Final

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Se ha oído decir en algunos lugares, que el barco que más tormentas y mares ha remontado es el que, llegado el mal mayor, mejor y más rápidamente se recupera de sus estragos. Sea o no cierta esta afirmación tan vieja como las barbas resecas de los hombres que la compartieron las primeras veces en tabernas cuyos nombres ya no se recuerdan, es sabido que existen situaciones en las cuales la progresiva mejora de un caso semejante se da de forma idéntica.

Lena pasó unos días internada en la DEO. Había perdido una cantidad demencial de energía, y por poco también la vida, pero igual que los barcos más desventurados, se recuperó antes de lo que cualquiera hubiese esperado, tanto física como, en apariencia, emocionalmente.

Cuando despertó luego de un tiempo de reposo, se encontró a sí misma en una habitación luminosa repleta de cuadros del mar y de objetos de decoración. Frente a la cama de dos plazas en la que se encontraba, había un gran ventanal abierto que conectaba el espacio directamente con una playa de arena amarillenta y aguas turquesas. Las olas chocaban contra las rocas oscuras que surgían como los lomos de un montón de ballenas desde el mar agitado por el viento, y por encima de ese ruido relajante, se oía una voz que se reía alegremente con suma claridad. Lena, creyendo que todo era un sueño o que, más sencillamente, estaba muerta, se bajó de la cama deslizándose por la suavidad de las sábanas blancas y anduvo descalza por encima de un suelo de madera flotante en dirección a la playa. Las cortinas le acariciaron los brazos cuando pasó junto a ellas, y también la tibia brisa tropical que soplaba desde el sur.

Recostada a la sombra de un par de palmeras a pocos metros, estaba Kara, y por sobre ella flotaba una pequeña figura que también se reía; una niña de piel anaranjada y brillante, rubia como una de sus madres y con los ojos verdes, redondos y vivaces de la otra. Era la primera vez que Lena escuchaba la risa de Lyla, y el sonido de ésta, combinado con la imagen frente a ella, colmó su pecho de una alegría indescriptible.

Kara giró la cabeza y le sonrió, radiante. Acto seguido, tomó a la niña entre sus brazos y se puso de pie para ir directamente hacia su esposa.

- Bienvenida, Lee- Dijo, y extendió el brazo libre para abrazarla.

Lena, sintiendo que se le pararía el corazón debido a la forma tan vertiginosa en que esa enloquecida felicidad lo hacía repiquetear, se lanzó hacia ella y escondió la cabeza en la curvatura de su cuello, sollozando y temblando; sintiendo que las piernas no la sostendrían. Luego se separó y pasó una mano por la cabeza de su hija, que la estudiaba con inocente curiosidad.

- Ya, ángel...- Kara soltó una risa ronca y besó el tope de su cabeza-. Ya no llores. Pasó el tiempo de las lágrimas- Lena se separó y la miró con los ojos empañados. Kara apoyó una mano en su mejilla y la besó, sacudiéndole todo el escepticismo que aún le quedaba.

- ¿Pero qué sucedió? ¿Y ciudad Nacional? ¿Y Clark, Alex, Diana y Amelia? Mi tía, Carter, Sam y Ruby... ¿Qué pasó con el Dotex y todo lo demás que...?

- En cuanto a nuestros amigos, pronto querrán venir a visitarte- Kara tomó su mano y la guió hacia otra entrada a la casa playera-. Y en cuanto al resto, ya está. Ya pasó. Nos fue otorgada una nueva oportunidad después de tanta desdicha. Podemos olvidarnos de todo lo malo; criar a Lyla juntas en un lugar como este, donde no puedan encontrarnos.

Lena miró alrededor. Era un sitio paradisíaco y aparentemente desierto. Ideal desde toda perspectiva. Lo cierto es que no le desagradó en lo absoluto hacerse a la idea de permanecer allí durante el resto de sus días.

- ¿Dónde estamos?- Inquirió.

- Es una de las islas enanas de Temiscira. Las amazonas me ayudaron a levantar la casa antes de traerte.

Nuevos Comienzos- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora