Capítulo 28

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      Leyó eso y su corazón dio un salto en su pecho, un brillo especial empezó a asomarse en sus ojos, una sensación de calor abrazando su corazón, su alma…
    Siguió leyendo:

        Donde está el espejo, tenía que ir tu cara. Te juro que iba a retratarte. Había empezado por tus ojos y me di cuenta de que no podía hacerlo. Intenté encontrar el verde exacto de los tuyos, pero ninguno me recordaba a ellos. Hasta que desistí.
       El problema era que no encontraba el verde que retratara a la perfección tus ojos. Porque ese verde es mi perdición, ese verde es mi color favorito, y cualquier otro verde, no le haría justicia.
    Entonces se me ocurrió el espejo.

Pum. Pum. Pum. Gabriel solo oía los latidos de su corazón mientras seguía leyendo:

     
        PD: Pensá qué querés que te regale para tu cumpleaños.

     A Gabriel no le hizo falta pensar nada, ya sabía lo que quería.


                                 ***


Capítulo 28

      Gabriel guardó el regalo, se puso de pie y rápido fue a abrir la puerta de la sala de profesores para ir a buscar a Renato, pero lo encontró ahí, agachado y espiando por la cerradura. El chico levantó la cabeza al notar la presencia de Gabriel y luego miró con los ojos grandes, y el ojiverde quiso reír.

         Gabriel observó a un lado y otro del pasillo, y al no ver a nadie, agarró a Renato del brazo y tiró de él suavecito para que entrara al cuarto. Cerró la puerta, y al darse la vuelta, el castaño lo miraba apoyado contra el respaldo de una de la sillas, corrida contra la mesa.

        Sin decir nada, Gabriel se le acercó, le rodeó la espalda con los brazos, lo atrajo hacia sí, sus cuerpos chocando, y le dio un beso en la boca. Renato estaba un poco sorprendido, pero contento.

—Gracias —le dijo Gabriel, sin soltarlo, sin alejar su cara de él, que estaba a tan solo a milímetros, con las narices rozando. Volvió a darle otro beso.

—Pará… —Reía Renato.

        Gabriel se lo quedó mirando.

—Estamos en el colegio.

—Pero acá no hay nadie —dijo Gabriel, Renato rio.

—¿Pero no fuiste vos el que me dijo que en el colegio no?

—¿No querés que te bese? Está bien, no te beso.

—Pero acá no hay nadie. —Renato imitó a Gabriel, pero el castaño sonó desesperado.

        Rieron y con la risa aún saliendo de su boca, Gabriel le dio unos cuantos besitos seguidos.

—Yo solo quiero seguir besándote… Tu regalo, me encantó…

     Después de eso, hubo unos cuantos besos más. Renato espiaba por sobre el hombro de Gabriel la puerta de la sala, no había de qué preocuparse.

—Sos muy lindo —expresó el ojiverde.

     Y volvió a darle más besitos, pero esta vez a Renato dejó de importarle dónde estaba y empezó a profundizar el beso. Sus lenguas se encontraron en un ritmo suave, tierno y melodioso. Pero se escuchó el timbre del recreo y tuvieron que separarse.

—Vaya a clase, Quattordio —Bromeó Gabriel.

—Sí, profesor. —Siguió la broma Renato, y salió de la sala.

        Aquel día Renato fue a trabajar temprano. Tenía que ir a la casa de Gabriel a las nueve, pero pensó en ir más temprano para que pudieran estar solos un rato antes de que llegaran sus amigos, por lo que pidió a Guillermo si podía cambiar el horario. Agradecía que el hombre fuera flexible en ese sentido, pero tal vez era porque lo conocía desde que nació.

Chico problemático // QuallicchioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora