—Salí vos primero —le dijo Renato, separándose ambos.
—Te amo —le dijo el ojiverde. Se dieron otro beso en los labios y luego Gabriel le dio la llave del depósito para que cerrara y se la diera a Gastón.
Se asomó en el corredor. No había nadie, pero cuando estaba cerrando apareció su padre al principio del pasillo.
—¡Gabriel, te estaba buscando! ¿Qué hacías ahí?
***
Los ojos de padre e hijo se conectaron. Los latidos y la respiración de Gabriel frenaron, hasta la circulación de su sangre quedó quieta.
—No importa. Estamos esperándote para la torta, Gabriel, dale —lo apuró Alejandro, dando media vuelta para ir nuevamente hacia la mesa.
De pronto, Gabriel sintió que los latidos, la respiración y la sangre revivían con más intensidad.
Renato había pegado la oreja en la puerta para escuchar al padre del ojiverde. Cuando el silencio invadió el lugar, suspiró y decidió que era el momento de salir.
La familia de Gabriel había pedido cuatro porciones cuadradas de torta de vainilla, rellena con crema y dulce de leche y cubierta con crema. Habían juntado las porciones y pusieron una velita delgada en cada una. Gabriel agarró a Chiara a upa, y le empezaron a cantar el feliz cumpleaños en medio de todo el bar, parados. Mientras le cantaban, el ojiverde bailaba con Chiara en sus brazos, que aplaudía y reía por cómo la estaba haciendo bailar Gabriel. Él le había agarrado la mano que no lo agarraba de la espalda y se movía como en un vals, además de que giraba, aunque no tan fuerte porque habían terminado de comer hacía un ratito.
Otras mesas se habían unido al canto y en un momento Gabriel miró a Renato, que estaba en la barra, mirando hacia allá. Se sonrieron grande en el momento en que la canción terminaba y todos empezaban a aplaudir y silbar, entre ellos Gastón, Agustín. Luego, se sumaba Renato.
Gabriel pensó que hubiera sido lindo que Renato estuviera ahí también, que no tuvieran que esconderse de nada, que todos supieran que el castaño era su novio y que lo amaba con todo su corazón.
La madre cortó cada porción, que era bastante grande, en dos.
Liliana hizo señas con la mano a Gastón y Agustín, para que se acercaran. Les entregó una porción a cada uno y luego preparó otra porción y le dijo a Gabriel:
—Tomá, Gabi, dale a Tato.
Gabriel no lo pensó nada. Dejó a Chiara en upa de su madre, agarró la porción, que estaba sobre la mesa, y fue derecho a donde estaba el chico. El castaño lo vio y sonrió incrédulo y sorprendido. El ojiverde le entregó la porción, sosteniendo la servilleta con ambas manos.
—Gracias.
Renato agarró, con una mano, desde abajo la servilleta con la torta, mientras que la otra mano cubrió la mano de Gabriel y la acarició con el pulgar.
Se sonrieron.
Pero después Gabriel se quedó pensando en algo y soltando la porción, le preguntó a Renato:
—¿Cómo te vas a tu casa?
—Me tomo el bondi. Como siempre —respondió Renato, encogiéndose de hombros.
—Es muy tarde. ¿Y solo?
—Yo lo puedo llevar a la casa si quiere. Tengo auto —Habló Germán, que no se había ido.
Renato se quedó mirando a Gabriel. Gabriel se quedó mirando a Germán.
—¿No tomaste nada? —preguntó entonces el ojiverde.
—¡Nada! ¡Libre de alcohol!
—Le llega a pasar algo… —empezó a decir Gabriel a modo de advertencia, con los ojos fijos en el bartender.
Renato puso una mano en el hombro de Gabriel, lo que hizo que este lo mirara a él.
—Gabi, voy a estar bien —le dijo Renato.
—Cuídate, por favor —le suplicó el ojiverde.
—Vos no te preocupés por nada, Gabi. Andá a seguir festejando.
Gabriel asintió con la cabeza, le dirigió una última mirada preocupada, y volvió a la mesa.
Comieron torta, Gabriel le daba de su porción a Chiara, que al ratito se había quedado dormida. Se quedaron un rato más y era casi la una de la madrugada cuando se dispusieron a irse. Había música que el DJ estaba pasando en ese momento.
Pasaron cerca de donde Renato y Germán estaban hablando. Gabriel volteó a mirar al chico y casi gritó:
—Buenas noches.
Renato le sonrió.
—Buenas noches —le devolvió el saludo.
—Buenas noches —dijeron los demás, salvo Alejandro, que cayó tarde.
—Buenas noches, Quattordio —saludó el padre de Gabriel y entonces dieron media vuelta y se fueron.
Se distribuyeron en sus correspondientes autos después de saludarse entre ellos y Gabriel agradecerles. Gabriel tuvo que llevar a Chiara a la casa de los abuelos, como la madre de Lucía le había explicado cuando la había llevado a la casa y entonces, con una mirada de reproche de la mujer, dio media y se fue.
