Capítulo 13

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IDARA

El sonido de las cadenas tintinear sobre mis manos fue demasiado doloroso para poder seguir luchando.

Había sido arrastrada hacía el cuarto de torturas, pero esta vez había sido diferente, porque ahora me encontraba en una sala completamente diferente en la que los hermanos solían castigarme, está tenía un enorme poste en el centro en el cual Kelian me había sujetado, haciendo que mi cuerpo quedara de rodillas con las muñecas atadas al pavimento frente a mi.

Mi respiración era rápida y superficial, causada por la ansiedad y el estrés a lo que el vampiro estaba a punto de hacerme. Levanté la cabeza y vi los instrumentos que a Kelian le gustaba usar, la revelación de lo que eran todo tipo de látigos con diferentes y sádicos diseños me provocó un estremecimiento de terror.

El vampiro se acercó a la pared y pareció pensarse con sumo detenimiento el que planeaba usar en mi. Me retorcí contra las cadenas aunque sabía era inútil. Eligió uno que parecía estar hecho de metal flexible y se situó a mi espalda.

- Elige, ¿con ropa o sin ella?.- Me pusé tensa y gemí, pero también entendía su referencia.

- Sin ella.- jadeé.

- Buena elección.- Tomó mi camisón y lo desgarro de la espalda, dejándolo caer sobre mis piernas, sabía que ese látigo me haría mucho daño y que si me quedaba con el camisón puesto se quedaría pegado a mi piel y después sería mucho más doloroso quitármelo, sentí mis mejillas calentarse al sentir que mis pechos quedaban al desnudo, pero al estar dándole la espalda, él no los veía.- ¿Sabes por qué te estoy castigando?

- Por escapar.- mi voz se rompió por el llanto, ¿Dónde había quedado mi valentia anterior? Lejos, muy lejos, escondiéndose de ese vampiro.

- No.- pasó una parte del látigo por mi espalda desnuda, provocándome un estremecimiento por el frío del metal y el miedo.- Por la escena que hiciste frente a la reina, esa, es la razón por la que te voy a castigar. Recibirás veinte azotes por esa razón, diez por escapar y cinco... Porque me da la gana. ¿Entendido?.

Me mordí la lengua para no aumentar el castigo y asentí con lentitud.

- Cuentalos. No contaré los que no escuche.- separó el látigo de mi piel y lo escuché retroceder.

Mi cuerpo entero se puso en tensión y un gemido lastimero estaba a punto de salir de mi garganta, y salió, junto con el primer azote que impactó contra mi tierna piel, sentí las lágrimas picar en mis ojos.

-Uno.- Lloré.

Sentí como el siguiente me abría la piel y la cálida sangre comenzaba a bañar mi espalda, recorriendo mi piel hasta el suelo.

- Dos, t-tres, cuatro...- su fuerza era sobrehumana y cada golpe lo sentía sacudir hasta los simientos, arrancandome la determinación, la valentía y a mi misma de mi cuerpo.

- Diez... o-ce, d-ce, p-por fav-or, bas-ta Ahh.- sollocé y eso lo volvió peor porqué al sacudir mi cuerpo por el llanto me dolieron más las heridas abiertas.

Hubo momentos en los que me desmayé en medio de la cuenta y el me despertaba tirando agua helada sobre mi cabeza para comenzar en donde había dejado la cuenta, no importó cuánto lloré, supliqué o grité, Kelian terminó el castigo y luego me liberó, mi cuerpo calló inerte hacia un lado, terminé por empaparme más de agua y sangre, temblaba violentamente contra el suelo, sintiendo que la conciencia se escapaba de mi.

- Limpia antes de irte.- Y con esa orden, Kelian se marchó, dejándome en el frío suelo, siendo sacudida por espasmos, agonizante sobre mi propia sangre.

Miré fijamente la pared frente a mi, extrañamente, me sentí tan vacía, rota y tan muerta, que no lloré, en cambió sonreí ante su orden antes de caer en la inconsciencia.

Cuando volví a abrir los ojos, estaba sobre mi cama, con la espalda vendada y el cuerpo limpio. Desconocía quien me había ayudado, pero estaba secretamente agradecida.

Me levanté y comencé de nuevo con la rutina.

Dejé pasar los días, tratando de evitar al hermano mayor de los Dragomir como la peste, era el peor de todos y no estaba segura de cuánto más podría soportarlo antes de volverme loca.

En este momento estaba limpiando una de las habitaciones, de rodillas sobre el suelo, tallando una perticularmente terca mancha cuando escuché un ruido de alguien entrando en la habitación, sonaban como dos personas, me quedé estática detrás del sofá mientras identificaba los sonidos de quienes habían entrado.

Una de las personas era una mujer que sonaba muy exitada a juzgar por sus gemidos y la otra parte era un hombre, con temor me incliné hacia adelante para ver lo que estaba pasando y me encontré a un hombre de cabello rubio que besaba casi salvajemente a una mujer morena y menuda contra la pared.

Retrocedí y me maldije mentalmente, ¿Por qué tenía este tipo de suerte?

Entré en pánico, ¿Qué hacer? Si me levanto, probablemente me mataría por interrumpirlo y si me quedaba en mi lugar y el me descubría, sería lo mismo. Así que parecía que hasta aquí había llegado mi suerte.

O más bien la falta de ella.

Me quedé estática en mi lugar, temiendo respirar demasiado fuerte.

- ¿Y qué es lo que quieres hacer?.- La voz de Sebastián sonó sensual, era el tipo de tono que pondría a temblar a cualquier mujer.

- Tómame contra la pared.- La mujer le dijo.- Y prometo que le diré a tu madre lo que le promet...- La voz de la mujer fue ahogada por el vampiro tomando sus labios de nuevo.

Me tapé los odios y permanecí en silencio, justo en la misma posición hasta que sentí que algo me hacía cosquillas en la frente, mis pestañas revolotearon un poco y abrí mis ojos, encontrándome de lleno con la cara de Sebastián frente a mi.

Retrocedía asustada.

Él se cernió sobre mi, olía a almizcle y a perfume caro de mujer.

- No sabía que eras voyerista, amor.- Se puso sobre mi, su torso desnudo se restregó contra mi pecho y sentí la tela de sus pantalones acariciar mis piernas, la posición era demasiado íntima y traté de hacerlo retroceder, pero no tenía la suficiente fuerza.

Me mordí el labio, tragándome un par de maldiciones.

Maldecirlos los retaba a romperme con más ganas, suplicar para que se burlaran de mi, entonces, ¿Qué quedaba para que me dejaran en paz?

Sebastián me besó con gentileza y me quedé como piedra, sin reaccionar ante la frialdad de sus labios.

Él se alejó de mi, sonriendo.

- Si sabes que pronto serás mía, ¿verdad?.- lo miré fijamente.

- Me parece que este es el momento, me gustaría escuchar tus gritos y súplicas mientras te tomo sobre el suelo, tu sangre fluir... Me excita.- Se inclinó y colocó sus colmillos en mi palpitante carótida.

Si suplicar no funcionaba, si intentar matarlos no funcionaba, si maldecirlos tampoco...

- ¿No te sientes sucio?.- Mi pregunta lo paralizó y se detuvo en seco antes de morderme.

- ¿Qué?.- Me perforó con sus ojos verdes.

- Vendes tu cuerpo porque tu madre te lo pide, a cambio de favores, ¿No te hace sentir sucio?.- Solo estaba tanteando sobre la verdad, pero no estaba tan segura, aunque al ver como sus ojos se abrían más, noté que estaba en la línea.- Me parece muy triste, eres como su prostituta, ¿Es por eso que quieres violarme?, ¿Es la manera que tienes de liberar la frustración de ser prostituido?

Sebastián me miró totalmente estupefacto y luego... Luego estalló en fuertes carcajadas, su cuerpo se sacudió violentamente por la risa, sus ojos brillaban intensamente. Mi cuerpo se tensó y lo miré con expresión cautelosa cuando se recuperó. Sebastián volvió a besarme y luego se puso de pie, abandonó la habitación sin decir más.

Me quedé viendo con atención el techo, ¿No había hecho algo mal?

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Hola, ¿Qué les pareció?

¿Quien creen que haya sido el hermano que la llevo a la habitación y limpió sus heridas?

Cautivas (La Guerra Eterna Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora