𝙩𝙤𝙢 𝙧𝙞𝙙𝙙𝙡𝙚

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Lo miraba desde la lejanía, siempre lo hacía. Su soledad y aspecto me intimidaban, pero a su vez, me obsesionaban. Me quedaba viéndolo en las clases, en la sala común, por los pasillos. Cada oportunidad era perfecta para admirarlo. Mi momento favorito del día era cuando se colocaba en una esquina de la sala común para sumergirse en profundidad a la lectura de aquellos libros tan interesantes. 

Jamás me había animado a hablarle a pesar de encontrarnos en la misma casa y en el mismo año. Tom no hablaba con nadie y se pasaba yendo de un lado a otro con libros y su cara de pocos amigos. No sabía qué era lo que me llamaba, seguramente era esa aura de misterio que lo envolvía que me hacía querer abalanzarme sobre él y preguntarle todos los detalles de su vida. 

Tenía muy pocos conocimientos de Tom, sobre como que era huérfano y no mucho más. Si había algo que teníamos en común era la soledad y que, a pesar de que no era huérfana, mis padres parecían no notar mi existencia... que era casi como si lo fuera.

Tom se encontraba en la sección prohibida y como tenía excelentes calificaciones era probable que le dieran el permiso cada vez que lo pedía. Lo observaba desde lejos, sabía que él no tenía ni idea de que yo lo estaba mirando, cómo miraba su cuerpo alto, ni su cabello negro tan prolijamente arreglado y estaba segura que él no tenía ni idea de mi existencia a pesar de haber conversado en el pasado.

Cuando volvió a dejar el libro en el estante miró a hacia sus costados encontrándose con mi mirada fija en él. Era tarde para disimular, Tom me había descubierto.

Se acercó hacia mi con paso decidido y sentí que mis manos comenzaban a sudar.

—Windraid —dijo al acercarse.

Sabía mi apellido. Tom Riddle se acordaba de mi apellido. No pude sostenerle la mirada, esos ojos color café te penetraban hasta el alma.

—Hola, Tom —saludé mientras fijaba la vista en mi libro de pociones. Un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Esperaba que me preguntara por qué lo estaba mirando, pero no lo hizo.

—Buen partido el de ayer —su tono frío hizo que se me erizara la piel. No levanté la mirada, pero sentí como se alejaba hasta perderse en los pasillos.

¿Buen partido el de ayer? Tom nunca recurría a los partidos de Quidditch y yo estaba segura que él no había ido a verlo, porque lo busqué entre la multitud antes de comenzar y no lo había encontrado.

Tardé un rato en reconocer que Tom Riddle me había hablado y que me había alagado (o eso creía) y sin querer una sonrisa apareció en mi rostro y se quedó allí en lo que quedaba del día.

Los días pasaban. El invierno se había instalado rápidamente y la nieve cubría gran parte de los terrenos de Hogwarts. Pocos eramos los que nos habíamos quedado en el colegio para pasar las navidades y, como era costumbre en mi, estaba en la biblioteca observando a Tom Riddle.

Estaba sumergido en uno de esos libros tan extraños que le apasionaba leer. Tan solo mirar la tapa me provocaba escalofríos y sus ojos clavados en los míos, que de repente se llenaron de un brillo lujurioso, me indicaron que lo que avecinaba iba a ser extraordinario.

Tom se levantó con elegancia y a medida que se acercaba a mi mesa yo bajé la mirada hacia mis pergaminos. Intenté ocultarlos rápidamente, pero unas gruesas manos me los arrebataron.

—¿Tengo bonito cabello y un porte elegante? —preguntó con una sonrisa de costado. Yo sólo me limité a mirarlo.

Tom se sentó frente a mi y me lanzó los pergaminos nuevamente. No quería admitirlo, pero estaba asustada, demasiado para ser sincera. Quise levantarme, pero no pude. Era imposible, me encontraba completamente pegada a la silla.

harry potter || one shots y fragmentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora