Extra 4

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Gemma

Nos hemos casado hace tres días y no puedo decir que las cosas hayan cambiado mucho, teniendo en cuenta la enorme barriga que me cargo y las patadas insistentes de las chicas.

Ya hemos decidido sus nombres y, aunque no pude cumplir con mi capricho de conseguir ambos nombres como mujeres rusas que fueran importantes en el arte— porque algunos eran horribles—, ambos son preciosos y estoy completamente enamorada de ellos.

Incluso desde algunos días antes de casarnos — como ya estoy en la recta final del embarazo y me han dado la licencia en el museo— no hago nada más que estar en la casa, pelear con los rusos y el lagarto e intentar decorar la habitación de las mellizas cuando ellos no me ven.

—¡Gemma!

Aunque no tengo tanta suerte, porque siempre me descubren.

—¿Necesitas algo, policía?— pongo mi sonrisa más inocente y encantadora y me giro, todavía con el pincel en la mano, detallando algunas de las cosas que ellos pintaron, porque soy artista y perfeccionista y mis hijas no pueden tener una habitación con una decoración fea. No, me niego.

—Tus pies están demasiado cerca de la escalera y te conozco— me apunta—. Espero que no estuvieras haciendo cosas que dijimos que no hicieras.

—¿Cómo te atreves a pensar eso de mí?— digo con recelo—. Si soy la persona más obediente que conoces.

—Eres una conejita revoltosa y tú lo sabes— me dice, acercándose hasta ver en detalle lo que estaba haciendo—. No puedes seguir con esto, nena, y lo sabes.

—Es que me aburro— admito—, y no puedo estar sentada sin hacer nada. Hasta Skol se mueve más que yo y suele ser un lagarto sedentario.

—Camaleón.

—Hemos tenido esta discusión por cinco años, Nik, y él se autopercibe lagarto. Déjalo ser.

El policía de ojos grises me sonríe levemente y la pequeña bola de pelos blanca que me regalaron para mi cumpleaños entra a la habitación de las niñas.

—Kandinsky quiere aportar su arte, por lo visto.

Intento inclinarme para alzarlo, pero es casi imposible, porque el enorme vientre de embarazo me lo impide. Nikolai lo nota y recoge a la bola de pelo blancas para dármelo. EL conejo mordisquea la punta de mi cabello rubio mientras lo acaricio.

—Ya quiero que esto se termine. Usualmente no soy tan ansiosa, pero estas niñas están demasiado cómodas ahí adentro y ya quiero que nazcan— Nik me sonríe y una arruguitas pequeñas se forman en sus mejillas antes de que se incline y me bese.

—Lo sé, conejita, yo tampoco veo la hora de que nazcan y ver qué tan malcriadas son.

Una de las mellizas patea.

—¿Sentiste eso? No les gusta que las llames malcriadas, policía.

Nik se ríe. Vuelve a besarme y luego mira alrededor.

—No sigas con esto mucho tiempo o vas a meterte en problemas.

—Tengo credencial de embarazada, no puedes castigarme— le digo.

Me sonríe levemente, niega y luego me deja sola, con la bola de pelo blanco en mis brazos. Me las ingenio para dejarlo en el suelo y termino de dar algunos retoques antes de que alguno de ellos regrese.

El resto del día es aburrido, no hago más que intentar caminar un poco, aunque los pies hinchados y el cuerpo con forma de globo terráqueo no me ayudan ni un poquito y por la tarde, Jessica y mis sobrinos nos visitan.

Barroco | SEKS #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora