Capítulo 62

1.3K 172 21
                                    

El tiempo, para Lena, había adquirido otro significado en el correr de esos años. Las catástrofes de su vida habían hecho que éste se volviese impredeciblemente largo a veces, y en otras tantas ocasiones, parecía que se le escurría entre los dedos como el agua de un manantial. Ahora se acababa y se volvía más compacto. Por un lado, su barriga crecía y crecía a la par de su hija, y así también el parásito en el cuerpo de su esposa iba ganando terreno, apoderándose de ella; trazando una ruta sin retorno y arrebatándosela poco a poco, hasta que un día (Lena estaba prácticamente convencida de ello), llegaría la llamada definitiva. Quizás fuese Alex, o algún otro agente de la DEO menos vinculado con el caso. Lena sabía que su corazón se detendría, que el aire se haría más denso, que la habitación adquiriría un aspecto vertiginoso. Y sería el fin. Ese tan horriblemente esperado. El fin que se prolongaría, que se acoplaría al silencio y acabaría con ella poco a poco, hasta no dejar nada.

Pero no podía dejarse vencer. Ya no estaba sola. Esa niña que crecía en su vientre, ese milagro de las dos, debía tener una madre, si es que el destino estaba tan dispuesto a arrebatarle a la otra. Por primera vez alguien la necesitaba realmente, y no podía fallarle. No importaba lo demás.

Había ido a visitar a Kara la semana anterior en contra de lo que Alex le había recomendado, y lo cierto es que desearía no haberlo hecho. No quedaba ya nada de la dulce mujer a la que había desposado en aquel cuerpo envenenado... Las venas rojas y brillantes, antes casi invisibles, se habían tornado de un color negro y opaco y cubrían toda su piel, ascendiendo como una enredadera desde el centro de su espalda. Sus ojos perdieron su color, tanto el del iris como el de la esclerótica, para ser substituidos por dos fosos negros y demoníacos que lo miraban todo con un odio atroz y sin remedio. Kara no estaba. Kara se había extraviado, y hasta entonces no había nada que los científicos de la DEO hubiesen podido hallar como solución.

Los antecedentes del empleo del Dotex hallados en la Fortaleza de la Soledad, relataban que no existía cura alguna para el parásito, y que en los organismos normales, la posesión del cuerpo y la pérdida de la cordura se daban en menos de una semana. La razón de que Kara hubiese resistido hasta entonces residía, sin lugar a dudas, en su organismo kryptoniano.

Lena no pudo permanecer más que unos segundos frente a aquel esquicio de quien alguna vez había sido su mujer; ese ser que ya no emitía palabras, sino gruñidos y siseos del más indescriptible desprecio. Verla así dejó en ella la desagradable sensación de que Kara ya había muerto hacía meses. De que aquel día, cuando la vio salir por la ventana del apartamento, fue su último encuentro; el último intercambio de miradas. Su último beso...

Pensar en Kara le resultaba insoportable, y también pensar en cualquier posible esperanza. <<Ya está, se decía, ya está. Si así lo quiere el universo, que así sea. Ya pasamos demasiadas pruebas para estar juntas. Si aún no nos dejan en paz, por algo será. Ésta era la última chance>>.

Ya estaba cansada. No quería seguir luchando. Era joven, y sentía que el peso de los años de demenciales correrías, dolor y pérdida doblaban o triplicaban su edad. Le robaban la energía, las ganas de seguir luchando. ¿Cuánto podía aguantar una persona antes de rendirse definitivamente? ¿Se podía pasar toda la vida tratando? ¿Tan difícil de alcanzar era la estabilidad? ¿O sería solo cuestión de mala suerte, de ella, de Lena?

Se dejó caer en el sillón de su apartamento, soltando un suspiro aplastado. De nada le servía seguir preguntándose esas cosas. Eran solo roscas que seguir y seguir apretando, y cuanto más apretaba, más le dolía. Debía tranquilizarse, por su bien y por el bien de la bebé. Pronto debería ocuparse de ella. No podía pensar en Kara, en que moría, y ocuparse también de su bebé. Aquello era una locura. Y ella era débil, Kara lo había dicho. Siempre había necesitado de su defensa. Aún cuando derrotó a Alnebis, su esposa la había ayudado. Desde que la conoció, no había llegado a estar realmente sola. Ni siquiera cuando lo había sentido así, durante sus meses de reclusión en Rusia. Estuvo en su interior, como una llama que cernía a la suya de consuelo imperceptible, pero ahora ni siquiera su foco estaba allí... Solo había vacío.

Nuevos Comienzos- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora