Capítulo 51

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—¿Vamos? —preguntó al chico, poniéndose el cinturón de seguridad.
—Sí, vamos o voy a llegar tarde al trabajo —respondió Renato, acomodándose mejor en el asiento, y después se abrochó el cinturón.
—¿Estás mejor? —Quiso saber el ojiverde, dando vuelta la llave.
—Sí.
—Quiero que sepas que por cualquier cosa siempre voy a estar para vos, Tato. Como profesor. Como novio. Como lo que sea, pero voy a estar. Confiá en mí.
    Y después de decir aquello, arrancó el auto y empezó el recorrido hacia el almacén.

                                   ***

Capítulo 51

     En el camino, todo era silencio y Gabriel se dio cuenta de que el castaño no estaba mejor. Renato miraba sus manos, agarradas en un puño sobre sus muslos y Gabriel le echaba miradas de vez en cuando. El chico no podía olvidar lo que había pasado y lágrimas silenciosas caían de sus ojos. Miró del lado de la ventanilla porque no quería que Gabriel lo viera, pero ya era tarde.

    El ojiverde le empezó a hablar para distraerlo. Le contó que el viernes iría con su madre al bar a verlo, le hizo acordar de la cena del sábado, volvió a hablar de Chiara y River. Renato no decía nada, solo escuchaba.

   Cuando llegaron a destino, Renato no bajó enseguida. Se desabrochó el cinturón de seguridad, agarró su mochila de atrás y sacó los ejercicios para dárselos a Gabriel.

—Gracias. 

    Gabriel soltó las hojas en el asiento trasero y luego agarró a Renato de la cara.

—Ya está —dijo, limpiándole, con las manos, nuevas lágrimas. —Mirá, tenés la nariz rojita, parecés un payasito. 

    Renato largó una risita, pero fue tan rápida y tan escueta que parecía no haberse producido. Gabriel le dio un besito en la nariz y le dijo:

—Nos vemos mañana.

—Sí. —Renato le dio un beso en los labios. Gabriel se dejó hacer. El beso fue suave y prolongado. Para Renato era un beso de “perdón”, de “agradecimiento” y de “amor", todo mezclado. —Chau —dijo, y salió del auto.

     Esa noche, como le había dicho a Renato, Gabriel hizo un par de llamadas y envió algunos mensajes a ex compañeros de profesorado.

      Por su parte, Renato no dejaba de pensar en dos cosas que se mezclaban en su cabeza. Pensaba en una y se inmiscuía otra cosa, pensaba en esa otra cosa y aparecía el pensamiento anterior. Primero, no dejaba de pensar en lo que había ocurrido con Gabriel ese día. Y segundo, pensaba en Gabriel y el rector, en su trato, en su relación. Antes de quedarse dormido, ya tenía una idea de qué hacer con eso.

      El jueves Gabriel y Renato apenas se vieron en el colegio, en un recreo. Fueron solo unos segundos y a lo lejos.

       El viernes, en la clase, Gabriel pidió que hicieran unos ejercicios de repaso para la prueba de la semana siguiente, pidió que los hicieran de a dos, con el compañero de banco. Estaba buscando distintas formas de abordar las clases.

       Renato le dedicaba sonrisitas delicadas, chiquitas, avergonzadas, que más que sonrisas, eran un simple apretar de labios que no hacían que sus hoyuelos se marcaran ni que brillaran sus ojos. Y Gabriel extrañaba esos hoyuelos que se le marcaban al sonreír. Quería verlo sonreír, por lo que decidió escribirle una notita. Agarró una lapicera y papel, y escribió:

     Cambiá esa cara. No quiero verte así de pachucho. ¿Podés mostrarme tus hoyuelos? Si querés te lo pido de rodillas, quiero ver tus hoyuelitos. Dale, Koanchito, a ver esa sonrisota. ❤❤

PD: Los corazones me salen cada vez mejor, ¿no te parece?

    Gabriel había estado ocupado con los ejercicios de Renato y ya los había terminado de corregir en aquel momento mientras los estudiantes trabajaban. Había sido del único que no había corregido. Mezcló la notita con los ejercicios y lo llamó para entregárselo.

Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora