61

1.2K 98 99
                                    

– ¿Si es actuado, José Luis?– su esposa lo mira.

El aclara su garganta y toma su copa sin mirarla.

– Claro que todo es actuado– bebe un sorbo ante el ojo atento de su mujer.

– ¡Genial!– dice Lucho– Entonces, no debería haber problema con que ellas vengan ¿No?

– Me parece una buena idea, hijo– dice Eleonora.

– A mí no me parece– dice el empresario.

– ¿Por qué no?– pregunta su esposa.

– De partida, a ti ni te agrada Altagracia– la mira– Y a ti tampoco– mira a Lucho– Entonces, no le veo sentido a esta chingadera.

– Pues, que está cena sirva para que yo cambié de opinión sobre ella ¿O te preocupa que al verla me dé cuenta de algo que no te conviene, José Luis?

– ¿Sabes qué?– se pone de pie– Me cansaron. Haz tu pinche cena y me dejan de estar jodiendo.

Deja su cena a medio comer y se va al cuarto.

– ¿Y a este? ¿Qué le dió?– pregunta Lucho.

– Nada, hijo– le toma la mano– Tu solo termina tu cena.

José Luis sabía muy bien que no le era conveniente que su mujer estuviera en el mismo sitio que Altagracia junto a el. Aunque el moreno estuviera planeando cómo pedirle el divorcio sin convertir la situación en un show, no pretendía que se diera cuenta de su infidelidad de esa manera. Si hubiese sido una relación sin sentimientos, no le habría interesado que se enterara que era un esposo infiel, pero Altagracia si era importante para él. Esa mujer se había adueñado de todos sus sentidos, le había dado vuelta el mundo y ni siquiera estaba realmente enterada de cuánto significaba para el.

Ya en el cuarto comienza a quitarse la camisa, pero al retirarla de su cuerpo, una ligera estela del perfume de la doña sale junto a la tela provocándole una sonrisa. Termina de sacarse la ropa y pone el teléfono a cargar sobre su mesa de noche. Se mete en la cama y espera poder dormirse temprano. Sin embargo, al transcurrir las horas y con su esposa ya a su lado, la suave fragancia del olor de Altagracia que había quedado impregnada en la piel de su cuello a causa de las caricias que ella le había dado en la oficina, se hacían presentes en cualquier pequeño movimiento que el hacía. No podía dormir y mucho menos dejar de pensar en ella. Se sentía como un imbécil al estar como un adolescente ilusionado por una mujer, pero es que... Altagracia Sandoval no era cualquier mujer. La rubia era capaz de obsesionar a los hombres con tan solo respirar cerca de ellos y el estaba muy consciente de eso.

Da vuelta tras vuelta en la cama despertando una incontable cantidad de veces a Eleonora, hasta que ella no aguanta más y lo reprende.

– José Luis, ya cálmate ¿Si?– se voltea a mirarlo– No me dejas dormir.

Pasaba de la una y media de la madrugada y ya se había vuelto molesta su desesperación.

– Lo siento, es que no puedo dormir.

– No, si ya veo ¿Por qué no vas a beber un poco de agua y luego te acuestas a dormir?

– Si...

Sale de la cama y sin pensarlo antes, toma su teléfono. Se mete al baño y deja el móvil sobre el borde del lavamanos para mojarse el rostro y así ver si podía aliviar un poco el calor que le quemaba por dentro. Se mira al espejo encontrándose con su reflejo. La cara la tenía húmeda y sus pupilas parecían que tenían dibujado el rostro de Altagracia.

– ¡No seas pendejo, José Luis!– se regaña a sí mismo en voz baja– No pienses más en ella, por favor.

Respira hondo y toma la toalla para secarse. Ve el teléfono en el borde del lavamanos y no logra entender para qué lo había llevado con el. Fue uno de esos impulsos sin razón alguna, al menos hasta que decide tomarlo.

Tu ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora