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Luego de una semana, Altagracia y Matamoros ya estaban viviendo en un nuevo departamento con todo lo necesario. La doña ya comenzaba a iniciar algunos pequeños negocios, pero suficientes para comenzar.

– Matamoros, mañana debo verme con unos inversionistas y necesito que estés al pendiente. Ya no me siento segura estando sola luego de la última vez– bebe un sorbo de té.

– No se preocupe doña. Ahí estaré– dice mientras cambia de página el periódico local.

La mañana parecía tranquila hasta que el teléfono de la rubia comienza a sonar. Ve en la pantalla que no era Mónica, por lo que con mucha cautela contesta.

– ¿Bueno?

Mamá ¿estás ocupada?

– ¿Mónica?

Claro ¿acaso tienes otra hija?– ríe.

– No– ríe– ¿Y este número?

Dime primero si estás ocupada.

– Eemm...–mira a Matamoros– No, no estoy ocupada. Estaba tomando desayuno con Matamoros.

¡Ah perfecto! Entonces tomen un carro o lo que sea y vengan a buscarme al aeropuerto, por favor.

– ¡Qué! ¡Mónica!

Altagracia no sabía si sentirse feliz o preocupada ante la presencia de Mónica ahí. No quería seguir exponiéndola, pero ciertamente ya era una mujer adulta y debía asumirlo. No podía obligarla a mantenerse lejos de ella.

Lo siento, pero ya estoy aquí y no puedes hacer nada al respecto.

– Ay Dios, Mónica– respira hondo– Está bien, voy de inmediato para allá. 

– Ok, te espero.

Cuelga la llamada y Matamoros la mira preocupado. No sabía que estaba ocurriendo pero definitivamente no era algo que hiciera tan feliz a su doña.

– ¿Sucede algo doña?

– Es Mónica– cierra los ojos intentando encontrar un poco de paciencia– Está aquí. Debemos ir a buscarla al aeropuerto ahorita.

– Esa muchachita– ríe– Se parece más a usted de lo que imaginaba.

– Por desgracia– ríe.

La doña y su leal guardaespaldas salen en busca de la pequeña Sandoval. La joven se parecía más a su madre de lo que ambas pudieran imaginar. Lo Sandoval le brotaba por los poros y aunque le hacía sentir un inmenso orgullo a Altagracia, también le daba muchísimo miedo. 

En menos de 30 minutos, la rubia llega al aeropuerto. Abre la ventana para ver mejor y logra divisar a Mónica en la entrada mirando hacia todos lados en busca de su mamá, lo que enternece enormemente a la doña, pero la preocupación también se le hace es inevitable. 

 

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