Capítulo 49

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—Buenas noches, Gabi.
—¿Buenas noches?
—¿Buenos días, Gabi?
    Gabriel rio.
—Buenos días-noches, amor.
    Y entonces, sin más, ambos cerraron los ojos.
    Renato abrió los ojos. Entraba apenas luz por las rendijas de la ventana. Sintió a Gabriel moverse al lado de él. Ya había alejado sus brazos de su cuerpo. Y oyó que susurraba:
—¿Qué hacés llamando a esta hora, Lucía?


                                 ***

Capítulo 49

—Estaba durmiendo, sí. —Gabriel seguía susurrando. Estaba de costado, dándole la espalda a Renato, quien de pronto le puso una mano en el hombro. La mano libre de Gabriel fue a parar a la mano del chico. —No te importa si estoy con alguien. ¿Pasó algo con Chiara? —La mano de Gabriel apretó la del castaño, cuando al pensar en esa posibilidad, la preocupación hizo mecha en él. Pero a medida que escuchaba lo que la mujer le estaba diciendo, el agarre se aflojó. —No hay problema. Está bien. Chau.

    Gabriel cortó la llamada y dejó el celular en la mesita de luz. La mano de Renato se alejó. El ojiverde se acostó y volteó a mirar al chico, que estaba boca arriba, con las manos sobre su estómago y mirando el techo.

—En unas horas traen a Chiara —le avisó el ojiverde al castaño. —Lucía tiene cosas que hacer de último momento. Pasó la noche con los abuelos, pero ellos tienen que hacer cosas.

—Ya me voy, Gabi —le dijo el chico, incorporándose un poquito.

—No te estoy echando —le dejó en claro Gabriel, yendo a morder suavemente la piel del hombro de Renato.

    Renato lo miró y preguntó:

—¿No?

—No —corroboró Gabriel.

—Entonces, no me voy —dijo Renato y volvió a recostarse. Bostezó. —¿Qué hora es?

—Las nueve de la mañana —respondió Gabriel, saliendo de la cama. Sintió un poco de frío. Se quedó sentado en el borde de la cama, para darse impulso para moverse. Todavía tenía sueño. —No dormimos nada, pero no me quejo.

—Yo tampoco me quejo —coincidió el castaño, sin dejar de mirar la espalda desnuda de Gabriel.

     Renato encendió la luz con el interruptor que tenía a su lado y también salió de la cama para acercarse por detrás a Gabriel, sentarse con una pierna a cada lado de él y rodearlo con los brazos. Sus palmas se posaron abiertas sobre el pecho del ojiverde. Hasta que una mano de Renato fue bajando por el abdomen de Gabriel, suave y lento, y se detuvo al pasar el ombligo. La mano de Gabriel cubrió la del chico e hizo que bajara. Y Renato permitió que lo llevara a donde quería, sonriendo con la lengua entre los dientes. La mano siguió bajando hasta agarrar la dureza de Gabriel.

       El ojiverde cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, agarrando la mano que Renato tenía sobre su estómago, mientras la otra mano del chico empezaba a trabajar sobre su miembro.

      Gabriel quería las manos de Renato en su cuerpo. Solo esas manos quería, recorriendo su piel, tocándolo en todos los rincones. Quería esas manos, de largos dedos, delgadas y  suaves, en él. Esas manos que lo volvían loco. Las manos de Renato, y no las de otra persona. También quería solo esa boca en su boca, esa boca en su piel, esa boca en cada parte de su cuerpo, reviviendo sus sentidos, alborotando sus sensaciones. Esa boca dulce, salada. La boca de Renato, que mientras la mano del chico se movía en su dureza, se había clavado en su cuello.

        El ojiverde largaba ruiditos de su boca, haciéndose un poco más sonoro cuando el trabajo de la mano de Renato dio sus frutos. Y entonces, se puso de pie, agarró la sábana sucia que habían dejado en un bollo en el suelo, al lado de la puerta del baño y se la pasó por la suciedad reciente. Renato lo miraba en su quehacer y Gabriel no dudó en acercarse. Renato se alejó un hacia atrás para dejarle espacio al otro, que se arrodilló frente a Renato y lo envolvió en un abrazo. El castaño trató de no solo rodear a Gabriel con sus brazos, sino también con sus piernas.

Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora