Capítulo 56

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Las luces de la ciudad, los autos y el ajetreo general mostraban esa noche, en todo su esplendor, una movida dinámica a través del amplio vidrio cristalino. La atmósfera de la habitación era fresca, la ventana estaba abierta como nunca dejaba de estarlo, y a través de ella ingresaba una ligera pero cortante brisa invernal que inundaba y poseía cada superficie con su aliento helado. Lena estaba reclinada sobre su escritorio, los ojos fijos en la pantalla, los labios contraídos en una mueca de concentración. Las pupilas dilatadas y reflejando un montón de cifras y esquemas de los progresos de la empresa que con mano diestra dirigía. Le había llevado un mes y medio recuperar por completo el mando, pero ahora que la noticia de su vuelta a la vida había dejado de ser tan novedosa para los medios y para sus socios, gozaba de cierto grado de normalidad relativa.

Desde su vuelta del planeta Eratris, cerca de un par de meses atrás, las cosas dieron un giro de trescientos sesenta grados en su existencia. De pronto pudo recuperar todo lo que había perdido; a Kara, su vida en la ciudad, a Cat, a Carter, a Sam y a Ruby y, por sobre todo, algo de merecida estabilidad, sensación que había olvidado y dado por hecho que nunca volvería a tener.

El destino, por una vez, estaba dispuesto a sonreírle a Lena Luthor. Nada menos. Las nubes en su conciencia y en su corazón, que de tan perpetuas se habían vuelto parte de ella misma, se habían disipado casi por completo. Existía una sola cuestión que podía llegar a amenazar esa tan esperada felicidad; algo que no se sentía capaz de revelar ni siquiera a Kara.

Incluso antes de volver a La Tierra, no pudo evitar percatarse de cierto cambio; cierta sensación extraña. Una embriagadez constante, un movimiento inusitado en las entrañas que la sumía, entrada la noche, en un agradable aunque desconfiable estado de placidez. Y eso no era todo. Su metabolismo cambiaba. Nunca había sido una joven demasiado comilona; con el trabajo en la empresa y el ajetreo de su día a día sumados al cansancio, a menudo olvidaba detalles como el almuerzo, la cena o cualquier otra comida diaria; tras lo cual había tenido que aguantarse, en el pasado, una que otra buena regañina de Kara, que se negaba a resignarse en ese respecto. Pero ahora, los antojos de Lena eran ilimitados. A su estómago se le ocurrían las cosas más inverosímiles. A veces se trataba simplemente de una hamburguesa, o de comida mexicana, sushi, mariscos...; otras su paladar adoptaba la loca ambición de los erizos que había comido en el mediterráneo, o del pescado frito de Shanghái, o de la carne asada de Latinoamérica. En esos casos, Kara cruzaba medio mundo en busca de esa clase de exóticos manjares, si bien Lena insistía en que no era necesario que lo hiciera, aunque su estómago acabara por agradecer por ella.

Había tratado de convencerse de que sus preocupaciones eran absurdas. Podía tratarse solo de felicidad, o de algún efecto residuo de su experiencia en el Rac Atreúr. Eso debía ser, pero nada grave. Estaba segura de que no era más que algo temporal, o eso quería creer. Lo cierto es que no se atrevía a hacerse ningún análisis para descartar riesgos, pues muy en el fondo, el miedo era real. Ese miedo de volver a perderlo todo conseguía paralizarla.

Y por otra parte, ¡qué difícil que era mentirle a Kara! Su conexión se había fortificado durante los últimos meses. Tanto es así, que en ese momento podía sentir un leve roce de emociones y pequeños esquicios del núcleo de su esposa, así como sabía que ella también percibía el suyo. De esa forma, ninguna de las dos estaba nunca demasiado lejos de la otra, lo cual resultaba un consuelo. Pero también estaba la cuestión de que Kara podía percatarse de sus cambios de humor, de la preocupación, del temor escondido. Hasta entonces había logrado evadir o redirigir sus preguntas, pero sabía que la otra joven sospechaba. Tarde o temprano, esperaba que más tarde que temprano, no tendría más opción que recargarla con su desconsuelo ineludible.

Un cambio en los latidos energéticos en su pecho le advirtió que se acercaba la hora que cada noche esperaba con tantas ansias. Sintiendo que su corazón se aceleraba como cada vez que estaba en presencia de la persona que amaba, cerró el ordenador y giró la silla hacia el ventanal.

Nuevos Comienzos- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora