Capítulo 37

2.2K 220 16
                                    

El viento que ingresaba por la ventana haciendo danzar las cortinas blancas, desgastadas y roídas tenía un leve gusto a mar y a hierba. Era liviano y suave y se adhería a la piel como una caricia otoñal.

Kara abrió los ojos para encontrarse con la luz difusa que bañaba la habitación sencilla que la rodeaba. Admiró a través de un  marco a escasos pasos, el cielo plomizo matizado de nubes oscuras y un océano color pizarra agitado por debajo de este. Se incorporó en el colchón de lana en el que se hallaba y se desenredó de las sábanas para encontrar sus pies con el suelo de tablones viejos y ásperos. Sintió la textura cálida del ambiente sobre las piernas repentinamente descubiertas y, mientras percibía cierta sensación de extraña ligereza en cada uno de sus miembros a la que no pudo ni quiso dar sentido, se puso de pie y comenzó a moverse. 

Anduvo hasta el borde de la ventana, descubriendo a su derecha un alto faro blanco y azul piedra que parpadeaba cada pocos segundos, vigilando el extenso ponto. El panorama ante sus ojos revelaba que la envejecida casa donde se encontraba estaba estacionada al borde de un acantilado que se elevaba varios metros por encima del mar. Había ropa colgada de una cuerda, ondeante al viento de un verano ya tardío.

La sensación de conformidad en su mente no concordaba con la inquietud que azoraba su corazón. Kara sabía que algo andaba mal, y por mucho que existiese una fuerza que la impulsara a desear vaciar la conciencia y simplemente estar allí, segura y tranquila, una parte de ella  perseveraba en la no aceptación de dicho escenario. 

Salió de la habitación y atravesó un pasillo repleto de pinturas de barcos. El aire olía a madera vieja, a cebo de vela y a tabaco. Los tablones en el suelo crujían y emitían sonidos agudos a cada paso que daba y las fotos de viejos marinos con boinas caladas de costado parecían seguirla de cerca con sus escrutadores ojos negros.

La sala –decorada con innumerables mástiles, caracoles, anclas, viejas redes, cabos y boyas que le otorgaban un aspecto sumamente particular – estaba vacía. La única señal de la presencia de algún ser viviente al menos recientemente era la estufa encendida, la pipa humeante sobre el brazo del sillón junto a la chimenea y el libro abierto en la mesilla ratona. Sin detenerse demasiado en dichos detalles, Kara salió por la puerta de entrada y se encontró con el paisaje que ya había contemplado desde la ventana de la habitación, claro, con una sola variable presente entonces. Una figura se hallaba de pie a pocos metros, mirando el mar desde el borde del acantilado. Su cabello azabache como la tinta de calamar no parecía ser afectado por las potentes ráfagas, aunque sí su larga y brillante túnica blanca; que aún en ausencia del sol resplandecía como si gozara de luz propia. Su piel –vista a través de la zona de su espalda que la inusitada prenda dejaba expuesta – era de una tonalidad etérea, casi fantasmagórica.

Kara se aproximó al borde del acantilado, sintiendo la hierba suave y espesa rozar las plantas de sus pies desnudos.

-          Lena- se oyó decir. El pensamiento, o la identificación, en todo caso, ni siquiera había atravesado el filtro de su mente. La certeza salió derecho desde donde nació, si es que nació en algún momento y no había estado siempre presente.

La joven morena giró la cabeza hacia ella con parsimonia, acabando por enfocar en su persona unos ojos brillantes y rojos que daban a la vez la sensación de ausencia y de desconcertante y descomunal atención.

Aquí estamos, Kara Zor- el.

Kara miró en derredor sobresaltada. Esa voz... había sido tan abstracta e inconsistente, que no estaba segura de haberla escuchado realmente. Pero el rastro –si es que se le podía llamar rastro a aquella sensación imprecisa que la había asaltado de repente – de la frase aún seguía de cierta forma arraigado a su conciencia de una forma demasiado particular como para poder simplemente definirla. Y es que ni siquiera parecía que hubiesen sido palabras aquello que compuso lo que la voz le hizo llegar. Si lo pensaba en retrospectiva, podría haberse tratado de un mero pensamiento, o un conjunto de pensamientos, o quizás incluso imágenes.

Nuevos Comienzos- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora