Especial: Desde ese día

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Perséfone

Valyria se fue y retuve un suspiro de resignación.

No era estúpida y sabía exactamente quien era ella en realidad: La nueva esposa de Maxell, y no me extrañó en lo más mínimo que fuera su elección.

Eran diferentes y parecidas en partes iguales. Monika también había tenido los ojos oscuros y el cabello corto cuando recién lo había conocido, ella se había negado en rotundo a dejarlo crecer porque había sido su sello como "guerrera" a pesar de que Maxell realmente prefería el cabello largo. Su complexión también era muy parecida... Valyria era realmente pequeña si se colocaba al lado del general y esa mirada de hostilidad también era dolorosamente parecida. Así mismo, por otro lado, Monika había sido mucho más receptiva a los encantos de Maxell desde el principio y nunca había tenido a nadie más que a él en su repertorio y Valyria ya tenía una historia, a una persona en su pasado. Monika había sido entrenada personalmente por Maxell mientras que él estaba dejando a Valyria a su suerte. Fácilmente podía adivinar lo que a él se le cruzaba por la mente: solo la veía como carne de cañón, como algo que sería fácilmente reemplazable en caso de morir.

Levanté la vista hacía el cielo. Parecía estar nublándose y muy seguramente tendríamos un diluvio en pocas horas. El clima parecía querer sacar sus recuerdos a la fuerza.

Hoy era un día especialmente oscuro, siendo el aniversario de la muerte de la familia de Maxell, no me extrañaba en absoluto que estuviera golpeando al pobre recluta por cometer un error en sus responsabilidades.

Pero, lo entendía, ese día, solo se había necesitado un mínimo error para que él lo perdiera todo.

Mas tarde me encontré con él frente a las lápidas de su familia. Apreté el ramo de flores fuertemente con mi mano y me apresuré a su lado para cubrirlo de la inclemente lluvia con el paraguas que sostenía con mi mano restante, aunque, realmente, poco importaba, Maxell ya estaba empapado de la cabeza a los pies y no pareció darse cuenta de mi presencia, observando fijamente el nombre de las personas que más había amado.

Monika Arscorth, amada esposa y defensora del reino.

Damián Arscorth, amado hijo y defensor del reino.

Keith Arscorth, amado hijo y defensor del reino.

Alyandra Arscorth, amada hija y defensora del reino.

Toda su familia había seguido los pasos de uno de los vampiros más fuertes de todos, convirtiéndose en las más grandes armas para el reino vampírico, héroes en toda regla e incluso Alyandra había sido declarada con el más grande honor que se le podía dar a una heroína.

De todas la muertes que él había sufrido ese día, podría apostar con mi vida que la que más le dejó destrozado fue la muerte de su hija, Alyandra. Aquella chica había sido la luz de sus ojos, su tesoro más preciado y no le había importado en lo más mínimo llevarla al cuartel militar y dejarla trenzar su cabello (o al menos intentarlo porque él siempre lo mantenía corto) o llenarlo de brillantina, a veces simplemente había sido demasiado difícil aguantar la risa después de aquel pequeño torbellino dentro de un vestido rosa entrara en medio de una importante reunión y gritara "¡Papi!" Mientras se aferraba a su pierna. Aquella niña, que con los años se había convertido en una hermosa chica que había tratado de imitar a su padre y seguirlo sin dudar a la guerra, a pesar de lo mucho que él había querido evitarlo.

Esos fueron los últimos años en los que podría afirmar que el estaba vivo en toda la extención de la palabra y para mí era tan usual escuchar su risa o ver su sonrisa diariamente que había pensado duraría para siempre.

Pero no había sido así.

Puse mi mano sobre su hombro, consolándolo o al menos, intentándolo.

Aquel día había sido una alegría para toda la raza de los vampiros, concluyendo la guerra interna por la lucha tras la corona y lo que se recordaría como el día de la victoria final, había sido también el día de la tragedia más desgarradora en su vida.

Cautivas (La Guerra Eterna Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora