¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Regreso inesperado
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Recuerdo haber llegado al despacho de Quirón, el centauro corrió a socorrerme, luego alguien salio pidiendo ayuda, voces por toda la habitación, yo balbuceando: ella a salvó.
Después todo se volvió negro.
Me desperté con una pajita en la boca. Sorbía algo que sabía a helado de lúcuma. Néctar.
Abrí los ojos.
Estaba en una cama de la enfermería de la Casa Grande, con la mano izquierda apricionada con fuerza. Argos montaba guardia en una esquina. Clara, sentada a mi lado, sostenía mi vaso de néctar y me pasaba un paño húmedo por la frente. A mi lado izquierdo, una melena rubia descansaba tomando mi mano entre las suyas, dos pequeñas manos pálidas. Dafne.
—Hey —susurré a Dafne.
—¡May! —chilló con lágrimas en los ojos—. ¡Mayven!
Subió deprisa a la camilla, sus pequeños brazos rodearon mi torso.
—¿Cómo te encuentras? —intervino la voz de Quirón.
Estaba sentado junto a los pies de la cama en forma humana, motivo por el que aún no había reparado en él. Su parte inferior estaba comprimida mágicamente en la silla de ruedas; la superior, vestida con chaqueta y corbata. Sonrió, pero se le veía pálido y cansado, como cuando pasaba despierto toda la noche corrigiendo los exámenes de latín.
—Bien, gracias —dije aprisionada por los brazos de la mini rubia.
—Bien, teniendo en cuenta que eso era sangre de centauro. Ahora tienes que contarme, si puedes, qué ocurrió exactamente.
Entre sorbos de néctar, les conté la historia.
Cuando finalicé, hubo un largo silencio.
—Bueno —dijo Quirón—, supongo que tenemos que enseñarle el vídeo a la señorita Blofis.
