—¿Y por qué mentiría Athié, entonces?
—Usted vio cómo se comporta Athié con Quattordio. Son chicos. Se pelean y tienen encontronazos. ¿Va a entrar en sus juegos? ¿A quién le vas a creer?
El hombre suspiró mientras miraba a su hijo a los ojos.
—A usted —dijo.
Renato estaba en clase, pero no escuchaba al profesor. El golpe que sintió en su interior casi lo derrumbó. Estaba furioso, dolido, decepcionado. Se sentía traicionado. Su profesor de Matemática las iría a pagar.***
Capítulo 6
Renato estuvo el resto de las clases distraído. No dejaba de pensar en que Gabriel lo había buchoneado, a pesar de que le había dicho que podía confiar en él. Pero ahora sabía que solo le había dicho que podía confiar en él para que le hiciera caso. ¿Qué lo mandaba a él a confiar en un profesor? Ellos solo querían hacer su trabajo, les importaba poco y nada sus alumnos. Además, era el hijo del rector, debía hacer buena letra.
En la última clase del día, Física, no pudo prestar atención a nada de lo que explicaba el profesor. Pensaba en que seguro Gabriel se había hecho el buenito con él con lo de la prueba solo para mantenerlo a raya, no había otro motivo. Casi sin darse cuenta y sin quererlo, una lágrima resbaló por su mejilla. Se la sacó y se fijó que nadie se hubiera dado cuenta. Pero era un profesor, Renato, pensaba, estaba haciendo su trabajo, era evidente que te lo había hecho propósito. Era un profesor, así tenía que actuar, era su trabajo. Qué le importaba.
Pero le importaba.
Renato salió del colegio por la puerta lateral (como todos los demás estudiantes) acompañado por su hermana Bruna. Los dos iban sin emitir ni una palabra. Ella no hablaba porque sentía a su hermano muy en la suya y no quería molestarlo, pero a la vez se sentía un poco preocupada. ¿Y si le pasó algo? ¿O si se había enojado porque le había cambiado el escrito?
—¿Estás enojado porque cambié la carta? Me pareció mejor que le dieras algo que hubiera salido de vos. ¿Me perdonás?
Sintió ira al recordar a Athié leerlo delante de todos en la clase y vergüenza por insinuar que aquello había sido por Gabriel. Estaba seguro que eso había insinuado.
—No estuvo bien, pero no puedo enojarme con vos.
Llegaron a la esquina y doblaron. Pasaron la escalera de la puerta principal en el mismo momento en que Gabriel salía, y los veía. Bajó rápido los escalones, colgándose la valija mejor en el hombro.
—¡Quattordio!
La voz de su profesor de Matemática le atravesó el cerebro, y lo sacó de cualquier pensamiento que estuviera teniendo. Pero siguió caminando, acelerando el paso. Bruna hacía lo mismo, pero estaba por darse la vuelta hacia Gabriel, que se había quedado por atrás de ellos, al pie de las escaleras de la entrada principal del establecimiento.
—No mirés —le dijo Renato y Bruna frenó el recorrido que estaba haciendo para mirar a Gabriel.
—¡Quattordio!
Gabriel lo seguía llamando, pero Renato seguía caminando, sin mirar atrás.
—¿Qué pasa?
—Es el profesor de Matemática —respondió Renato, con bronca—. Sigamos caminando.
—Eso es lo que estamos haciendo y no entiendo por qué.
—Ya sabés, Bruna.
—¡Quattordio! ¡Quatt…!
Gabriel había dado unos pasos para alcanzarlo, pero como vio que seguía camino, frenó y no insistió. Quería preguntarle si estaba bien después del día que había pasado. No había hablado con él después de su charla en el baño. No había hablado con él sobre que su padre hubiera hurgado en su mochila delante de la clase, haciendo que Athié leyera algo que tal vez fuera algo íntimo y la clase se hubiera reído. Pero estaba tan en su mundo con su hermana que no lo escuchaba. Ya podría preguntarle al día siguiente, en la primera clase de apoyo.
—No me lo banco. Eso —le comentó Renato a Bruna.
—Pero es tu profesor, Tato, ¿y si tenía que decirte algo de las clases?
Seguro que quería decirle algo de las clases o regañarlo por algo o burlarse de haberle creído cuando había dicho que podía confiar en él. Pero de él nadie se burlaba.
—No me importa. Las clases ya terminaron. No tengo por qué verlo más.
Bruna sintió que le hablaba con voz dura y fría y se empezó a sentir mal.
—Bueno, no te enojes conmigo —le dijo.
Renato la miró y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—No estoy así por vos, Bru, perdón.
La rodeó con un brazo mientras seguían caminando.
Cuando llegaron a la puerta de la casa, Bruna abrió y estaba por entrar, pero Renato le dijo:
—Yo voy al almacén. Vos entrá.
Bruna lo miró arqueando las cejas.
—¿Tenés que trabajar más temprano hoy? Voy con vos.
—No.
—Ay, qué malo que sos.
—No podés venir conmigo. Voy solo.
Bruna suspiró.
—Bueno, está bien.
Renato estaba tan cegado por lo que había pasado en el colegio que su enojo no lo dejaba pensar. Pero había escuchado a Gabriel llamarlo y había sentido que su corazón se derretía. Dios, tenía que mantener su cabeza fría, y la voz de Gabriel lo hacía bajar la guardia. Y no. Tenía que concentrarse en lo que había pensado.
“A él no le importás, ¿por qué debería importarte él a vos?” ¿Pero qué estaba pensando? De cualquier manera, no le importaba Gabriel, para nada. Podía hacer lo que había pensado sin problemas.
Entró al almacén buscando a Guido Pennelli y ahí estaba el chico, tras el mueble que usaban de mostrador, con auriculares puestos, escuchando música a todo lo que daba y bailando con los ojos cerrados. Renato se acercó tras el mueble y le sacó los auriculares de un tirón.
—¡Eh, wacho! —exclamó el muchacho con intención de darle una piña a quien fuera que lo hubiera molestado, pero vio que era el castaño.
—Hola. Te estaba buscando.
—Eso me suena… ¿A quién tenés en la mira?
—Profesor de Matemática. Pero si vamos a robar, vamos a hacerlo bien.
—Buena, Tatito, ¿y por qué ese cambio?
—No para de meterse conmigo.
—¿Te jodió? Y bueno, ¿en qué estás pensando, amigo?
—Robar en su casa. No sé dónde vive, pero voy a averiguarlo.
—¡Apa, bueno, subimos de nivel!
De pronto, dio vuelta para salir de detrás del mostrador y su corazón quería salírsele por la boca. Era culpabilidad. Era un “No hagas eso" constante, que palpitaba junto con sus latidos. Era un “déjalo tranquilo".
Se acercó a los aerosoles nuevos de aquella mañana, seguramente, y se quedó observándolos.
“¿Puedo confiar en usted?” “Por supuesto" “Vacíe los bolsillos" “Estuvo fumando me dijeron".
Agarró un frasco de aerosol.
—Me llevo uno de estos. Tu viejo me debe del mes pasado.
—Sí, agarra.
El que había agarrado era pintura roja, uno de los colores que no tenía. En su casa ya tenía el amarillo, violeta y verde.
Salió del almacén intentando acallar la voz de su cabeza que se arrepentía.
Aquella noche, Gabriel se acostó pensando en Renato. El chico había sido un pensamiento recurrente en él esos días, pero especialmente, ese día. No había podido hablar con él y estaba un poco preocupado. ¿Cómo estaría? ¿Se habría olvidado de todo? No podía olvidar la mirada y sus ojos lagrimosos cuando había salido del aula ante el incidente con Athié. A la vez que se podía imaginar cómo le había afectado también el incidente en la clase de Literatura.
Recordó entonces que se le había declarado a un profesor. ¿Cómo había sido todo? ¿Cómo había resultado? Evidentemente, había salido todo muy mal a juzgar por el golpe que el chico le había dado al hombre.
“¿Puedo confiar en usted?” Se notaba que no confiaba en muchas personas. Y esa vocecita que había utilizado, junto a esa mirada, que lo atravesaba, parecía que decía que todo estaba mal y que quería encontrar un punto de apoyo.
Y Gabriel quería ser el punto de apoyo de Renato.
Renato se acostó pensando en Gabriel y en lo que estaba pensando hacer. En su mirada fuerte y decidida cuando le había contestado “Por supuesto” al haberle preguntado si podía confiar en él. Pensó en que había caído. Le había creído. Y el hombre fue y le había contado a su papi que había estado fumando.
Despertó a la mañana siguiente con un sueño insoportable. Su plan en contra del profesor le había carcomido la mente toda la noche. Entre decidido a hacerlo y arrepentido, estuvo debatiéndose toda la madrugada mientras daba vueltas en la cama.
Cuando llegó al colegio, Renato sintió que la suerte estaba de su lado al ver que el profesor Gallicchio estaba al pie de la escalera de la entrada principal. Hablaba por celular y decía:
—Después de clases voy a ir a casa a buscar unos ejercicios que me olvidé para la clase de apoyo que va a tener Quattordio.
Renato escuchó eso y en seguida tuvo una idea. Se acercó a Ángela al verla en el patio y le pidió si, por favor, le prestaba su celular para hablar con Fausto. La chica había accedido a guardar el número para ocasiones como esa en la que Renato necesitaba hablar con él. Le pidió a Fausto que lo esperara a la salida y que no llegara tarde. Se lo había recalcado tantas veces que el rubio se había podrido, pero de igual manera no iría a dejar en banda a su amigo.
Todo el día Renato pensaba “Te traicionó, te traicionó”. Y como dolía. Eso no lo alejaba de su objetivo.
Lo alejaba de su objetivo pensar en sus ojos verdes; en las sonrisas que le había dirigido alguna que otra vez; en el dedo en su mentón que había intentado que lo mirara; en que lo había felicitado por el siete en la prueba, con una carita bastante deformada.
“¿Puedo confiar en usted?” “Por supuesto" Y lo había traicionado. Su corazón haciéndose pedazos.
Renato no paraba de mirar hacia la entrada. Fausto estaba parado junto a él, con el casco de su moto puesto, esperando que su amigo se decidiera a subirse a la moto para irse de una vez por todas.
—Ya va a venir.
—¿”Ya va a venir" quién?
Gabriel salió entonces de la escuela. Cada vez que lo miraba, a Renato le venía el recuerdo de Gabriel haciéndose el buenito con él y después mandándolo a la hoguera.
—¡Ahí está!
Los dos estaban a una distancia prudente y Gabriel no giró la cabeza, por lo que no los había visto. Se acercaba a su auto, estacionado en la cuadra de enfrente.
—¡Dame el casco! —pidió Renato, desesperado.
—¿Qué? ¿Por qué?
—¡Que me des el casco!
Gabriel ya había subido al auto y estaba arrancando.
—¡Dale! —insistía el castaño al tiempo que agarraba el casco a la altura de las orejas de su amigo y tiraba hacia arriba para sacárselo.
—¡MI CABEZA! —gritó Fausto cuando Renato le sacó el casco con rapidez. Cuando se le fue la sorpresa, frotándose el cuello y cabeza adolorida, escuchó el motor de su moto.
Y él no estaba subido a su moto. Era imposible que estuviera escuchándose el motor de su moto. Volteó a mirar y Renato ya arrancaba.
—¡Tato!
—¡Quédate con mi hermana! —le gritó el chico mientras se iba.
Bruna salía del colegio en ese momento y vio a Fausto. Este miraba por dónde se había ido el chico.
—Fa, ¿qué hacés acá? ¿Y Tato? ¿Y tu moto?
Silencio.
—¡Tato te robó la moto!
—Ya va a ver tu hermano. ¿Vamos?
—Vamos.
Empezaron a caminar hacia la parada del colectivo.
—Bru… —llamó Fausto, suavecito.
—¿Qué, Fa?
—¿Tenés para pagarme el bondi?
Bruna rio.
—Sí —le respondió.
Mientras ellos iban a la casa, Renato perseguía el auto de su profesor. Quería saber dónde vivía.
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Chico problemático // Quallicchio
Romance-Repitió segundo y cuarto. Golpeó a sus compañeros en varias ocasiones. Y una vez golpeó a un profesor. -¿Le preguntó por qué hizo eso? -quiso saber Gabriel. -¿Y por qué iba a ser? Causar problemas es su afición. Quattordio es un chico problemátic...