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Altagracia entra en el hotel con Matamoros de la manera más cautelosa posible mientras los agentes siguen hablando con los recepcionistas. Parece ser que les muestran fotografías de la doña y su leal guardaespaldas. Lucían desesperados por encontrarlos, pero ella no iba a permitir que los encerraran, no sin antes tener la oportunidad de defenderse.

La rubia y su amigo logran llegar al elevador sin ser vistos por ellos. Suben a sus cuartos, sacan sus cosas y las empacan nuevamente para poder salir cuanto antes del hotel. Bajan por las escaleras de servicio para no ser vistos por más personas y finalmente llegan al carro para partir lo más lejos posible de ese lugar.

– ¿Dónde iremos doña?– pregunta Matamoros con sus manos en el volante.

– No sé Matamoros– dice aún algo agitada por la adrenalina de su reciente escape– Si vamos a un hotel nos pueden encontrar– se toma la frente con una mano mientras apoya su codo en el borde de la ventana– Nos van a buscar por todos lados.

– ¿Su amigo no podrá ayudarnos?– la mira.

– ¿Rafael?– lo mira y ríe– Lo que pasa con Rafael es solo físico, no creo que vuelva a llamar ni nada por el estilo. Podemos buscar un motel o algo así– dice cambiando el tema– No lo sé, algún lugar donde podamos quedarnos sin levantar tantas sospechas.

– Está bien doña.

Luego de un buen rato llegan a un motel de paso. No era lo que usualmente Altagracia buscaría, pero dicen que la necesidad tiene cara de hereje y en este momento no tenía otra opción. Piden un par de habitaciones y suben con sus maletas.

– Voy a intentar llamar a Mónica para que no se preocupe– le dice mientras pone la llave en la cerradura– Luego voy a deshacerme este celular. No quiero que nos rastreen.

– Bueno doña, yo haré lo mismo con el mío, pero voy a ir a comprar algo para que podamos comer antes.

– Perfecto– le sonríe– Te espero en mi cuarto.

Entra en el cuarto, deja su maleta a los pies de la cama y se sienta al lado del teléfono para comenzar a copiar el número de su hija y otros contactos importantes un una hoja. Luego lo deja en el piso y con su tacón lo aplasta una y otra vez hasta dejarlo hecho trizas. Quita el chip y lo tira por el inodoro. Se vuelve a sentar en el borde de la cama y toma el teléfono fijo que se encontraba en la mesa de noche. Marca a Mónica y espera a que ella conteste.

¿Bueno?

– Mónica, hija.

¿Mamá? ¿Y este número?

– Tuve que venirme a un motel de mala muerte– dice mirando los rincones de la habitación– porque parece ser que me encontraron en el hotel donde me estaba quedando.

¿Qué? ¿Estás bien?

– Si, estoy con Matamoros. Pudimos arrancar antes que nos vieran.

¿Pero cómo los encontraron? No entiendo. Estamos usando otros números, no deberían tener información de ustedes.

– No lo sé, pero espero averiguarlo pronto.

Quizás si yo no te hubiese sacado de ese hospital no tendrías que andar corriendo de un lugar a otro– dice lamentándose.

– No corazón, no te culpes. Fue mi decisión irme contigo. Además, me habrían encerrado igual.

Altagracia tenía razón. Si su hija no hubiese tenido los ovarios de ayudarla a escapar, a esa hora ya estaría tras las rejas viviendo como una delincuente.

Tu ObsesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora