Capítulo 38

336 35 6
                                    

PERSEFONE 

- ¡Mamá! ¡Mamá! Ya está aquí papá, ya llegó, ya llegó.- Una pequeña niña de cabello rubio me jaló hasta la puerta de entrada donde estaba Keith dejando sus cosas en la entrada. Suspiré con alivio por verlo entrar una vez mas sano y salvo por la puerta. Lo abracé en cuanto se dio la vuelta.

- Te extrañé.- Susurré.- Estuviste mucho tiempo fuera.- Sonreí con deleite en cuanto sentí sus labios rozar con los míos a pesar de que la bolita de entusiasmo bajo a nosotros hiciera sonidos de indignación. Keith la tomó en brazos y la llenó de besos.

- ¿Cómo está mi hermosa niña? ¿Te portaste bien? ¿No le causaste molestias a mamá? - Le preguntó a lo que Astraea, nuestra hermosa hija de 9 años le contestó, cruzándose los brazos de manera adorable.

- Claro que si, ¡Es mamá la que no se portó bien! Ella no me hizo mis galletas favoritas de coco pero te hizo tus galletas de chocolate.-Deberías castigarla.

- ¿Debería castigar a mamá? ¿Y por qué yo? - Le preguntó tocando la punta de su nariz.

Nuestra hija se quedó pensativa por un momento hasta que pareció llegar a una explicación coherente en su pequeña cabeza.

- Porque tu eres el hombre, el hombre debe de castigar a su esposa cuando se porta mal, eso es lo que me dicen mis amigos.

Keith le dio un pequeño golpe en su cabeza, lo suficiente para sacudirla un poco pero sin ser realmente doloroso. 

- No deberías aprender ese tipo de cosas. Yo respeto a tu mamá y la amo mucho, jamás podría hacerle daño. Nunca la castigaré porque ella no merece que yo traté de imponerme, ella es suficiente para manejarse a sí misma y tomar sus decisiones, si hay algo que mi padre me enseñó constantemente fue que la mujer no es un juguete, es una compañera, una igual a quien hay que proteger pero también darle su libertad para que aprenda por si misma y viva según sus principios.

Astraea se quedó callada por un largo tiempo antes de preguntar.

- Entonces, ¿No tengo que obedecer a los niños solo porque son niños? - Keith sacudió su cabeza sospechando la razón por la que los niños le habían dicho tantas mentiras a nuestra niña.

- Me mintieron.- As hizo un puchero tierno.- Mamá, papá, ahorita vengo.- Se sacudió de los brazos de su padre para salir corriendo a su habitación, seguido de unos momentos escuchamos destrozos de papeles y a Astraea refunfuñando sobre no volver a hacer la tarea de los niños y que los odiaba a todos... menos a su papá.

Sonreí recargándome en Keith, de pronto me vi suspendida en el aire por sus brazos hasta que me bajó en la cama.

- No te pienso castigar.- Murmuró quitándome los zapatos.- Pero si pienso llamarte la atención, ¿Por qué estás haciendo galletas cuando estas embarazada y no deberías hacer más que descansar?

- No es porque son tus favoritas.- murmuré más o menos diciendo la verdad.- Es porque a nuestro niño se le antojaron. Soy débil ante el dulce.

Keith solo sonrió y comenzó a hacerme un masaje como cada noche, era sumamente tierno y cuidadoso, como si me venerara incluso con su toque. Mis ojos se llenaron de lagrimas por la fortuna que tenía de haberle dado una oportunidad a pesar de mis dudas, descubriendo en el camino en el gran hombre que se había convertido. Enamorándome completa y perdidamente de él. 

- Te amo, Keith.- Susurré encantada con esas palabras que solo las había pronunciado desde el nacimiento de nuestra primera hija. Todavía no podía creer como es que era tan feliz, solo había estado resignada a vivir y morir como soldado por el resto de mi vida, pero Keith a pesar de que yo solo le veía como a mi sobrino, a un tierno y dulce niño que vi crecer junto a sus hermanos y a la persona que más admiraba en la vida.

Cautivas (La Guerra Eterna Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora