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José Luis no había medido ni un poco la distancia entre él y el cuerpo de la doña, y aunque ambos estaban enfadados, no podían evitar sentir como se les erizaba la piel ante el contacto del otro. Sus pupilas se unían y conectaban así también su alma mientras sus corazones mantenían un ritmo apresurado e irregular.

– ¡Suéltame, Navarrete!– dice en voz baja forcejeando con él– Tu chofer está aquí.

– El no se va a meter en esto...– dice en el mismo tono de voz y se acerca peligrosamente a su rostro– No vuelvas a golpearme ¿entendido?– hace más presión en sus muñecas.

– Y tú no vuelvas a faltarme el respeto– dice intentando removerse.

– Yo no te falté el respeto, Altagracia.

– No me gusta que me grites ni que me andes dando órdenes, Navarrete.

– Solo quiero que vayamos a que comas algo, eso es todo. Y que te controles allá, que no me hagas una escena.

– Yo no hago escenas– ríe sarcásticamente y gira el rostro para no mirarlo.

– Lo haces– dice volviendo a buscar su mirada– Me hiciste una escena por toda la constructora.

– Pero porque tú me obligaste a salir...

– Pues soy tu jefe ¿no?

– ¿Qué tiene que ver eso?

– Que quiero lo mejor para mis...empleados. No quiero que pases hambre.

La situación era muy incómoda, pero a la vez disfrutaban inconscientemente de la tensión que existía entre ambos. Ninguno de los dos podía evitar tener las sensaciones que estaban sintiendo ante la cercanía del otro, sin embargo, José Luis no iba a llevar eso más lejos y decide soltarla. Quita suavemente sus manos de sus muñecas y las pasa lentamente por sus brazos para luego apoyarlas al lado de su cintura rozando su hendidura. Se afirma y sale de encima de ella sin apartar sus ojos de Altagracia.

Era inevitable para la doña sentir escalofríos ante su contacto, pero sabía disimularlo muy bien. Ella se endereza y vuelve a tomar asiento mientras el guardaespaldas y chofer del empresario continuaba conduciendo.

– Vamos a ir a comer y luego volvemos a la constructora. Quiero que me ayudes porque hay unas propuestas que me hicieron, pero no estoy seguro de que tan convenientes sean para mí– dice con seriedad mientras mira hacia la carretera.

– Como quieras...– termina de arreglarse el vestido levemente arrugado por el forcejeo que habían tenido.

Pocos minutos después llegan a un restaurante en el cual apenas entran, un mesero los lleva hasta una mesa apartada del resto. José Luis acostumbraba comer en ese lugar, por lo que cada vez que el llegaba le apartaban un lugar.

El empresario le aparta la silla a la doña para que ésta tome asiento y luego el hace lo mismo frente a ella.

– ¿Lo mismo de siempre, señor?– pregunta el mesero.

– Si, pero solo un plato para la señora.

– Está bien, señor ¿Y de beber?

– ¿Te gusta el vino?– la mira.

– Claro.

– Una botella de vino– dice mirando ahora al joven.

– Bien, señor. Ya vengo.

El mesero se retira dejando a la pareja de empresarios a solas.

– ¿Tu no vas a comer?– mira a José Luis.

Tu ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora