Especial: El asesino de reyes

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MAXWELL

30 de septiembre del año 721.

Reino de las hadas.

Ella lloraba.

Caliope nunca lloraba.

El sonido de sus sollozos me condujo con más rapidez hacia nuestro escondite secreto, prácticamente corrí hasta encontrarla y cuando finalmente lo hice, por un momento el impacto de lo que estaba viendo me dejó momentáneamente congelado en mi sitio.

El olor también fue demasiado para mis jóvenes sentidos.

Sangre, olía penetrantemente a sangre. Obligué a mis colmillos a retraerse y me precipité hacia ella, quitándole la daga de las manos y lanzandola muy fuera de su alcance.

-¿Qué demonios estabas haciendo?.- La regañé.

Caliope no contestó y en cambió trató de empujarme para volver a tomar la daga, apenas alcancé a tomarla de la cintura y alejarla, se veía realmente desesperada y los sonidos de su llanto me perforaron los oídos, hice una mueca al sentir una enorme desesperación y tristeza emanar de ella.  Algo grande había pasado y muy malo.

Caliope lanzó su poder en mi contra, congelando mi piel hasta el punto en el que gruñí de dolor, pero no la solté, incluso cuando me golpeó, me maldijo y me insultó de todas las maneras posibles. Solo la solté cuando sentí que su delgado cuerpo se estremeció y me suplicó con voz apagada y ahogada que lo hiciera. Algo en su voz me hizo comprender que si no obedecía su pedido, algo dentro de ella terminaría por romperse, por lo que lo hice, pero bloqueando su camino de vuelta al arma.

Caliope se derrumbó en el suelo, todavía temblando y abrazando fuertemente su cuerpo, al ver su estado con mayor claridad sentí la ira y la incredulidad por partes iguales.

Caliope Montefher siempre había sido una orgullosa princesa que nunca rehuía de la mirada de nadie, siempre con la cabeza en alto y la arrogancia propia de alguien nacido para gobernar, ni siquiera los golpes o las humillaciones habían logrado romper su fuerte espíritu, hasta este momento.

La princesa heredera del reino de las hadas estaba ante mi llorando sin parar, acurrucada en el sucio suelo como si intentara fusionarse en el, su ante pulcro vestido color violeta estaba destrozado, mostrando escandalosamente sus piernas, brazos y escote desnudo, había marcas circulares tornándose a cada momento más oscuras y otras marcas sangrantes en esas mismas zonas provocadas por ella misma con la daga, el olor masculino sobre ella solo confirmó cualquier duda.

Apreté mis puños fuertemente, comencé a verlo todo rojo, pero aún me detuve y quitando la capa sobre mis hombros, la cubrí gentilmente con ella.

-¿Quién fue?-. mi voz sonó aterradoramente controlada para el desastre de furia que se encontraba a punto de estallar. Ya sabia quien había sido, el olor era inconfundible, pero necesitaba escuchar su identidad por ella.

Caliope escondió su cabeza entre sus manos y sus sollozos se intensificaron. Me arrodillé ante ella, quería consolarla, pero a juzgar por su respuesta anterior, dudaba que a partir de ahora dejara que cualquier hombre se acercara a más de un metro de distancia de ella. 

- Cal...- Murmuré, sintiendo su dolor, se me cerró la garganta al verla esconderse más en sí misma, me recordaba a una muñeca sin vida y rota.

- Lo voy a matar.- susurré.- Espera aquí.- Me levanté y me preparé para marcharme, pero de repente fui detenido por ella, quien se había aferrado a una de mis piernas.

- ¡No lo hagas!.- Gritó, su voz rota y ronca.- Si lo haces, comenzarás una guerra entre ambos reinos, por favor, no lo hagas.- Su voz disminuyó, pero su agarre seguía siendo firme.

Cautivas (La Guerra Eterna Parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora