Capítulo 47

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La puerta de la taberna se abrió con un chirrido y dejó entrar una ventolada rugiente que, con su furia helada, apagó un par de velas de las que había sobre la barra. El anciano que administraba Kypyatok; un hombre alto, delgado, gris y severo, de cejas pobladas y escasa cabellera canosa –la cual crecía nada más que como dos bandas irregulares por encima de sus orejas –, se acercó con una cerilla y volvió a encender las dos fuentes de cálida lumbre con el ademán firme de quien lo ha hecho cientos de veces.

Se sintieron las pisadas de un par de pesadas botas húmedas sobre el suelo de madera, y varios de los presentes (entre los que se encontraba un buen número de integrantes del cuerpo militar en sus horas de descanso) se giraron para contemplar al hombretón que acababa de entrar, tupido en pieles recargadas de nieve que lo hacían parecer –con la no menor ayuda de su altura y anchura – un colosal Yeti de las nieves o un oso Grizzly salido del bosque invernal.

El recién llegado lanzó una mirada de ojos negros y duros al resto de los clientes del Kypyatok, avanzando hasta la barra y dejándose caer pesadamente en una de las altas banquetas. El anciano frente a él soltó algunas palabras rasposas en un dialecto ruso sumamente cerrado y se apresuró a servirle el vaso de Agua ardiente que le pidió. Entretanto, el hombre-yeti volvió a dar un vistazo a su alrededor, descubriendo mesas llenas de borrachos que se pavoneaban y reían con amigos y conocidos y, un tanto más apartada, contra una esquina oscura, una silueta que llamó poderosamente su atención.

Se tomó de un trago el vaso que el anciano puso frente a él y se retiró a aquel rincón alejado, sentándose ante la extraña y recluida mujer que yacía concentrada en el escrutinio de su propio vaso de whisky.

Su aspecto resultaba sumamente inusual. A pesar del clima crudo de aquel lugar, que tenía a todos abrigados a más no poder, traía puesta nada más que una camiseta blanca de mangas cortas, unos pantalones oscuros y unas botas negras y acordonadas. El cabello rubio y suelto caía sobre sus hombros dando volteretas, algo húmedo. Lo más destacable de ella eran, sin embargo, las prominentes y sombrías manchas de sufrimiento alojadas bajo los cuencos de sus dos luceros azules.

- No me interesa- gruñó sin levantar la vista.

El hombre no se marchó. Permaneció contemplándola, impasible. La rubia soltó un bufido de exasperación.

- ¿Sabe? He tenido un día... No, un día no- se corrigió-. He tenido un maldito año de mierda.- Los ojos que reflejaban ese viejo y persistente dolor se elevaron al fin, surcados ahora de impaciencia-. Quizás ésta mañana, antes de tener que sacar a doscientas personas de un pueblo al que destruyó una tormenta de nieve, reconstruir el dique que rompió la inundación de la costa oeste, detener dos tornados y ayudar a encontrar a los sobrevivientes del huracán en el norte, habría podido aguantarme su insoportable perseverancia, caballero, pero lamento decirle que no estoy de humor, y como siga insistiendo, no podré hacerme responsable de mis acciones.

Lo había dicho todo en un ruso surcado de desperfectos, pero con una fluidez sorprendente para alguien que, claramente, no llevaba mucho tiempo manejando el idioma.

El hombre-yeti, lejos de emprender la retirada, optó por cometer la tontería de extender una mano hacia la de la joven, que lo tomó por la muñeca a una velocidad inhumana y endureció la quijada, frunciendo el ceño por encima de dos ojos cuyos irises se habían encendido de un color anaranjado brillante.

Lo arrojó contra la pared a un lado y se puso de pie derribando la silla, colgándose un bolso de tela verde y desgastada al hombro y vaciándose el whisky.

- Con un demonio- refunfuñó, apoyando el vaso de vidrio sobre la mesa de madera con irritación-... Ni siquiera puedo emborracharme, tío, ¿y tú vienes a jugar con mi paciencia?

Nuevos Comienzos- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora