Capítulo 38

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Me sentí como el niño nuevo a la hora del almuerzo. Todo el mundo tenía los ojos clavados en mí, preguntándose si yo elegiría su mesa para sentarme, ya que era obvio que buscaba un lugar donde detenerme.

Algunos me miraban como un juez y pensaban que yo mostraba desafío y honradez.

Algunos pensaban que parecía la típica americana; como si lo supiera todo y estuviera completamente mimada. Algunos pensaban que era fascinante. Unos pocos me miraban con esperanza, querían que me sentara allí, pero yo estaba en una misión. Y lo encontré. Paulo, el concejal que a veces hablaba cuando Donald se hallaba fuera de lugar, estaba sentado con su familia y vi un asiento libre al final. —Hola ¿te importa si me siento aquí?

Paulo pareció seriamente confundido, pero hizo un gesto con la mano para que yo procediera.

—Vidente —se dirigió a mí—, espero que hayas dormido bien.

—Dormí bien, sí. Y sé que sabes que liberé a Harry de la celda. Y también sé que sabes que mi habitación está encantada, y que incluso a pesar de que Harry y yo estábamos juntos anoche, los dos estábamos separados esta mañana.

Su boca estaba abierta cuando lo miré de nuevo. Le sonreí y al resto de la mesa, que habían dejado de masticar para mirarme boquiabiertos.

—Está bien —les dije y me reí silenciosamente—. Sólo quería que todo estuviera claro. Ahora empezamos de cero. Soy ________.

Algunos se relajaron un poco, pero un par de ellos no parecían poder apartar los ojos de mi marca de Vidente.

Tomé la mano de la mujer que se encontraba a mi lado. —¿Te importa si veo tu marca? Sólo he visto la de los Jacobson. —Eso era una pequeña mentira, pero ella no lo sabía.

Giró el brazo y vi que era la mitad de un capullo de rosa esbozado en negro, como lo estaban todos. El nombre que había alrededor del borde decía Paulo, y le sonreí. —La rosa es muy bonita.

—Gracias —respondió con su acento y miró a Paulo con diversión antes de posar su mirada en mí—. ¿Cómo está tu desayuno?

—Oh, es genial —dije casualmente y miré a mí alrededor—.Entonces, ¿qué es un almuerzo de dignatarios?

—Es el único día del año en que el Consejo nos atiende — contestó alguien y se ganó una mirada de Paulo—. Quiero decir, que nos sirve el almuerzo. Por supuesto, nos atiende todos los días.

—Así que vives aquí —le dije a Paulo y luego a su esposa—: ¿Y tu?

—Sí —respondió en voz baja—. Vivimos aquí el año completo.

—¿Y tienes hijos? —Ya sabía que tenía dos hijos, pero necesitaba hacer una pequeña charla.

—Sí —respondió otra vez y miró hacia dos adolescentes sentados uno al lado del otro. Vi en su mente la culpa, el dolor y la miseria. No entendía de dónde procedía eso, así que profundicé más. Ella echaba de menos a sus hijos, pero por qué casi me quedé sin aliento cuando la respuesta apareció en sus pensamientos. Los niños no tenían permitido vivir allí con ellos. Sólo los miembros del Consejo y sus parejas podían. Estas personas sólo veían a sus hijos una vez al año. Busqué más, porque no entendía su miseria. Si ella eligió esto, ¿entonces por qué sentirse molesta por ello?

Era la ruptura entre su marido y ella. Tenía que estar con él para sobrevivir y viceversa, pero él estaba tan dedicado a su pueblo. O al menos eso pensaba él. Pensaba que hacer lo que el Consejo había hecho durante siglos era la mejor manera de servir a su pueblo. Gran era el único miembro del Consejo de todos los tiempos en no vivir en el palacio. Ella también había sido la única sin una pareja, pero Donald les había asegurado que sólo causaría problemas.

Ver eso hizo que me hirviese la sangre. Si vas a ser un purista sobre las reglas, entonces sé uno. Pero ser tan estricto en un fallo de las leyes, y luego darte la vuelta y decir que esto es algo que está bien romper porque no quieren la molestia, les hace a todos unos hipócritas.

Aparté esos sentimientos y me concentré. Ella estaba triste, igual que él. Paulo sentía como si le hubiera fallado a su familia porque por una estúpida ley que impedía que sus hijos vivieran en el palacio con ellos, dejó a sus hijos vivir con la familia. Tomó la decisión de ser un miembro del Consejo, a sabiendas de que cada persona que lo era, tenía que hacer algunos sacrificios. Pero también era un hombre valiente. Sabía que si no era él, alguien más sería elegido y pasaría tanto dolor como él. Sentía que era fuerte, sentía que era capaz de soportar la tarea y todas las consecuencias. Pero todavía vadeaba la culpa, todos los días.

Miré a los miembros del Consejo que había alrededor de la habitación, comiendo. Todas sus historias eran iguales. Familias divididas, rotas por negociaciones políticas. Pero no era culpa de ninguno de ellos, en realidad. Hacían lo que creían que era lo correcto.

—Lo siento, ¿puedes decirme dónde están escritas las leyes originales? Realmente me gustaría leerlas —dije, y Paulo elevó las cejas en mi dirección—. Bueno, si me voy a unir al Consejo, tengo que conocer los límites, ¿no?

Sonrió, y sus pensamientos me confirmaron que era una sonrisa genuina. —Están guardados bajo llave abajo en la biblioteca. Voy a buscar a alguien para que te los traiga pronto.

—¿La biblioteca? —pregunté, recordando la pequeña habitación en la que había estado—. ¿Hay alguna más grande en algún otro lugar que yo no conozca?

Enarcó las cejas aun más. —¿Has estado en la biblioteca?

Oops. Mierda. Vaya. —Umm

—Sólo hay una biblioteca. Nunca he estado en ella, es tan vieja y se usa tan poco que está en malas condiciones. Pero estoy seguro de que puedo conseguir que alguien recoja los pergaminos para ti.

—¿Pergaminos?

—Sí, pergaminos. —Sonrió—. No tenían bolígrafos y papel de lujo con membrete entonces.

—Oh, claro —murmuré—. Sí.

—No le hables a la Vidente de esa manera —le regañó su esposa en un siseo. Él volvió a mirarme de manera diferente.

—Lo siento, Vidente. Simplemente pareces

—¿Normal? —ofrecí, y sonreí—. Es porque lo soy —me burlé—. No te desprecio ni voy a hacer que te quedes ciego sólo por hablar conmigo.

La mesa estalló en carcajadas. Oye, si pensaban que era divertido, eso me parecía genial, pero aparentemente no había captado mi propio chiste.

Paulo se secó los ojos y se rió mientras explicaba—: Esa es mi habilidad, Vidente. ¡Hacer que la gente se quede ciega! ¡Diste justo en el clavo!

Rugió de risa y me uní a pesar de que traté de luchar contra ello. Todo el mundo en la habitación nos miraba con diversión. Era temporada abierta después de eso. Todo el mundo estaba ansioso por hacerme preguntas acerca de ser la Vidente y sobre mi imprimación con Harry. Unas pocas chicas de ojos soñadores al final de la mesa se deshicieron en suspiros y miradas melancólicas a través de esa historia, pero en general fue una buena forma de conocer y saludar.

Y así fue como Harry me encontró.

Cambios (Harry Styles y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora