¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Estanque, rayo y esqueletos
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Divisé en un instante a Silena y sus dos exploradores. Cruzaron corriendo a dos metros de mi por un claro, seguidos por cinco cazadoras, y se internaron en el bosque con el fin de alejarlas lo máximo posible de Thalia. Use las sombras para despistar las un poco y darle más ventaja al equipo de Silena. El plan parecía funcionar. Luego vi a otro pelotón de cazadoras que se dirigían hacia el este con sus arcos en ristre. Debían de haber localizado a Thalia. Las hice tropezar con un monte pequeño de tierra —alzado por mí— y cubrí con un poco de sombras su camino.
De pronto escuché como una chica gritaba —o mejor dicho chillaba— por ayuda. Ese grito solo lo tenía Silena. Salí corriendo en su dirección.
Cruce el arroyo y entré en territorio enemigo. Encontrando a Silena y sus dos compañeros atrapados en una trampa echa por las cazadoras. Lo más gracioso es que la hija de Afrodita tenía unas cuantas ramas y hojas insertadas en su cabello. Delante de ellos, una cazadora se alzaba victoriosa y jocosa por su azaña.
—Una vez más, la caza demuestra ser mejor que el amor —se burló.
—¡Cállate, descerebrada! —le grito Silena.
—¿Como me has dicho?
—D.E.S.C.E.R.E.B.R.A.D.A
—Vuelve a repetirlo —la reto, de uno de sus costados saco un cuchillo de caza.
Con una sonrisa ladina, Silena habló:
—A caso se metió tierra en tus oídos, o el sol ya afecto tu cerebro, descerebrada.
Antes de que la cazadora intentará clavarle el cuchillo a la campista, hice que una pared de tierra se elevará. Me quite el gorro.
—No mutilaciones —le recordé—. Quirón lo dejo en claro.
—Tú no te metas —advirtió—. No es de tu incumbencia.
—Mi equipo, mi responsabilidad —dije—. No la toques y no vayas en contra de las reglas que han impuesto.
Gracias a un viaje en sombras, me a balance sobre ella y la derribe sobre la nieve. Deje que la punta de σκιά quedará a milímetros de su cuello.
—Un solo toque —dije—, y tu alma irá directo al tártaro.
Oí gritos desde nuestro lado, más allá del arroyo. Corrí a ellos y dejé a la cazadora. Luego Zoë Belladona, que volaba hacia mi dirección con una agilidad de chimpancé, esquivando a todos los campistas —Beckendorf y Nico entre ellos— que le salían al paso. Y sujetaba nuestra bandera.
Mierda.
—¡No! —escuche gritar a Percy, y corrió rápido hacia ella.
Pero ya era tarde. Zoë cruzó de un salto al lado que le correspondía. Las cazadoras estallaron en vítores mientras todos acudían al arroyo. Quirón surgió de la espesura con aire ceñudo.
Llevaba sobre su lomo a los hermanos Stoll, que parecían haber recibido varios golpes muy fuertes en la cabeza. Connor Stoll tenía dos flechas en el casco que sobresalían como un par de antenas. Dafne —al lado de los gemelos— tenía una raspadura en su frente, por donde escurría un hilillo de sangre, y los ojos llorosos.
Al parecer alguien —quien la tocó— estará gravemente herido.
—¡Las cazadoras ganan! —anunció Quirón sin ninguna alegría. Y añadió entre dientes—: Por quincuagésima sexta vez seguida.
—¡Perseus Jackson! —chilló Thalia, acercándose al nombrado.
Olía a huevos podridos y estaba tan furiosa que saltaban chispas de su armadura. Todo el mundo se encogía y retrocedía ante la visión de la Égida.
Doble mierda.
—En nombre de todos los dioses, ¿en qué estabas pensando? —bramó.
¿¡Qué hiciste Percy!?
—¡He capturado la bandera, Thalia! —agitó la bandera de las cazadoras ante su rostro—. He visto una ocasión y la he aprovechado.
—¡Yo había llegado a su base! —gritó a todo pulmón—. Pero su bandera había desaparecido. Si no te hubieses metido, habríamos ganado.
—¡Tenías a demasiadas cazadoras encima!
—Ah, ¿así que es culpa mía?
—Yo no he dicho eso.
—¡Argggg! —Thalía le dio un empujón a Percy, y lo lanzó tres metros más allá, directo al centro del arroyo, con solo un toque de electricidad.
Varios campistas ahogaron un grito y un par de cazadoras contuvieron la risa.
—¡Perdona! —se disculpó Thalia, palideciendo—. No pretendía...
De repente surgió una ola del arroyo y fue a estrellarse en la cara de Thalia, que quedó empapada de pies a cabeza.
—Ya —refunfuñó Percy, mientras me ponía en pie—. Yo tampoco quería...
Thalia jadeaba de rabia.
—¡Ya basta! —terció Quirón.
Pero ella blandió su lanza.
—¿Quieres un poco, sesos de alga?
—¡Venga, tráela para aquí, cara de pino!
Percy alzo a contracorriente, pero antes de que pudiera defenderse, Thalia dio un grito y al instante cayó un rayo del cielo que chisporroteó en su lanza, como si fuese un pararrayos, y golpeó directamente en el pecho a Percy.
Okey. Esto tiene que parar.
Tengo que pararlos.
—¡Thalia! —rugió Quirón.
—¡Ya basta! —hablé, pero no hicieron caso.
Percy se levanto y el arroyo entero se alzó. Cientos de litros de agua se arremolinaron para formar un enorme embudo helado.
—¡Percy! —suplicó Quirón.
—¡Ya fue suficiente! —grité.
En la tierra frente a ellos se abrieron grietas y por ellas salieron dos soldados esqueletos con el uniforme británico de hace un siglo atrás. El susto que se llevaron fue tan grande que de inmediato pararon. El agua cayó al instante y el enojo en la expresión de Thalía se fue.
—¿¡Qué Hades les pasa!? —seguí gritando. Regañando a los dos—. En que estaban pensado al provocar esto. Thalía pudiste pulverizar a Percy. Y Percy pudiste ahogar al campamento entero, ¿si quiera pensaron en los demás campistas? ¡No son unos críos! Somos hijos de dioses, lo que pone una responsabilidad enorme sobre nosotros, ¡y más si nuestro progenitor es uno de los tres grandes! ¡pudieron haber acabado con el campamento entero, insensatos!
Estaba a punto de dar la orden a los militares esqueletos para que se los llevaran a otro lugar cuando algo en el bosque alertó mis sentidos. Mi cólera se disolvió al instante en el que reconocí aquella espeluznante vibra. Thalia y Percy quedaron pasmados al momento en que miraron atrás de mí.
Gire a mirar. Aunque ya sabía de lo que probablemente se trataba.
Alguien... algo se aproximaba. Una turbia niebla verdosa impedía ver de qué se trataba, pero cuando se acercó un poco más, a mi lado, todos los presentes —campistas y cazadoras por igual— ahogamos un grito.
La momia poseída por el Oráculo estaba aquí.
—No es posible —murmuró Quirón. Nunca lo había visto tan impresionado—. Jamás había salido del desván. Jamás.
Quedé sin aliento.
—Mayven —llamó Quirón—. Ordenalé que vuelva.
—Yo no fui —respondí nerviosa—. No la traje a ella. Jamás me hace caso.