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Por primera vez ahí estaban, dos mujeres poderosas que no tenían nada que envidiar a nadie: mujeres que habían sufrido las penas del infierno y solo se hicieron más fuertes. Renacieron de las cenizas cuales aves fénix, y ahí estaban, en el inicio de algo que podría resultar una rivalidad a sangre o una amistad como aquellas de las que ninguna de las dos habían conocido en una mujer.

La morena deja el objeto con el que había estado golpeando al jinete y se enfoca en la doña.

– Hasta que se me dio conocerte, Altagracia– le dice con una sonrisa– Amado, me dijo que probablemente vendrías un día de estos, porque el me ha hablado mucho de ti. Disculpa este recibimiento– ambas miran al hombre herido en el piso– pero es que no me gustan los traidores...

– No, a mí tampoco– la mira– pero tenemos que platicar.

Felina la mira con algo de seriedad y luego se vuelve a enfocar en el jinete para darle un puntapié.

– Estás de suerte, Nico. Te salvó la campana, pero escúchame bien. Te vas a desaparecer de por aquí, de la ciudad, de mi vida. Es que no quiero ni volver a oler ese perfume de mierd* que usás ¿oíste? ¿me entendiste?¿entendiste?– dice moviéndole la cabeza con el pie.

– S-s...si– dice apenas el hombre.

– Llévate esta basura ¿si?– le dice a uno de sus hombres. 

Altagracia observa toda la escena sin una sola expresión en el rostro hasta que la nueva socia de los Casillas se dirige a ella nuevamente.

– ¿Viniste por tu dinero?– dice refiriéndose al dinero que la doña había invertido junto con el de los Casillas– Te vas a sorprender cuando veas cuánto se multiplicó estos días.

– Pues muy bien...me parece perfecto– dice con seriedad– Porque lo estoy necesitando ¿Cómo le hacemos?

– Directo al grano, como a mí me gusta– le sonríe– Vamos– se da la media vuelta y comienza a caminar.

Matamoros le ofrece el brazo a su doña y de esa manera empiezan a dirigirse por el lugar donde la morena los guiaba. Llegan luego de unos minutos a una zona privada en el que había una mesa frente al enorme ventanal que permitía ver con claridad la pista donde corrían los caballos. 

– Ven, aquí podemos hablar tranquilas– dice tomando asiento.

– Veo que te gustan los caballos– se sienta frente a ella. 

– Me encantan y así es como también hago gran parte de mi fortuna– le sonríe.

– Ya veo– la mira unos segundos– Bueno, Felina, yo venía a hablar contigo de los negocios de los Casillas y a buscar parte de lo mío. Supongo que mi abogado no lo gastó todo en sobornos ¿o si?

– Claro que no– le sonríe– Yo me encargué de sacar bien las cuentas y dejé un poco aparte para poder invertirlo y demostrarte que yo también se trabajar bien con el dinero. Además, me imaginé que necesitarías de esto para cuando salieras de esa mierd* en la que te metieron. Mira la contabilidad de tus inversiones– le entrega una tablet– Todas enseñan ganancias.

 Mira la contabilidad de tus inversiones– le entrega una tablet– Todas enseñan ganancias

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