Chapter Six

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El ataque de las ratas voladoras (Parte dos)

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El ataque de las ratas voladoras (Parte dos)

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-¡Competidores! -gritó Tántalo-. ¡A sus puestos!

Por si nunca habéis visto un carro griego, debéis saber que es un vehículo diseñado exclusivamente para la velocidad, no para la seguridad ni el confort. Básicamente, viene a ser una canastilla de madera abierta por detrás y montada sobre un eje con dos ruedas. El auriga permanece de pie todo el tiempo, y de seguro que se nota cada bache. La canastilla es de una madera tan ligera, que si uno pierde el control en la curva que hay en cada extremo de la pista, lo más probable es que vuelque y acabe aplastado bajo el carro. Es una carrera mucho más rápida que las de monopatín.

Mientras los carros se alineaban, en el bosque se iban reuniendo más palomas de ojos relucientes.

Chillaban tanto que los campistas en la tribuna empezaron a mirar nerviosamente los árboles, que temblaban bajo el peso de tantos pájaros. Tántalo no parecía preocupado, pero tuvo que levantar la voz para hacerse oír entre aquel bullicio.

- ¡Aurigas! -gritó-. ¡A sus marcas!

Hizo un movimiento con la mano y dio la señal de partida. Los carros cobraron vida con estruendo. Los
cascos retumbaron sobre la tierra y la multitud estalló en gritos y vítores.
Casi de inmediato se oyó un estrépito muy chungo, era el carro de Apolo; el de Hermes lo había embestido; tal vez sin querer, o tal vez no. Sus ocupantes habían saltado, pero los caballos, aterrorizados, siguieron arrastrando el carro de oro y cruzando la pista en diagonal. Travis y Connor Stoll, los del Hermes, se regocijaron de su buena suerte. Pero no por mucho tiempo, porque los caballos de Apolo chocaron con los suyos y su carro volcó también, dejando en medio del polvo un montón de madera astillada y cuatro caballos encabritados.

El carro de Atenea ya había dado la primera vuelta, el carro de Poseidon iba delante de los demás.

La carrera iba bien... Hasta que el caos se desató.

Miles de palomas se lanzaron en tromba contra nosotros, los campistas espectadores de las gradas y contra los carros.

En las gradas, los campistas estaban completamente siendo sobrevolados por las ratas mecánicas voladoras. Ahora que estaban más cerca, resultaba evidente que no eran palomas normales; sus ojos pequeños y redondos brillaban de un modo maligno, sus picos eran de bronce y, a juzgar por los gritos de los campistas ya picoteados, afiladísimos.

Los pájaros descendieron a velocidad y se arremolinaron alrededor, picoteando y arañando a algunos campistas que trataban de cubrirse y alejarse. Jale a Dafne y la cubrí detrás de mí; convoque a σκιά y comencé a aniquilarlos. Los acuchillé en el aire con violentos mandobles y se disolvieron en una explosión de polvo y plumas. Pero quedaban miles aún. Uno de ellos me picoteó el costado (dónde antes tenía la herida de cuchillo) y poco me faltó para soltar la espada.

¡Son pájaros del Estínfalo!

Si no logramos ahuyentarlos, picotearán a todo el mundo hasta los huesos.

- ¡Héroes, a las armas! -escuché que gritaron.

Algunos espectadores trataban de contraatacar y los campistas de Atenea reclamaban sus escudos. Los arqueros de la cabaña de Apolo habían sacado sus arcos y flechas, y se disponían a usarlos para terminar con aquella amenaza, pero con tantos campistas rodeados de pájaros, era peligroso disparar.

Un grupo de campistas estaba apunto de ser embestidos por una horda de pájaros, estos animales apuntaban directo a zonas vitales.

Manipule con una mano a σκιά y con la otra trate de manipular las escasas sombras que proyectaba el bosque, las sombras se arremolinaron en una nube negra y densa. Las lleve hasta donde estaban los campistas y envolví a ese grupo de ratas voladoras para luego estamparlas contra la tierra, justo a un lado de Tántalo.

Ese descuido, por salvar al grupo de campistas costó caro, otro pajarraco picoteo mi brazo dejando un hoyo por dónde escurría un hilo grueso de sangre.

Avance por las gradas abriendo camino a mandobles contra las palomas endemoniadas. Dafne iba cubierta tras de mí.

En la pista habían carros en llamas y campistas heridos corriendo en todas direcciones, mientras los pájaros les destrozaban la ropa y arrancaban el pelo. Entretanto, Tántalo perseguía pasteles de hojaldre por las tribunas, gritando de vez en cuándo:

- ¡Todo está bajo control! ¡No hay de qué preocuparse!

Y de la nada, comenzó a sonar el disco favorito de Quirón: Grandes éxitos de Dean Martin. El aire se llenó de pronto de violines y una pandilla de tipos gimiendo en italiano.

Las palomas demonio se volvieron completamente locas. Empezaron a volar en círculo y a chocar entre ellas como si quisieran aplastarse sus propios sesos. Enseguida abandonaron la pista y se elevaron hacia el cielo, convertidas en una enorme nube oscura.

-¡Ahora! -gritó alguien-. ¡Arqueros!

Gire en esa dirección. Eran Annabeth y Percy.

Con un blanco bien definido, los arqueros de Apolo tenían una puntería impecable. La mayoría sabía disparar cinco o seis flechas al mismo tiempo. En unos minutos, el suelo estaba cubierto de palomas con pico de bronce muertas, y las supervivientes ya no eran más que una lejana columna de humo en el horizonte.

El campamento estaba salvado, pero los daños eran muy serios; la mayoría de los carros había sido totalmente destruida. Casi todo el mundo (incluyendome) estaba herido y sangraba a causa de los múltiples picotazos, y las chicas de la cabaña de Afrodita chillaban histéricas porque les habían arruinado sus peinados y rajado los vestidos.

- ¡Bravo! -exclamó Tántalo-. ¡Ya tenemos al primer ganador!

Caminó hasta la línea de meta y le entregó los laureles dorados a Clarisse, que lo miraba estupefacta.

Luego se volvió hacia mi dirección con una sonrisa.

- Y ahora, vamos a castigar a los alborotadores que han interrumpido la carrera y por poco me aplastan.

Después que un hijo de Apolo tratara mis heridas, el esquelético nos "juzgó".

Tal como lo veía Tántalo, los pájaros del Estínfalo estaban en el bosque ocupados en sus propios asuntos y no nos habrían atacado si Annabeth, Tyson y Percy no los hubiéramos molestado con su manera de conducir los carros. Y que él hubiera atrapado la comida si yo no hubiera intentando aplastarlo.

Aquello era tan rematadamente injusto que Percy lo mando a que se fuera a perseguir dónuts a otra parte, y yo le dije algo como: ¡Y una mierda esqueleto estúpido, que no ve que casi nos matan!

Algo que no ayudó a mejorar las cosas. Nos condenó a los cuatro a patrullar por la cocina, o sea, a fregar platos y cacharros toda la tarde en el sótano con las arpías de la limpieza. Las arpías lavaban con lava, no con agua, para obtener aquel brillo súper limpio y acabar con el 99,9 por ciento de los gérmenes.

Daughter of Shadows || PJO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora