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maratón 1/3

Estoy de vuelta en el museo, recorriendo las galerías para corroborar que nada esté fuera de lugar.

—¡Eres una zorra!— una mano me empuja contra la pared y rodea mi cuello con fuerza. No logro ver el rostro de la persona, porque todo luce oscuro, pero su voz es conocida.

¿Es una escena? ¿Andrei y Nikolai están aquí?

—espera...

La mano rodea mi garganta con demasiada fuerza y se torna doloroso.

No se supone que esto duela.

Dilo, dilo, dilo.

—¡Detente!

—puta de mierda.

Cierro los ojos. Cuando parpadeo, detrás del hombre puedo ver mi cuadro favorito, el de la mujer que siempre me cautivó y lo recuerdo. La sumisa. La sumisa tiene una palabra para detener todo.

—barroco— la silueta me ignora— barroco, ¡Suéltame, maldita sea!

¿Por qué no se detiene?

—esa mierda no funciona aquí— la voz gruñe cerca de mi rostro— no vas a detenerme.

El agarre en mi cuello se frotalece y mi visión se nubla con puntos negros.

Vuelvo a gritarle, sé que lo hago, puedo escuchar mi propia voz como si fuera algo ajeno que no me perteneciera.

Lo repito, lo grito, incluso pateo y lo araño, pero no surte efecto y para cuando quiero darme cuenta, arrebata mi vi...

¡Gemma!

Abro los ojos aterradas y por instinto, golpeo la mano que está cerca de mi rostro. Retrocedo asustada, sin saber dónde demonios estoy y cuando puedo ver dos pares de ojos asustados, me percato.

Estoy con Andrei y Nikolai, en su casa.

Ambos lucen asustados como el demonio y la mano de Andrei está agarrando mi brazo, mientras que las mías están cerradas en puños temblorosos.

—estabas teniendo una pesadilla— a pesar de que luce tranquilo, la voz del policía parece alterada— está bien, conejita, estás en casa.

Conejita, nada de puta o zorra. Conejita.

Asiento, incapaz de formular palabras e intento incorporarme en el colchón. Cuando lo hago, me percato de las gotas de sudor frío corriendo por mi nuca y mis sienes y me froto el rostro con brusquedad, intentando quitar cualquier rastro de la pesadilla de mi mente.

—solo fue un sueño— digo en voz alta, más para escucharme a mí misma que para decirselo a ellos.

—te traeré un vaso de agua— Andrei desaparece del cuarto y yo intento respirar para calmar mi pulso.

El policía parece dudar por unos segundos, pero termina poniendo su mano sobre la mía, en un intento por consolarme y yo bajo mis ojos a nuestros dedos entrelazados. Cualquier preocupación por la pesadilla y mi jefe desaparece cuando lo maltrechos que están sus nudillos.

—¿Qué te ha pasado? — mi voz sale ronca.

—no ha sido nada— responde vagamente, al mismo tiempo que el abogado regresa con un vaso con agua.

—¿Cómo te has hecho esto?— repito. No dice nada pero él y Andrei se miran por unos segundos. Un escalofrío me recorre— dime que... dime que no has ido a verlo, Nik— me observa y la terquedad en su rostro me deja en claro que sí lo ha hecho— ¡No debiste!

Barroco | SEKS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora