajar —dijo Renato, apartándose.

—Yo también.

    Renato le dio un rápido beso en la mejilla y salió del auto.

   Los latidos de ambos todavía latiendo frenéticos, recordando al otro.

    El jueves no se vieron tampoco. Ya estaban esperando el viernes. Iría a ser un fin de semana muy largo para ambos y después se venía una semana larga y otra más hasta que Renato estuviera libre del castigo y pudieran salir a una cita juntos.

        Gabriel entró a la escuela ese viernes con la mente en Chiara. La noche anterior, le había preguntado a Lucía si podía llevarla el sábado así la llevaba a pasear, pero ella le había dicho que no podía, que tenían otras cosas que hacer.

     Gabriel esperaba que no fuera mentira.

    Estaba por entrar a la sala de profesores cuando vio que su padre doblaba un pasillo y se acercaba a él.

—Lo estaba buscando, Gallicchio, tengo algo que hablar con usted. Es importante. Sígame a Rectoría.


    







Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora