Prólogo

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  • Dedicado a Sule Peke Lil'Noir
                                    

"Qué bonito es ser joven".

¿Qué bonito ser joven? ¡Y una porra! La adolescencia es el peor invento desde las dietas y las clases de educación física. Empiezas a verte defectos por todos lados: que si granos, que si cartucheras, que si chichotes... Nada te queda bien (aunque tu madre diga lo contrario) y no te conformas con ese montón de ropa de tu desordenadísimo armario. A cada dos por tres sacan unas zapatillas más monas que las tuyas, y esas botas de las que te enamoraste en la zapatería de al lado son demasiado caras y ni siquiera te cierran. De repente dejas de ponerte falda porque "estás asquerosamente gorda". Esa camiseta que tanto te gustaba y por la que peleaste contra una vieja en las rebajas está pasada de moda. Obviamente no sabes qué hacer con ese pelo tuyo. ¿Y qué me dices de esa cara de perro pachón? ¿Y dónde te dejas las cejas? ¿Y las manchitas en la piel? Y he ahí la prueba final: ¡hasta maquillada te ves defectos!

Por no hablar de que quizás empiezas a bajar las notas en el colegio y te enfadas con el mundo entero: con tus profesores por no comprender que estás en esa edad en la que todo es complicado y no te puedes centrar del todo en los estudios; con tus padres por enfadarse contigo y darle la razón a tus profesores; y contigo misma porque sí. ¡Ah! Y casi se me olvida mencionar a ese chico, ya sabes, el de tu clase. Ese tan mono y tan... perfecto. ¡Uno que merece la pena! Pero con este chico siempre hay un problema:

- 1: Le gusta la pija repelente de al lado.

- 2: Ya está saliendo con la pija repelente de al lado.

- 3: Pasa olímpicamente de ti y de la pija repelente de al lado.

Y es que esos chicos están genéticamente programados para salir con esas pijas repelentes de al lado, las que siempre te miran con superioridad porque son perfectas y tú no, las que se ríen de ti con sus amigas, esas a las que te encantaría decirles cuatro cosas a la cara. Cuatro cosas que, por cierto, no dices porque eres una señorita y estás por encima de eso (punto para ti). Y si por algún extraño motivo, ese chico tan mono se fija en ti, te confiesa su amor y acabáis saliendo, no esperes ni por un momento que la cosa acabe bien. El universo se reordena solo, y hará que él te deje y que tú te atiborres de chocolate para ahogar tus penas, cojas unos kilos, te deprimas y termines de hundirte en tu propia miseria.

No te digo nada ya si tus padres, encima, son complicados... Vamos, que llega el punto de tu vida en que no podrías sobrevivir sin tus amigos. ¡Benditos amigos! ¿Qué serías sin ellos? Ya te lo digo yo: ¡nada! Porque son ellos los que se comerán tus lágrimas, te aguantarán los berrinches, te aconsejarán cuando no sepas que hacer y te sacarán sonrisas cuando peor lo pases. Así como lo harás tú con ellos. Porque la adolescencia es así. Es extraño como, en el fondo, pensamos los adolescentes. Es decir, los adultos creen que tenemos la cabeza llena de pajaritos y un pavo del tamaño de Canadá, pero no es así. Estamos en una edad muy crítica. Literalmente, lo criticamos todo. Si los adultos pudieran ver lo que pasa dentro de nuestra cabeza, alucinarían. ¡Y no los culpo! Ni siquiera yo misma se lo que pasa dentro de mí. ¡Soy incomprensible!

La cuestión es que por muy complicada que sea, la adolescencia la tenemos que pasar todos (T-O-D-O-S). Y no me vale la excusa esa de "es que yo no tuve infancia" o aquello de "ser adulto no es tan bonito como tú lo pintas". Los adultos nunca nos entienden. Pero, ¿por qué? ¿Acaso no fueron ellos adolescentes alguna vez? ¿No pasaron por lo mismo que nosotros? ¿Se saltaron esa fase, cual niño que ojea los dibujitos de un libro, haciendo caso omiso de la historia? No, señores. Mejor dicho, chicos. Yo creo que sé lo que pasa: les borran la memoria. Si, si. Sé que pensareis que estoy loca (o muy aburrida), pero no. Supongo que alguien que lo pasó muy mal en su infancia, inventó una maquinita. Y cuando los adultos hipotecaban su vida al diablo (compraban un piso) sus recuerdos sobre la adolescencia desaparecieron y su vida se redujo a simples comandos: trabajar, comer, dormir, pagar y necesidades biológicas básicas. Pero, sin querer, este señor (llamémosle señor Adulto) tecleó en su maquinita la palabra "amor". Y los hipotecados del mundo se enamoraron, y tuvieron hijos, y sus hijos se hipotecaron, y así consecutivamente.

Pero al señor adulto le plantamos cara los adolescentes. Porque, ¿qué creéis que pasa cuando alguien no hipoteca su alma o su ADN no es compatible con la dichosa maquinita? Que madura por sí mismo, a su ritmo, y conserva parte de sus recuerdos de adolescencia e infancia. Y a estas alturas os preguntareis "¿a qué demonios viene todo esto?". Os cuento todo esto porque esta es mi historia, la historia de una chica normalita, con sus amigos normalitos, y muchas, muchas cosas que contar.

El club de los corazones rotosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora