Capítulo 35

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IDARA

- Empecemos por partes. Primero: Estoy casada contigo... ¿Por qué?- Sentada sobre una elegante silla que parecía del siglo pasado me encontraba entrevistando a mi... esposo.

Había pasado los siguientes días recuperándome físicamente y vagando sin rumbo por toda la mansión, enfrentándome con un pelirrojo que solo se burlaba en silencio y ninguna noticia del otro que había visto aquel día. Al recorrer los pasillos me había dado cuenta de que la decoración era más bien masculina, como si ninguna mujer hubiese puesto un pie en muchos años en el lugar, tampoco encontraba nada mio más allá de unos cuantos cambios que parecían recién comprados en la habitación donde ahora me encontraba. También me intrigaba saber el porque a pesar de estar casados y dormir en la misma habitación, yo no lo había visto entrar en ningún momento. Así mismo, la sensación de querer huir cada vez que veía la puerta de entrada me desconcertaba bastante.

Así que decidí tratar de aclarar algunas dudas después de darme por vencida con mi cerebro a que me diera algún tipo de respuesta. Tal vez podría sentirme familiarizada o recordar algo.

Pero el hombre con heterocromia solo parpadeó y tranquilamente me observó por un buen rato. Me puse nerviosa y retorcí mis manos juntas esperando una respuesta.

- Fue por amor.- Contestó.-Coincidimos y terminaste enamorándote, a pesar de que tu familia lo impedía, huiste y me pediste que nos casaramos. 

Abrí mis ojos como platos y me recosté más en la silla, mis labios formando una "O" de incredulidad.

- Parece una historia muy loca.- Mencioné, al no sentirme en absoluto familiarizada con ella. En realidad, casi sentía como si me estuvieran jugando algún tipo de broma de mal gusto.

- Todas las historias de amor tienen bastante locura en la memoria. El amor mismo es una locura.- Ladeó su cabeza empujando los lentes por a curvatura de su nariz.- Es un sentimiento que llega en minutos, pero el dolor no se borra en toda una vida. Curioso, ¿No crees?

Ahora fue mi turno de ladear la cabeza confundida.

- Entonces, Kelian, ¿Tu me amas? Si nuestro matrimonio fue por amor, también tendrías que...- Mi voz perdió fuerza, no muy convencida de lo que decía, incluso había una parte en mi subconsiente que quería estallar en lagrimas... ¿o carcajadas?

Kelian, el hombre se ojos de diferente color se levantó con gracia felina de su asiento y me acorraló, colocando sus manos una en cada brazo de la silla en la que estaba sentada. Se acercó peligrosamente a mi, rozando sus labios con los míos. Me estremecí, aunque no sabía si era por miedo o por gusto.

Kelian tomó mi barbilla y la acarició con lentitud pervesa, logrando que mi abdomen bajo se contrajera e instintivamente me acercara más. Él sonrió.

- Eres mía Idara Arscorth. Siempre lo fuiste.- Después de decirme tan extrañas palabra me besó. Fue un beso en el que sentí que si me hubiera pedido mi alma, con gusto se la hubiera dado, intoxicada como estaba por el placer. Llevé mis manos a su cuello, acariciando su cabello, dándome cuenta de lo suave que era. Gemí y arqueé mi cuerpo de placer al sentir las manos de Kelian meterse entre mis piernas tocando una zona tan sensible que me hizo aferrarme a él desesperada, separando las piernas, pidiendo más.

Eso fue todo lo que él necesitó para levantarme en brazos estilo princesa y llevarme a la habitación que parecíamos compartir. 

 Una parte de mi mente no se apagaba a pesar de los besos y las caricias, no dejaba de pensar si estaba bien o que me detuviera, que algo no cuadraba... pero toda lógica desapareció de mi cabeza al sentir uno de sus dedos introducirse en mi.

***

Al despertar sola en la habitación masculina, sentí un ligero rayo de decepción que fue completamente borrado al verlo entrar con una charola llena de comida para mi.

Kelian la puso en mi regazo cuando me incorporé al verlo entrar.

- Traje panckes, espero te gusten.- Señaló la mermelada y crema de avellana en la esquina.- Como sé que te gusta combinarlas, traje ambos y el té es especialmente para que no sientas ningún tipo de dolor al levantarte.

- ¿No tendrá veneno?.- Ambos nos quedamos de piedra en cuanto esas palabras salieron con un tono defensivo de mis labios. Me llevé las manos a mi boca preguntándome porque había dicho eso.- Perdón.- Me disculpé.- No sé por qué...

Kelian sacudió su cabeza.

- No te preocupes, lo entiendo.- Por un breve momento hasta pensé en que había sonreído con cierto cinismo, pero cuando parpadeé, esa imagen desapareció y lo descarté como algo sin importancia.- Te dejo comer.- Me dio un beso en la frente.- Nos vemos más tarde en mi estudio, tengo algo que decirte.

Asentí agradeciéndole y sintiéndome extraña tras esa muestra de cariño. Era como si mi cuerpo no estuviera en absoluto acostumbrado a tales muestras de cariño. Me llevé la mano hacía la frente que sentía como si me quemara y al hacer eso me di cuenta de que había algo diferente en mi. Tenía un listón dorado en la muñeca. Traté de moverlo, pero era como tocar aire.

¿Un tatuaje? Pero ayer no lo tenía.

Abrí y cerré los ojos varias veces para cerciorarme de que no fuera una visión, pero no importaba cuantas veces lo hice, el tatuaje seguía ahí.

Y tenía el extraño pensamiento de que nunca se iría.

Sacudí mi cabeza, alejando esos extraños pensamientos y desayuné con gusto lo que me había traído Kelian. Me levanté dándome cuenta de que realmente no sentía ningún tipo de dolor, sonreí por su consideración. Me dirigí al baño, me lavé, me vestí con un vestido negro con bolitas blancas y escote un poco pronunciado, zapatillas doradas y un ligero maquillaje.

Alegre salí ya conociendo mejor los pasillos hasta llegar al estudio de Kelian cuando me tropecé por accidente con un cuerpo, miré hacía arriba encontrándome con unos ojos de un verde muy descolorido y una cabellera rubia un poco desordenada.

- Perdón.- Me disculpé dando un paso hacía atrás.- Debería de ver por donde camino.- Me llevé la mano al cuello nerviosa.

El chico rubio por un momento pareció petrificado con mi muñeca, donde estaba el nuevo tatuaje y después me sonrió, pretendía parecer despreocupado pero noté cierta tristeza en su mirada.

- Soy Sebastian Dragomir.- extendió su mano de manera formal hasta mi, la tomé con una ligera sonrisa.

- Ah, eres el hermano, ¿Tu cabello no era pelirrojo también?.- Pregunté intrigada reconociendo al chico con una venda en los ojos como Sebastian Dragomir, el hermano de mi esposo.

- Nunca me ha gustado ser pelirrojo.- Comentó, lo que de pronto nos sumió en un extraño silencio. Él de repente tomó aire y abrió sus labios para decirme algo cuando un sonido fuerte nos interrumpió seguido de un hombre muy alto y atlético de ojos color dorado se precipitó hasta abrazarme.

- Mi princesa. Perdóname por tardar tanto.- Lo empuje ligeramente, de nuevo confundida en extremo y lo enfrenté.

- Disculpe, ¿Quién es?.- Si mis palabras hubieran sido balas, yo creo que habrían causado el mismo efecto.

El hombre me sujetó suavemente la cabeza, conectando nuestros ojos.

- ¿Pero de que hablas? Soy tu padre, princesa.

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Hola, espero les guste.



Cautivas (La Guerra Eterna Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora