¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Los cromos de Nico
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En la Casa Grande no había nadie cuando ingresé, pero sí había allí una cosa a la que se podía recurrir para orientar antes de una misión, una momia que solía ponerme los pelos de punta cada vez que ella hacía sentir su presencia. Y, tal vez, esta fecha es especial. Encontraba totalmente inquietante la energía que —hoy en especial— ella desprendía. Era una mezcla extraña que helaba mi ser y me causa una terrible jaqueca. Así que, para evitar aquello, salí corriendo.
Intenté mantenerme ocupada —y lejos de la momia— el resto del día, aunque me sentía muy angustiada por Annabeth y por la situación en general. Asistí al interior del bosque por tranquilidad —quería un poco de paz y estar lejos de los demás—, pero, tal y como entre, con las mismas salí. Al parecer, aquella vibra espesa y abrumadora no solo se encontraba en la casa grande.
Emprendí una caminata recorriendo el pasillo de las cabañas, también los establos, pero me encontré a Silena Beauregard, de la cabaña de Afrodita, discutiendo con una de las cazadoras y pensé que era mejor no meterse.
Tanto el amor y la caza podían destruirme en menos de un segundo, si así ellas lo quieren.
Luego decidí ir a sentarme en la tribuna de la pista de carreras de carros, pero a mitad de camino me encontré con el pequeño Di Angelo, refunfuñando. Su ceño fruncido hacia ver sus rasgos faciales más tiernos de los que ya se veían. Dejándome llevar por aquel —raro y extraño— instinto de protección que me nacía con aquel niño, me acerque.
—Hey! —lo llame, cuando estuve cerca—. ¿Estas bien?, ¿necesitas algo?
Levantó su carita. Sus ojos, llenos de lágrimas sin derramar, estrujaron mi corazón.
El niño negó con su cabeza.
— Mis cromos —hablo con voz dura—. No los encuentro.
