Chapter Eighteen

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Carbonizo mi comida (Parte tres)

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Carbonizo mi comida (Parte tres)

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Tal vez no hice esto en la única cena que he tenido con mi padre, pero, si aquí lo hacen yo también tengo que hacerlo. Y ya sé a quién irá mi ofrenda. Opté por una petición silenciosa:

«Guíame, padre.»

Me incliné y eché una gruesa rodaja de jamón al fuego, y afortunadamente no me asfixié con el denso humo que desprendía la hoguera. No olía en absoluto a comida quemada, sino a chocolate caliente, bizcocho recién hecho, hamburguesas a la parrilla y flores silvestres, y otras cosas deliciosas que no deberían haber combinado bien, pero que sin embargo lo hacían.

Cuando todo el mundo regresó a sus asientos y hubo terminado su comida, Quirón volvió a cocear el suelo para llamar nuestra atención. El señor D se levantó con un gran suspiro.

—Sí, supongo que es mejor que os salude a todos, mocosos. Bueno, hola. Nuestro director de actividades, Quirón, dice que el próximo capturar la bandera es el viernes. De momento, los laureles están en poder de la cabaña cinco.

En la mesa de Ares se alzaron vítores amenazadores.

—Personalmente —prosiguió el señor D—, no podría importarme menos, pero os felicito. También debería deciros que hoy han llegado dos nuevos campistas. Peter Johnson y Marilyn Monroe —Quirón se inclinó y le murmuró algo—. Esto… Percy Jackson y Mayven Monroe —se corrigió el señor D—. Pues muy bien. Hurra y todo eso.  Ahora podéis sentaros alrededor de vuestra tonta hoguera de campamento.

Todo el mundo vitoreó. Nos dirigimos al anfiteatro, donde la cabaña de Apolo dirigió el coro. Cantamos canciones de campamento sobre los dioses, comimos bocadillos de galleta, chocolate y malvaviscos y bromeamos, y lo más curioso fue que ya no me pareció que estuvieran todos mirándome.

Más tarde, por la noche, cuando las chispas de la hoguera ascendían hacia un cielo estrellado, la caracola volvió a sonar y todos regresamos en fila a las cabañas. No me di cuenta de lo cansada que estaba hasta que me derrumbé en el saco de dormir prestado, usando mi mochila de almohada.

Mis dedos se cerraron alrededor del cuerno del Minotauro. Pensé en mi padre y deseé comunicarme con él. Cuando al final cerré los ojos, me dormí al instante. Ese fue mi primer día en el Campamento Mestizo y en toda la noche no tuve pesadillas ni soñé/comunique con mi padre.

Por primera vez, me sentí en casa. No una prestada, sino en una propia.

Ojalá hubiera sabido qué poco iba a disfrutar de mi nuevo hogar.

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Los siguientes días Percy y yo nos volvimos inseparables, me acostumbré a una rutina que casi parecía normal, si exceptuamos el hecho de que ya no recibía instrucciones de mi padre ni de inmorales en el inframundo, ahora estaba en el campamento y me daban clases sátiros, ninfas y un centauro.

Cada mañana recibía clases de griego clásico junto a Percy, las da Annabeth, y hablábamos de los dioses y diosas en presente (ella está reforzando lo que Hades me enseño). Redescubrí que Annabeth tenía razón con mi dislexia: el griego clásico no me resulta tan difícil de leer. Al menos no más que el inglés. Tras un par de mañanas, podía recorrer a trompicones unas cuantas frases de Homero sin que me diera demasiado dolor de cabeza. Algo que ya hacía, en la biblioteca del palacio solo hay libros libros en esa escritura.

El resto del día probaba todas las actividades al aire libre, buscando algo en lo que fuera buena. Quirón me enseña tiro con arco. Soy más o menos buena en eso.

¿Carreras? No soy buena. Las instructoras, unas ninfas del bosque, me hacían morder el polvo. Me dijeron que no me preocupara, que ellas tenían siglos de práctica de tanto huir de dioses enamorados. Pero, aun así, era un poco humillante ser más lento que un árbol.

¿Y la lucha libre? Olvídalo. Cada vez que me acercaba a la colchoneta, nadie más se me acercaba, exepto Clarisse me daba para el pelo. «Tengo más de esto, si quieres otra ración, pringada», me murmuraba al oído.

¿Y las canoas? Ni hablar. Tan solo poner un pie en una de ella y ya estaba muy mareada. Al contrario de Percy, el agua no es mi elemento.

Sabía que los campistas mayores y los consejeros nos observaban, intentaban decidir quiénes son nuestros padres, pero no les estaba resultando fácil. Yo no soy tan brusca como los hijos de Ares, soy algo buena en el arco pero no como los de Apolo. No tenía la habilidad con el metal de Hefesto ni (no lo permitieran los dioses) la habilidad de Dioniso con las vides. Luke nos dijo (a Percy y a mi) que tal vez fueramos hijos de Hermes, una especie de comodín para todos los oficios, maestro de ninguno. Pero tuve la impresión de que sólo intentaba hacer que nos sintieramos mejor. Él tampoco sabía a quién adscribirme.

Yo hace poco tiempo descubrí en qué cabaña debería ir Percy, la tres, la del
dios Poseidón. Y bueno, yo soy hija de Hades, para mí no hay cabaña.

A pesar de todo, me gustaba el campamento. Pronto me acostumbré a la neblina matutina sobre la playa, al aroma de los campos de fresas por la tarde, incluso a los sonidos raros de los monstruos de los bosques por la noche. Cenaba con los de la cabaña 11, echaba parte de mi comida al fuego e intentaba sentir algún tipo de conexión con mi padre, cosa que no consigo desde que llegué aquí. No percibí nada, sólo su recuerdo. Intentaba no pensar demasiado en ello, a veces los pensamientos negativos ganaban y solo pensaba: «Le falle y por eso no quiere verme, ni reclamarme frente a los demás. Lo avergüenso.»

Empecé a entender la amargura de Luke y cuánto parecía molestarle su padre, Hermes. Sí, de acuerdo, a lo mejor Hades tenían cosas importantes que hacer. Pero ¿no podía aparecer en mis sueños de vez en cuando?

El martes por la tarde, tres días después de mi llegada al Campamento Mestizo, tuve mi primera lección de combate con espada. Todos los de la cabaña 11 se reunieron en el enorme ruedo donde Luke nos instruiría. Empezamos con los tajos y las estocadas básicas, practicando con muñecos de paja con armadura griega. Supongo que no debo mostrar el verdadero potencial que tengo con una, eso me delataría. Por lo menos, la espada que me dieron para entrenar ayuda a disimular mi habiladad como espadachín.

El problema era que no lograba encontrar una espada que me fuera bien. O eran muy pesadas o demasiado ligeras o demasiado largas.

Después empezamos a enfrentarnos en parejas. Luke anunció que sería compañero de Percy, dado que era su primera vez. Y Chris Rodríguez sería mi compañero de duelo.

—Buena suerte —me deseó uno de los campistas—. Chris es el segundo mejor espadachín después de Luke.

Daughter of Shadows || PJO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora