Mi hermana

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Extiendo ese pequeño plato en donde encima lleva una blanca taza con un amargo café dentro. Aster me agradece y bebe un sorbo, me siento en la silla que está a su lado y también bebo de mi café; ambos estamos en completo silencio sentados en el patio trasero, solo mirando la oscuridad, las estrellas, la luna y escuchando el cantar de los grillos.

Dejo mi taza sobre esa mesa de acero negra, aprovechando para ver la pantalla del monitor de bebé, cerciorándome que mi hermano duerme plácidamente sobre su cuna, rodeado de varios osos de peluche y entre esos peluches puedo ver ese oso de Rilakkuma que Jack me había regalado. Sonrío con amargura cuando veo a mi hermano aferrarse a ese peluche que era una de las cosas más preciadas para mí.

Observo a Aster en completo silencio: Su cuerpo viste una camisa blanca, una corbata gris, un chaleco de color negro, pantalones y zapatos del mismo color que el chaleco. Sus piernas las tiene cruzadas, sobre su rodilla dejó el plato con la taza de café, equilibrando a la perfección para que no se derrame al sostenerlo con sus dos manos; no parece que se de cuenta que lo miro, ya que parece estar disfrutando de la tranquila noche que estaba frente a nosotros.

Ya había pasado un mes desde la muerte de mis padres, un mes desde que no tenía noticias de Anna y un mes desde que Aster venía cada viernes a verme. Él se había convertido en mi mejor amigo, me escuchaba todas las noches, me aconsejaba sin juzgarme o criticar mis decisiones, aunque era muy notorio que con algunas no congeniaba. Aster se había convertido en una clase de psicólogo para mí, era fácil confiar en él y era fácil decirle lo que estaba pensado.

Y también había pasado un mes desde que Jack se había ido, no he tenido noticias de él desde entonces. La última vez que supe de él fue gracias a Aster, quien me comunicó que dos días después del entierro de mis padres, Jack había llamado a su casa, solo para decirle a su padre que había llegado bien y que la inauguración había sido un éxito.

Me rompió el corazón cuando me dijo Aster que Jack les había pedido que no le llamaran, que él les llamaría una vez al mes para decirles como estaba y cómo funcionaba el restaurante, pidiendo estar solo para poder seguir adelante. Él estaba intentando superarme a su manera, no hablaba con nadie, sus redes sociales las había eliminado y el número del departamento en donde ahora vivía nadie lo sabía, claro con la excepción de que el único que lo sabía era su padre.

A mi mente llegó el recuerdo de mí, llamando todos los días al número de Jack y siempre tener de respuesta esa maldita contestadora, que me recordaba que ese teléfono ya no estaba disponible, recordándome una y otra vez que jamás volvería Jack a responder una llamada. Más de una vez traté de llamar al ese restaurante, pero él siempre se hacía negar, al parecer ni siquiera quería responder las llamadas del restaurante, claro si no eran de su padre.

Tantas veces que llamé su número y él tantas veces que también llamó el mío.

Aquel día después de que Aster me calmara al enterarme que el bebé que esperaba Anna no era de Jack, encendí mi celular y pude ver todas esas llamadas perdidas de Jack, sus mensajes de texto y mensajes de voz que me pedían o más bien me suplicaban que llegara al aeropuerto, que no lo dejara ir, que me quedara con él. Siendo el último mensaje de voz el más doloroso, solo siendo dos simples palabras:

«Adiós, Morita.»

Sonreí con tristeza cuando al estar comprando en el supermercado vi una revista en donde él estaba en la portada. Sin dudarlo ese día compré esa revista solo para ver las fotos de la inauguración y verlo una última vez a él; puedo recordar su expresión seria mientras cortaba ese listón rojo que estaba frente a la puerta del restaurante, su cuerpo vistiendo un traje azul marino y lo que más llamó mi atención fue ver que en su cuello aún colgaba la cadena de copo de nieve, cadena que con el tiempo seguramente se quitaría.

Querida Elsa:Donde viven las historias. Descúbrelo ahora