Cuando la había ido a llevar, esa mirada había estado allí también, pero no le importaba. No estaba haciendo nada malo. Haber cortado con Lucía había sido lo correcto. ¿Por qué seguir en la relación con ella cuando quería a otra persona?
Gabriel, apenas llegó a su casa, se acostó, pero se quedó un rato despierto pensando en Renato. Imposible que saliera de su pensamiento. Recordó lo de la noche anterior, una noche de amor única, con sensaciones como nunca antes había sentido. Llevaba a Renato bajo la piel.
Renato llegó a su casa a la una y media de la madrugada. Fue en colectivo, porque Germán tenía que seguir trabajando y Renato no había querido esperarlo. Estaba con un sueño que no daba más y además quería levantarse temprano y seguir con la tarea y el estudio que no había podido hacer en el almacén.
Estaba feliz. Que Gabriel hubiera asistido al bar a escucharlo, a pesar de estar de cumpleaños, con su familia, había hecho que su corazón se inflara, saltara, bailara en su pecho. Esos latidos no eran comunes. Eran latidos que Gabriel le producía.
La luz del living estaba prendida, y también distinguió, al fondo, la luz de la cocina en todo su fulgor y luego se escucharon los pasos de su madre, que se acercaba a él con las cejas muy juntas, los labios fruncidos, lo que hizo que el chico se preocupara.
—¡Era hora que aparecieras! —Le lanzó Valeria, con la furia en la voz. —¡Lo de ayer nunca más, escuchaste!
Renato se quedó mirándola estático. Hacía siglos su madre no lo retaba de aquella manera.
—¡Primero, te vas con Fausto a quién sabe dónde todo el maldito día! ¡Y ahora desaparecés!
—Tuve una… —Quiso explicar Renato, pero su madre volvía a hablar y tuvo que callar.
—¡No me importa lo que tengas que decir!
Los ojos de su madre se llenaban de abundantes lágrimas cristalinas.
—¡Por lo menos avisá de alguna manera, carajo! ¡No sé dónde estás! ¡Qué estás haciendo! ¡O si estás vivo o muerto en una zanja!
—Pará, mamá.
Ahora fueron los ojos de Renato los que se aguaron.
—¡Pará nada! ¡Vos pasándola bien, no! ¡Pero yo la pasé para la mierda, Renato! ¡Andá a tu cuarto! ¡Y olvídate de salir por un año!
—¿Qué?
—¡Andá a tu cuarto!
Renato se sentía furioso, pero a la vez dolido por cómo había hecho sentir a su madre. Una parte de sí sabía que su mamá tenía razón. Entró a su cuarto, se apoyó en la puerta y empezó a llorar con fuerza.
Cinco minutos después, Renato se había sentado en su cama, con la espalda apoyada contra la ventana y las rodillas arriba, rodeándolas con los brazos. Creía saber por qué su madre estaba de ese modo. Hubo momentos en que su papá desaparecía por horas y llegaba a casa golpeado o apenas drogado o las dos cosas. No solo se preocupaba por él, sino que también recordaba esos tiempos. Recordaba a papá y las horas de preocupación y de dolor.
Se puso de pie y se vistió con lo que ahora usaba de pijama: la ropa que le había prestado Gabriel. Se dirigió al baño. Se lavó los dientes e hizo sus necesidades.
Al salir fue a la puerta del cuarto de su mamá y apoyó la oreja. Se escuchaban sollozos y no podía dejar que siguiera así. Abrió la puerta. La lámpara de la mesita estaba prendida y ella de costado, tapada casi hasta la cabeza. El sollozo había parado casi abruptamente.
—¿Má?
—Vení —solo dijo ella, con la voz más suave. Valeria levantó la ropa de cama para que él se acostara al lado de ella. Y eso hizo. Renato se acercó y se acurrucó al lado de su madre, quien lo tapó bien. Se quedaron acostados de lado, cara a cara.
—Perdóname.
—Estaba preocupada. —Mientras lo decía, se pasó las manos por la cara para sacarse las lágrimas.
—Es que me pasó algo cuando fui a la casa de Gabi. Tuve que alejarme de la casa un rato. Después, volví.
—¿Se pelearon? Él te quiere mucho.
—No, todo está bien. Yo también lo quiero mucho a él.
—Lo sé. Me gusta mucho ese chico para vos.
Se miraron en silencio unos segundos y después Renato volvió a hablar.
—Má.
—¿Qué?
—Ya somos novios.
—Mi vida —dijo Valeria y le dio un beso en la cabeza. —Tato.
—¿Qué?
—No estás excusado. Seguís castigado.
—¡¿Un año?! —Soltó Renato, asustado, y a Valeria se le escapó una risa.
—Creo que exageré un poco. Con dos semanas y dos fines de semana sin salir está bien.
—¡Dale! —Protestó el chico.
—Ya te saqué un montón de días, Renato, agradecé.
En ese momento, se escucharon unos golpecitos en la puerta, que se abrió. La cabeza de Bruna se asomó.
—¿Qué hacen? —preguntó y entonces los vio acostados y tapados. —¡Ah, no, yo también quiero! —Exclamó Bruna mientras entraba y cerraba la puerta. Renato y Valeria rieron y se corrieron un poco para que Bruna entrara al otro costado de su madre.
Durmieron los tres en el cuarto. Valeria se levantó unas horas después para desayunar e irse a trabajar mientas Bruna y Renato seguían durmiendo. Valeria había tenido que bajar de la cama por el medio para no molestarlos.
Como había pensado hacer, el domingo fue día de tareas y estudio. Renato despertó una hora después de que su madre se hubiera ido, a las siete de la mañana. Se hizo café bien fuerte y preparó las cosas en la cocina.
Empezó por lo más fácil. Se tomó como dos tazas de café mientras tanto, pero aun así luchaba con el sueño. No podía permitirse dejar tarea sin terminar. Y si terminaba antes de la cena podría dormir temprano por una vez y recuperar unas horas de sueño.
En cuanto llegó a los ejercicios de matemática, unos ejercicios de repaso para la prueba que se avecinaba, que integraba temas que vieron desde el comienzo de clases, se quedó atascado. Gabriel le había dicho que estaba mejorando, pero no lo sentía así, tal vez solo había sido suerte. Ecuaciones, inecuaciones, X, Y, números, fórmulas, se le mezclaba todo.
Enojado, empujó su carpeta hacia el centro de la mesa y enterró su cara en sus brazos cruzados.
“(…) que ya te falta poco"
La voz de Gabriel inundó su cerebro.
Eso, Renato, no te rindas. Agarró nuevamente la carpeta y la deslizó cerca de él. Sacó la hoja con los ejercicios de la carpeta y la dejó a un lado. Llevó sus hojas a las primeras clases. También agarró el manual y trató de entender.
Sentía sus pestañas quemadas una hora después, pero tan solo había podido hacer el primer ejercicio y ni siquiera tenía una mínima idea de si estaba bien hecho.
Dejó un rato la tarea cuando el teléfono empezó a soñar cerca de la una de la tarde.
Era Gabriel para saber cómo había llegado la noche anterior.
—Bien, Gabi, estoy sanito.
—¿Hablaste con tu mamá?
—Se re enojó —le contó Renato—. Y… —Se quedó callado, poniéndose rojo. Con un poco de vergüenza por sentirse un nene, le contó—: Puede como que esté castigado por dos semanas. Dos fines de semana sin salir… Muchos días sin verte —agregó.
—Fue mi culpa.
—No. Ninguno de los dos pensamos eso.
Sea como fuere a Gabriel le quedó algo atorado en su pecho.
—Voy a hablar con tu mamá.
—No, Gabriel, no tengo cinco años.
—Pero es mi culpa.
—No es tu culpa te dije. Yo desaparecí.
—Le quiero pedir perdón por no decirte antes lo de llamarla.
—No pasa nada, pero si te hace sentir mejor, a las nueve ya está en casa. ¿Cómo la pasaste en tus festejos de cumpleaños? —le preguntó Renato.
—La noche del viernes fue lo mejor de mi vida. Festejé mi cumpleaños con alguien muy especial.
—No sé quién puede ser.
—Alguien llamado Renato Quattordio. Seguro lo conocés.
—Tengo un vago recuerdo —siguió la broma Renato y Gabriel rio apenas.
—Yo tengo recuerdos muy vívidos.
Y Renato también recordaba todo con gran claridad. Sus manos en su cuerpo, piel con piel, sus ojos verdes fijos en él, Gabriel en su interior… Poniéndose a pensar en eso en ese instante hizo que su cuerpo también recordara y reaccionara, principalmente, esa partecita de su cuerpo. Tragó saliva.
—Mi novio —continuó Gabriel y Renato sonrió grande. Quería seguir escuchando eso de la boca de Gabriel. —Y lo de ayer fue muy lindo también. La pasé muy bien con mis amigos, mi familia, Chiara, mi novio.
—Me alegro, Gabi.
—Gracias, Chiquito. ¿Qué estabas haciendo?
—Tarea. Los profesores dejan mucha tarea y muchas cosas que estudiar, Gabi, ¿no te parece?
—¿El profesor de Matemática otra vez al ataque? ¿Cómo van esos ejercicios?
Los latidos del corazón de Renato parecieron intensificarse.
—Bien.
Y no, no estaban bien, pero le dio cosita decir la verdad.
—Me pone contento. Sé que vas a lograrlo.
—Sí —dijo el chico, nada seguro de eso.
—Bueno, te dejo, tengo trabajos que corregir.
“Y yo, ejercicios de matemática que realizar sin morir en el intento", pensó Renato en su interior.
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Chico problemático // Quallicchio
Romance-Repitió segundo y cuarto. Golpeó a sus compañeros en varias ocasiones. Y una vez golpeó a un profesor. -¿Le preguntó por qué hizo eso? -quiso saber Gabriel. -¿Y por qué iba a ser? Causar problemas es su afición. Quattordio es un chico problemátic...
