Chapter Seven

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Casi visitó a mi padre

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Casi visitó a mi padre.. otra vez

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Era triste pero cierto. Thalia se había transformado en un árbol a los doce, y de eso hacía siete años. Es decir, ahora tendría diecinueve, si se contaba año por año. Pero ella se sentía aún como si tuviera doce y, si la observas, llegas a la conclusión de que esta a medio camino entre los doce y los diecinueve. Según deducía Quirón, ella había seguido creciendo cuando era un árbol, pero mucho más despacio.

Apolo se dio unos golpecitos en el labio.

—Tienes quince, casi dieciséis.

—¿Cómo lo sabes?

—Bueno, soy el dios de la profecía. Tengo mis trucos. Cumplirás dieciséis en una semana, más o menos.

—¡Es verdad!, ¡es mi cumpleaños! El veintidós de diciembre.

—Lo cual significa que ya tienes edad suficiente para conducir con un permiso provisional.

Thalia se removió en su asiento, nerviosa.

—En...

—Ya sé lo que vas a decir —la interrumpió Apolo—. Que no mereces el honor de conducir el carro del sol.

—No, no iba a decir eso.

—¡No te agobies! El trayecto desde Maine hasta Long Island es muy corto. Y no te preocupes por lo que le pasó a mi último alumno. Tú eres hija de Zeus. A ti no te sacará del cielo a cañonazos.

Se echó a reír, nadie más lo hizo. Thalia intentó protestar, pero Apolo no estaba dispuesto a aceptar un «no» por respuesta. El dios pulsó un botón del salpicadero y en lo alto del parabrisas apareció un rótulo. Tuve que leerlo invertido (cosa que, para un disléxico, tampoco es mucho más complicada que leer al derecho). Ponía: «Atención: Conductor en prácticas.»

—¡Adelante! —le dijo Apolo—. ¡Seguro que eres una conductora nata!

Nico se levantó del asiento de conductor y se sentó a mi lado.

—La velocidad y el calor van a la par —le explicó Apolo—. O sea, que empieza despacio y asegúrate de que has alcanzado una buena altitud antes de pisar a fondo.

Thalia, ya en el asiento, agarraba el volante con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Daba la impresión de que se iba a marear de un momento a otro.

—¿Qué pasa? —le preguntó Percy.

—Nada —dijo temblando—. N-no pasa nada.

Tiró del volante y el autobús dio una sacudida tan brusca que me fui hacia adelante y me estrelle contra el asiento del frente, una cosa blanda choco en mi costado.

—Lo siento —murmuró Nico, avergonzado.

—Descuida —sonreí amable.

—Más despacio —le recomendó Apolo.

—Perdón —dijo Thalia—. ¡Lo tengo controlado!

Por la ventana vi un círculo humeante de árboles en el claro desde el que habíamos despegado.

—Thalia —le dije—, afloja un poco.

—Ya lo he entendido, Mayven —me respondió con los dientes apretados. Pero ella seguía pisando a fondo.

—Relájate —le dijo Percy.

—¡Estoy relajada! —se la veía tan rígida como si se hubiese convertido otra vez en un trozo de madera.

—Hemos de virar al sur para ir a Long Island —dijo Apolo—. Gira a la izquierda.

Thalia dio un volantazo y me lanzó de nuevo contra el asiento del frente y a Nico entre mis brazos. El niño se puso más colorado.

—La otra izquierda —sugirió Apolo.

Cometí el error de mirar de nuevo por la ventana. Ya habíamos alcanzado la altitud de un avión, e incluso más porque el cielo empezaba a verse negro.

—Esto... —empezó Apolo. Me dio la impresión de que se esforzaba por parecer tranquilo—. No tan arriba, cariño. En Cape Cod se están congelando.

Thalia accionó el volante. Tenía la cara blanca como el papel y la frente perlada de sudor. Algo le sucedía, sin duda. Yo nunca la había visto así. El autobús se lanzó en picado y alguien dio un grito. Quizá fui yo. Ahora bajábamos directos hacia el Atlántico a unos mil kilómetros por hora, con el litoral de Nueva Inglaterra a mano derecha. Empezaba a hacer calor en el autobús. Apolo había salido despedido hasta el fondo, pero ya avanzaba de nuevo entre los asientos.

—¡Toma tú el volante! —le suplicó Grover.

—No se preocupen —dijo Apolo, aunque él mismo parecía más que preocupado—. Sólo le falta aprender a... ¡Uuaaaau!

Yo también vi lo que él veía. A nuestros pies había un pueblecito de Nueva Inglaterra cubierto de nieve. Mejor dicho, había estado allí hasta hacía unos minutos, porque ahora la nieve se estaba fundiendo en los árboles, en los tejados y los prados. La torre de la iglesia, completamente blanca un momento antes, se volvió marrón y empezó a humear. Por todo el pueblo surgían delgadas columnas de humo, que parecían velas de cumpleaños. Los árboles y tejados se estaban incendiando.

—¡Frena! —gritamos al unísono, el sireno y yo.

Thalia tenía en los ojos un brillo enloquecido. Tiró del volante bruscamente. Esta vez logré sujetarme. Mientras ascendemos a toda velocidad, por la ventanilla trasera vi que el súbito regreso del frío sofocaba los incendios.

—¡Allí está Long Island! —dijo Apolo, señalando al frente—. Todo derecho. Vamos a disminuir un poco la velocidad, querida. No estaría bien arrasar el campamento.

Nos dirigíamos a toda velocidad hacia la costa norte de Long Island. Allí estaba el Campamento Mestizo: el valle, los bosques, la playa. Ya se divisaban el pabellón del comedor, las cabañas y el anfiteatro.

—Lo tengo controlado —murmuraba Thalia—. Lo tengo...

Estábamos a sólo unos centenares de metros.

—Frena —dijo Apolo.

—Lo voy a conseguir.

—¡¡¡Frena!!!

Thalia pisó el freno a fondo y el autobús describió un ángulo de cuarenta y cinco grados y fue a empotrarse en el lago de las canoas con un estruendoso chapuzón. Se alzó una nube de vapor y enseguida surgieron aterrorizadas las náyades, que huyeron con sus cestas de mimbre a medio trenzar.

El autobús salió a la superficie junto con un par de canoas volcadas y medio derretidas.

—Bueno —dijo Apolo con una sonrisa—. Era verdad, querida. Lo tenías todo controlado. Vamos a comprobar si hemos chamuscado a alguien importante, ¿te parece?

A mí me parece que casi hago una visita paterna antes de tiempo.. otra vez.

Daughter of Shadows || PJO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora