Chapter Twenty-eight

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σκιά (Parte dos)

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—Solo un hijo de Hades puede poseerla —me recordó—. Percy.

Mi amigo se quedó quieto por unos instantes hasta que destapó el bolígrafo en su mano. Al instante siguiente sostenia una espada de bronce brillante y de doble filo, con empuñadura plana de cuero tachonado en oro.

—La espada tiene una larga y trágica historia que no hace falta que repasemos —dijo Quirón—. Se llama Anaklusmos.

—Contracorriente —tradujo, sorprendido mi amigo.

—Úsenlas sólo para emergencias, y sólo contra monstruos. Ningún héroe debe hacer daño a los mortales a menos que sea absolutamente necesario, pero como ya lo dije, la espada de Percy no los lastimará en ningún caso, en cambio la tuya, Mayven, sí. Ten cuidado con dónde apuntas.

Miré la afiladísima hoja negra como la noche de mi espada.

—¿Qué quiere decir con que no lastimará a los mortales? —preguntó Percy—. ¿Cómo puede no hacerlo y la de Mayven sí?

—La espada está hecha de bronce celestial. Forjado por los cíclopes, templado en el corazón del monte
Etna y enfriado en las aguas del río Lete. Es letal para los monstruos y para cualquier criatura del Inframundo, siempre y cuando no te maten primero, claro. Sin embargo, a los mortales los atraviesa como una ilusión; sencillamente, no son lo bastante importantes para que la espada los mate; la espada de Mayven sí puede porque al ser sumergida en el río Estigio es demasiado letal. ¡Ah!, y he de advertirles otra cosa: como semidiós, pueden perecer tanto bajo armas celestiales como normales. Son doblemente vulnerable.

—Maravilloso —murmuré.

—Es bueno saberlo —hablo Percy.

—Ahora tapa el boli, Percy. Regresa tu anillo, Mayven.

Toqué el centro de la empuñadura, un rubi en forma de rosa, se encogió hasta convertirse de nuevo en el anillo de corana. Lo metí en el cuarto dedo de mi mano derecha.

Daughter of Shadows || PJO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora