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Sus labios se rozan lentamente sin hacer un solo movimiento más. Ambos deseaban provocar que ese accidental contacto entre ellos resultara en un beso: uno de esos que te roban el alma, que te queman la piel y se quedan por siempre en tu memoria; pero cuando sus ojos se conectan, ambos se ponen de pie separándose de inmediato.

Solo dos segundos tuvieron sus labios para encontrarse y bastó para erizarles cada uno de sus poros.

Dejan las carpetas sobre la mesa de madera evitando mirarse y aún más el volver a tocarse.

José Luis carraspea la garganta.

– Lo siento...– dice apenas.

– N-no te preocupes, José Luis– se voltea a verlo al fin– Fue un accidente.

Un accidente que la pareja hubiese preferido que durara mucho más.

– Claro.

La respiración de ambos se encuentra levemente agitada. Sus corazones palpitan tan fuerte que pueden sentirse entre ellos poniéndolos aún más incómodos.

– ¿Me vas a decir a qué venías?– dice Altagracia intentando cortar con la tensión que la ahogaba.

– Si, si...– inhala profundo– Necesito que vayamos a un lugar.

– ¿A dónde?

– A un lugar, Altagracia. Vamos.

El empresario toma el teléfono de la rubia junto con su bolso y camina hacia la puerta, pero ella se queda de brazos cruzados mirándolo.

– Vamos, por favor– dice volteándose al ver que la doña no lo seguía.

– No puedo ir a ninguna parte si no me dices dónde vamos, José Luis.

Altagracia vuelve a exasperar al moreno con su actitud, pero éste intenta ser paciente y hablarle de buena manera.

– Altagracia– se vuelve a acercar a ella– ¿Podrías confiar al menos éste día en mi e ir conmigo?

El le estira la mano, ella lo mira unos segundos y luego de hacer una pequeña mueca, se la da.

– Muchas gracias– le sonríe.

José Luis se la lleva de la mano fuera de la oficina y de la misma manera la jala suavemente hacia el elevador. Aunque el empresario no contaba con que a lo lejos su hijo lo viera de la mano con la rubia.

Lucho iba camino a ver a su papá a la oficina para así hacerle saber que al fin había llegado a la empresa y lo ayudaría, pero en el camino se encuentra con la sorpresa de que su padre jalaba suavemente de la mano a la mismísima Altagracia Sandoval. A pesar de que no la tomaba de una manera romántica, la escena era muy fácil de malinterpretar y eso fue exactamente lo que ocurrió. Sin embargo, el joven no hace nada más que observarlo a lo lejos mientras se pierden en uno de los elevadores.

– ¿Ya me vas a decir a dónde vamos?– le pregunta la doña luego de que él presionara el botón que los llevaría hacia el estacionamiento.

– Aún no.

– ¿Por qué tanto misterio?

– No es misterio, pero conociéndote, te devolverás si te lo digo– se para a su lado.

– Tu no me conoces, Navarrete– dice con una sonrisa irónica.

– Ya vas a empezar...– exhala– ¿Podrías dejar de discutir?– la mira– No estoy intentando llevar una guerra contigo en este momento. Ambos nos estamos ayudando.

– Yo te ayudo a salvar tu constructora, a salvar tu pellejo con ese imbécil del alemán, pero ¿Y tú? ¿En qué me ayudas a mi?– lo increpa.

– Ese tipo del que dices que me salvas el pellejo también podría hacerte daño, Altagracia.

Tu ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora